La Visita

 

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La visita

La nostalgia no cabe en la fiesta. Solo el júbilo.

Cada año María y Ramiro comienzan los preparativos al alba. La felicidad los invade. Hoy es el día. María se dirige a la panadería y Ramiro va de prisa al mercado. El fresco aire de la mañana le trae de regalo el aroma de las flores. Desde lejos puede ver los colores. Naranja, amarillo y rojo. Y el blanco, para los niños.

Las más frescas son las mejores.

Apresura el paso.

-¿A cómo el cempasúchil, marchanta?

-A diez el manojo, jefe. Está bien bonita.

-Déme cuatro. ¿Y la nube?

 -La nube está a cinco. Llévese también la de terciopelo, baratita. Se la dejo a cinco, igual.

 -Gracias mi seño, me llevo seis manojos de nube y tres de terciopelo, de la roja. Aquí tiene, quédese con el cambio, gracias.

 

Satisfecho, acompañado de la estela aromática más deliciosa, Ramiro sigue su camino. Se detiene un poco más lejos, en el puesto de las veladoras. Compra veinte. Iluminar es indispensable.

Regresa a casa a tiempo y listo para comenzar.

Primero acomoda la mesa. Dos pisos este año. El cielo y la tierra.

Con el papel picado multicolor que prepararon el día anterior empieza la decoración. Juanito trajo las calaveras de azúcar y floreros muy grandes para adornar.

Pone las fotos en primer plano, y dos vasos de agua; el viaje es largo y se llega cansado. Y mucha luz.

La cruz y el camino de pétalos de flores, hasta la calle, para que no se pierda.

María vuelve con el pan. Justo a tiempo. Los platillos están listos. Mole, frijolitos negros y tamales. Sin olvidar los dulces típicos y el tequila, claro está.

El copal y el incienso también toman su lugar. Acompañarán la oración y la espera.

Todo está listo. La familia, llena de ilusión y esperanza, se acomoda alrededor del altar.

Tomándose de las manos, rezan. El ambiente se llena de paz. La festejada está a punto de llegar.

 

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Hace un año que no los veo. No puedo de la emoción. Un año entero es mucho tiempo. La última vez que estuve con ellos Juanito había crecido tanto… Y mi Javier, parecía cansado; cómo lo extraño…Estaban ahí, todos sentaditos, calladitos, como rezando, esperándome.

El camino tomó varias horas. Por suerte no estaba sola. Venía con Don Ramiro, y la Vero. También Eva y la señora Betina. Y algunos otros; éramos un grupo bastante grande. Todos ilusionados, veníamos cantando, me acuerdo. Luego cada quien contaba sus historias, unas tristes y otras bien chuscas, como esa que contó Rosita, de cuando se le salió la gallina del corral y tuvo que perseguirla durante horas, y luego la otra, la del Poncho, que la novia lo dejó vestido y alborotado, esperándola en el altar de la iglesia. Y cuantas otras.

Y ahora habrá nuevos que hagan el viaje, siempre más.

Qué ganas tengo de verlos.

De dejarme guiar por su camino de luz, por el aroma de los pétalos de flores que ellos escogieron, con tanto amor, en los que dejaron plasmado un pedacito de su alma que me acompañará hasta llegar a su presencia.

Y de abrazarlos muy fuerte; y de contarles, y de que me cuenten todo lo que han hecho, que me hagan reír con sus ocurrencias, con sus chistes.

Quiero probar los deliciosos platillos que tanto me gustan, el rico mole, y los tamalitos verdes y de dulce. Y el pan. ¡Y un buen tequila!

Disfrutar la fiesta, como si nada, como ayer, como mañana, como siempre.

Y hacer el camino de vuelta con ellos, que me acompañen, juntitos, platicando, soñando, como si fuera un paseo, pero que no se termina nunca.

 

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No tema. No llore. No sufra.

 Sonría, que estamos de fiesta. Y conviva, que para eso vino. No este triste. Hoy no. Platique, ande, no sea tímido, que ya verá que se le calma el acongojo y le viene la paz.

 Y sobre todo. No dude. Actúe.

 Puede que no vea nada, solo sienta. Con el corazón. Con el alma bien despierta. Solo los que aman de verdad y creen, sienten.

 Y solo los que sienten, escuchan… y hasta ven.

 Si escuchó, creyó, y si no, pues no. Puede que sí, como puede que no.

  

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La casa está iluminada. Bien bonita.

 Vas a ver que te va a gustar, abuelita. Mi mamá se fue bien tempranito a hacer el pan. Y papá trajo las flores más bellas, de colores. Para ti. Yo fui a comprar las calaveritas. Ya el papel picado lo teníamos preparado.

 Ayer hicimos tamales, y mole poblano, que tanto te gusta. Y no abuelita, esta vez no se nos olvidó el tequila, ni las alegrías.

 Mamá escogió una foto en donde sales rete guapa, jovencita. Y otra ya de más mayor, con tu chal azul, ese tan calientito con el que me arropabas cuando era chiquito, ¿te acuerdas?

 Al rato vamos por mi abuelito, que también quiere venir a verte, aunque dice que ya pronto te va a alcanzar, que ya está cansado y viejo. Nosotros ni lo escuchamos, porque bien que todavía está puesto para jugar al dominó los domingos, y la misa no se la pierde. Ya lo verás, ¡todavía falta para que te lo lleves!

