El viernes nació la hijita de una queridísima amiga.
Esa bebecita hermosa me hizo pensar sin quererlo en mi propia maternidad. Mi esposo y yo hemos creado tres personitas maravillosas. Tener a mis hijos en mis brazos y verlos crecer ha sido el mejor regalo que me ha dado la vida.
Siempre hay algo de mí en todas las historias del blog, y aunque casi siempre la imaginación toma una muy buena parte de cada relato, hoy tengo ganas de compartir la bendición, la magia y la locura que fue para mi convertirme en mamá por primera vez. Así es que esto es real, y viene directo de mi corazón.
Mateo
-Señorita, estoy buscando a mi esposa, Lorena Rhôné, necesito saber si ya dio a luz, por favor, dígame que está pasando.
-No le escucho muy bien señor, pero aquí no está registrada ninguna señora Rhôné. Se oye mucho ruido, ¿puede repetir por favor?
-Le digo que sí esta ahí. ¡Mierda!, no oigo nada, señorita, estoy en un avión y necesito saber de mi esposa, por favor…¿me escucha? Mi esposa es mexicana, está ahí sola.
-No pasa bien la llamada señor, le voy a comunicar a maternidad.
-No señorita, solo dígame si mi esposa…qué pasa, no oigo nada, ¡ya se cortó esta porquería!
Ese, es mi esposo. Tratando de comunicarse al hospital de Saint Cloud, cerca de Paris.
La llegada de Mateo está prevista el 30 de julio de 2002.
Nuestro primer bebé. El más querido y esperado.
Llevamos cuatro años añorando este momento. Un momento perfecto, mágico.
Solo que hoy es 25 de junio. Y estoy sola. Y cuando digo sola, quiero decir S-O-L-A.
Olivier está en un viaje de negocios en México (cuando le dijo a su jefe que no quería ir su respuesta fue: pero si faltan casi dos meses…¿qué puede pasar? estás nervioso porque es tu primero, pero créeme, puedes ir y venir sin problema, solo vas a estar fuera diez días).
Tampoco tengo familia aquí. Mi mamá llega dentro de un mes, ya tiene su boleto para venir a ayudarme. Mis suegros están en Reims.
Es martes. Son las seis y media.
Cómo todas las mañanas, me despierto temprano con unas ganas inmensas de hacer pipí. Hasta ahí nada anormal. Voy al baño y hago lo que tengo que hacer. Pero no termino…parece que hubiera tomado litros y litros de agua porque cuando me levanto sigue saliendo liquido. Me limpio como puedo y me subo la pijama.
Dos minutos después está empapada.
Trato de calmarme. ¿Qué puede estar pasando? Leí libros durante mi embarazo, pero no soy ninguna experta (cómo me hubiera gustado que en esa época existiera un grupo como el de mamás Latinas en Francia para no sentirme tan perdida…). Y pensar que mis clases de prenatal las empezaba mañana…
Me meto a bañar para tranquilizarme. Me pongo unos pants y una playera.
Cinco minutos después estoy otra vez empapada.
Mi corazón empieza a latir a mil por hora. Tengo el celular de mi ginecóloga, así es que la llamo para explicarle lo que está pasando y saber si la puedo ir a ver más tarde.
-¿Más tarde? Nada de más tarde, tomas tus cosas y te vas directo al hospital. Se te rompió la fuente. No puedes esperar más. Pide un taxi y vete. Me llamas de allá.
Me cuelga inmediatamente.
Pide un taxi y vete. ¿Eso dijo? Y qué tome mis cosas. ¿Qué cosas? No tengo nada listo, por supuesto no mis cosas, y la ropita de Mateo la compré, pero no está lavada.
Bueno, quizá no es nada serio y solo me dijo que fuera al hospital para que me revisen. No sé…pero qué, ¿y si me tengo que quedar qué? No me puedo quedar y tener un bebé sola. No. Piensa. Tranquila. Todo va a estar bien. Todavía falta más de un mes para que sea la fecha. Esto no está pasando…. Le llamo a Olivier para avisarle y me voy. ¿Pero para qué lo preocupo? ¿qué va a hacer él a las doce de la noche? No bueno. Es el papá. Tiene que saber lo que está pasando. Sí, le hablo y ya veremos. Tengo Miedo. ¡Tengo MUCHO miedo! Respira, así cómo has visto en la tele, ffff, ffff, cierra los ojos, ffff, ffff, ahora inspira profundo. ¡Carajo, qué estoy haciendo! La doctora me dijo que me fuera ahorita. Ahorita es AHORITA. Ya, le marco.
-Hotel La Casona buenas noches, le atiende Margarita, ¿en qué puedo servirle?
-Señorita, por favor, comuníqueme con la habitación 21.
-Enseguida.
Suena el timbre del teléfono. Una, dos, tres…diez veces. Mi ritmo cardiaco no va a poder soportar este martirio…Voy a colgar cuando una voz de ultratumba contesta:
-Oui, Allo ?
-Amor, soy yo. Perdí la fuente y me tengo que ir al hospital. Le hablé a la doctora y me dijo que me fuera ahorita, que no puedo dejar pasar más tiempo, que pida un taxi y me vaya. Te aviso solo para que sepas que me tengo que ir ya. Estoy super nerviosa, pero quería avisarte.
-Quoi ? Attends. Lo ? C’est toi ? Pero qué pasa….no te entiendo nada, estaba completamente dormido, ¿qué estás diciendo? ¿Qué se te rompió la fuente? ¿Qué fuente? ¿En dónde hay una fuente? Y ¿por qué diablos tienes que ir al hospital por eso? ¡¿Qué es eso?! No te preocupes, no es grave, seguro que no es grave.
-Olivier, entiende. ¡Se rompió LA FUENTE! Estoy empapada. La doctora dijo algo así como “vous avez perdu les eaux” Las aguas, ¡LES EAUX! Ya, ¿ahora si sabes de qué hablo? Por Dios, ¡despierta!
-Les eaux…je vois. No pasa nada. Ve al hospital a que te revisen y diles que tu esposo no está contigo, que voy a tratar de agarrar un vuelo lo antes posible, que por favor traten de esperar a que yo llegue. ¿Tienes contracciones?
-No…nada, no siento nada. Solo estoy mojada como si estuviera haciendo pipí sin parar.
-Okay, vete ya, pero no en taxi. Tócale a Vivien y Fabienne, ellos sabrán que hacer, tienen tres hijos. Me llamas del hospital. Yo voy a buscar un avión para irme ya de aquí. Je t’aime ma cherie. Il n’ya pas de quoi s’inquiéter. Tout va bien se passer, tu verras.
-Si, claro. Me voy. Te llamo luego. Te amo.
Olivier siempre dice lo mismo. No es grave. No conozco a una persona más tranquila que él en los momentos de emergencia. ¿No es grave? ¡Estoy a punto de tener un bebé sola, en un país que no es el mío, más de un mes antes de la fecha, y, no es grave!
No lo pienso dos veces y llamo a mis vecinos. En cuanto les digo lo que pasa ellos sí que lo toman como una urgencia. Vivien me cuelga y a los dos segundos está tocando mi puerta (cosa que en sí no tiene nada de extraño puesto que son los vecinos de al lado, lo extraño es que yo les haya hablado por teléfono en lugar de salir a tocar el timbre…).
Estaban preparándose para ir a trabajar y dejar a los gemelos en la escuela y a la chiquita en la guardería. Abro y veo a los cinco ahí paraditos frente a mi departamento a medio vestir. Se ven completamente apanicados. Vivien me pide que vaya por mi maleta y que él me lleva, que no me preocupe. Cuando le digo que no tengo ninguna maleta preparada casi le da el patatús. ¡¿Pero vas a tener un bebé, te das cuenta?! Yo le digo que todavía falta más de un mes, qué no estoy lista. Pues lista o no lista vas a tener un bebé. Hoy. Perdiste las aguas, con eso no se juega.
Mientras Vivien acaba de vestirse, Fabienne corre y llena una bolsa de plástico con ropa de sus hijos. Me la entrega, cierro la puerta de mi departamento sin preocuparme cómo se va a ir ella a trabajar y cómo va a ir a dejar a sus hijos si nos llevamos su coche. No puedo pensar en nada. Estoy como hipnotizada.
Así es que así, sin maleta para mí, con una bolsa llena de ropa ajena para Mateo, en el coche de mi vecino, me voy al hospital para vivir el momento más importante de mi vida.
Llegamos cinco minutos después (por suerte vivimos muy cerca). Vivien encuentra estacionamiento al lado de las urgencias de maternidad. Se baja conmigo, me acompaña y explica a la señorita enfermera que está ahí en la entrada que perdí las aguas, como ellos dicen, y que aquí estoy. Empieza el papeleo y yo callada, ida, perdida. Completamente perdida. Vivien contestando por mí, haciéndome preguntas cuando no sabe qué contestar. Cuando termina el interrogatorio nos quieren llevar a una sala de revisión y Vivien se queda inmóvil sin saber que hacer. La señorita le trata de dar una bata y él le dice que no gracias, que él no va a pasar. Y ella sin entender bien le explica que sí, qué el papá tiene todo el derecho de entrar. Solo que no soy el papá, dice él. Soy el vecino. Y ella me mira, lo mira, nos mira, y me mira de nuevo y en ese momento, ahí en la mitad del pasillo del hospital de Saint Cloud, me empieza a dar un ataque de risa, de esos en que ries y lloras al mismo tiempo y no puedes parar. Y Vivien que es bien francés no entiende nada, y la señorita tampoco y yo entre risas y mocos le explico que sí, es mi vecino, y qué el papá está en México, y qué esto no debería de estar pasando así, y qué no estoy lista y no puedo parar de llorar. De reír y llorar.