Estoy tan contento de verte abuelita, te extraño mucho. Cómo me gustaba contarte mis cosas… A veces todavía lo hago, porque sé que me escuchas, pero no es lo mismo que cuando te tengo enfrente, por eso voy a aprovechar hoy. Ya le pedí a todos que me dejen un momentito a solas contigo, porque ¿sabes? Te tengo que contar algo… No me atrevo ni a contarle a mis papás, luego me regañan, dicen que solo pienso en tonterías, que a mi edad no debería de andar pensando en mujeres. Pero no son pensamientos cochinos, no abuelita, te lo juro. Es algo serio, de verdad. Creo que estoy enamorado. Pero ella no me hace caso. O eso digo yo. Ya guardé la carta que me dio para enseñártela y a ver que opinas. No te vayas a reír, me lo prometes.

No te digo más, lo dejo para esta noche. Ya me urge que llegues y veas qué lindo que quedó todo abuelita, ¡y el festín que nos vamos a dar, te va a encantar!

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Doña Irene se levantó muy temprano. Se incorporó. Se sentía como una niña a punto de tener un juguete nuevo. Emocionada y nerviosa a la vez.

Le aguardaba un largo camino, así es que se arregló y se puso en marcha. A pesar de su edad se movía al ritmo del viento, que no soplaba tan despacito…

Llegó al lugar de la cita temprano. Normalmente no le gustaba ser la primera, pero ese día estaba tan contenta que se puso a tararear su canción favorita mientras esperaba.

Poco a poco, todos los que iban al mismo pueblo que ella fueron llegando. Amigos, conocidos, jóvenes, niños y hasta varios bebés se alistaban.

Cuando estuvieron listos comenzaron el gran viaje.

Al principio todos platicaban, cantaban, contaban historias. A doña Irene le encantaba escuchar los cuentos de todos, cada quién tenía su especialidad.

Al acercarse al pueblo, cada uno iba tomando su propio camino. Algunos se quedaban en las afueras, cerca del llano; otros, en algún rancho y algunos más entraban hasta el centro.

Ese fue el caso de Irene. Concentrándose, se dejó llevar por la fragancia de los suyos: una mezcla del perfume de las flores más deliciosas con el amor, la ilusión y la esperanza de su familia.

Muy pronto vio las luces que la guiarían hasta ellos. El camino de pétalos de cémpasuchil llegaba hasta la calle, e inmediatamente supo que había llegado a su destino.

Se acercó muy despacio, para no asustar. Por la ventana vio a su amado esposo, Javier, a su hija, María, a Ramiro, su yerno y a Juanito, su nieto. Los cuatro rezaban juntos y esperaban tomados de la mano, como cada año.

Nada podría hacerla más feliz que ese momento. Poder verlos, tocarlos, hablarles. Tenía esta oportunidad solo una vez al año y pensaba disfrutar cada segundo.

Sintiendo que ya no podía más, entró a la casa. Al instante, todos dejaron de respirar. La paz y tranquilidad que se sentían en el ambiente en ese momento eran totales. Sabían que había llegado.

Se acercó a ellos y sin decir palabra, los abrazó muy fuerte, con todo el amor que traía guardado desde hacía un año.

Podrían haberse quedado así, entrelazados, pero las ganas de festejar y la felicidad que sentían todos hicieron que se separaran y pasaran el resto de la noche riendo, cantando y celebrando la vida y la muerte que esa noche eran una misma.

 

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El niño habla con determinación. No se alcanza a oír lo que dice pero se ve que tiene una conversación animada. Se ríe.

 Solo que frente a él no hay nadie.

O eso dirán los escépticos. Porque los otros, los que creen, esos, pueden escuchar y hasta ver claramente a una abuela platicando con su nieto, en el cementerio:

-Te lo dije, Juanito, te dije que los jóvenes de ahora ya no son románticos. Cántale, ya verás que eso sí funciona. Llévale serenata y te prometo que cae redondita.

-Chale abue, ya ves como eres…¿Qué, a ti si te cantaba mi abuelo?

-¿Qué si me cantaba? ¡Me canta! Anda, ve por él. ¡Ya verás qué bien le salen las rancheras! 

37 comentarios en “La Visita”

  1. Mi apreciado escritor, predilecto, Gabriel García Márquez, por quien pido mucha salud, debe sentirse feliz, y yo también por supuesto: ya hay sustituta, aunque sus obras quedarán por siempre, como las estrellas del cielo.

  2. Qué bonito cuento, me encantó! No nos conocemos personalmente pero qué gusto poder leerte, yo que siempre trato de explicarles a mis hijos, a mi marido, a mis amigos, a mis alumnos la esencia de ese día en México….bueno, pues ahora les puedo dar a leer tu cuento…está todo dicho!! Muchas gracias Lorena!

    1. Gracias, gracias y gracias!!! Para eso justamente escribí esa historia…es difícil encontrar las palabras para explicar la esencia de nuestras tradiciones cuando estamos lejos…qué bueno que te sirva a ti también. Ya vendrán más historias mexicanas!!!

  3. La mejor manera para compartir Lo. ¡Qué manera bella tienes de describir tu corazón, tus imágenes, tus historias!
    Te quiero mucho y te agradezco que compartas esto con nosotros. U

  4. Mi querida Lo, me hace muy feliz leerte, conectar con nuestra raiz cuando vivimos lejos, lo haces muy inspirador y me encanta! Te deseo mucho exito y por favor no dejes de escribir que el libro viene en camino 🙂 Te quiero amiga! En hora buena!

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