Cuando por fin capta la situación, la enfermera la agradece a Vivien su ayuda, me toma del brazo y me lleva a la dichosa sala de revisiones. Vivien se va no sin antes prometerme estar al tanto.
Unos minutos después llega el médico de guardia. Ya para esto me quitaron mi ropa y me pusieron una bata de hospital, de esas azules que se abrochan por atrás y quedas con las nalgas al aire. Mientras me revisa yo le explico ya más tranquila lo que me pidió Olivier. Qué por favor traten de esperarlo, que está haciendo todo lo posible por conseguir un vuelo rapídamente, que seguro mañana llega, etc. etc.
El doctor me ve a los ojos y con mucha seriedad me dice que con papá o sin papá el bebé tiene que nacer hoy, no mañana. Punto.
En ese segundo despierto de golpe de un maravilloso sueño, en dónde estamos los dos, preparados y listos para ser padres, viviendo juntos el nacimiento de nuestro primer hijo, compartiendo la magia, conociendo a nuestro bebé…
Voy a ser mamá. Sola. Y me tengo que poner las pilas.
Le pido el teléfono al médico (al principio no quiere, pero dándose cuenta de la problemática, acepta), le llamo a Olivier y le digo que no podemos esperar, que Mateo va a nacer y que a ver como hace para llegar lo más pronto posible.
El ya está a punto de salir al aeropuerto. Consiguió un vuelo a Nueva York (sí, como lo oyen…a Nueva York…los nervios hacen hacer cosas raras…) y de ahí verá como llega a Paris. Hay muchos vuelos de Nueva York a Paris, ¿qué no?
En fin…ya viene, eso es lo importante.
Cuelgo y me dedico las siguientes horas a prepararme para recibir a mi niño.
Primero que nada reviso la bolsa que amablemente me dio mi querida vecina Fabienne. Dentro hay ropita de niño y de niña, de talla 3, 6 y hasta 9 meses. Nada para un recién nacido. Absolutamente nada.
Antes de empezar a desesperarme otra vez, decido hacer una última llamada. A Baptiste, el hermano de Olivier que estudia en Paris. Me contesta a la primera y le explico la situación. Le pido que venga al hospital por las llaves de mi casa, que vaya a lavar la ropita de Mateo, que pase al Monoprix a comprarme unas pijamas decentes (que no es que las mías sean muy sexys, pero duermo en unas fachas que definitivamente no se prestan para el hospital…aunque de haber sabido lo que para Baptiste era “decente”- un camisón rosa cerrado hasta el cuello y largo hasta el piso, cómo de abuelita mojigata – me hubiera esperado a pedirle a alguien más…) y me traiga todo hoy mismo. Uff…
En lo que llega me pasan a la sala de partos.
No soy una persona miedosa, pero no me gusta sufrir. El doctor me explica que no estoy nada dilatada todavía así es que habrá que esperar. No me pueden poner la epidural hasta que no tenga tres centímetros de dilatación por lo menos.
Espero acostada en la cama con una especie de cinturón en el vientre que mide los latidos del corazón de Mateo. Es todo lo que oigo. Su corazoncito en el monitor y el mío que se quiere salir de mi cuerpo de la emoción.
Las enfermeras pasan de vez en cuando y me platican. Se sienten mal de verme ahí sola. Me dicen que mi vecino ha llamado cada hora, que si no necesito nada.
Las contracciones son cada vez más fuertes. Puedo estar platicando y de repente siento que el dolor me paraliza. Me tengo que agarrar lo más fuerte que puedo de los barrotes de la cama hasta que pasan.
Dos centímetros.
Llega Baptiste y para mi sorpresa lo dejan pasar a la sala de partos. No es el lugar ideal para ver a su cuñado. Créanme. El está super incomodo, y yo más. Mientras está ahí me dan dos o tres contracciones espeluznantes y me dan ganas de agarrarlo a golpes. Solo quiero que se largue. Si Olivier no está conmigo, no quiero a nadie. Muy amablemente toma las llaves, me pregunta si quiero algo más, a lo que le contesto que no, que cuando tenga las cosas se las deje a alguien afuera y muchas gracias.
Cuando se va ya no aguanto más. Quiero literalmente matar a alguien, o por lo menos hacerle mucho, mucho daño…
Por fin, ya que mi límite está muy, muy cerca, llega el anestesiólogo y, aunque no voy a decir que fue un momento “agradable”, cuando termina su trabajo casi lo agarro a besos.
A partir de ese momento soy feliz. Siento las contracciones, pero no me duelen.
Un centímetro por hora.
A las ocho de la noche estoy lista. Llegan cuatro comadronas, una más jovencita que la otra. Las mismas que vinieron a verme durante el día y que yo tomaba por simples enfermeras recién graduadas. Dos están conmigo y dos más esperando la cabecita de mi bebé.
Tengo que decir que esas cuatro mujeres se merecen el cielo. Su trabajo es más que admirable. A su corta edad dominan sus tareas. Con toda la paciencia y la calma del mundo me explican cómo respirar, qué hacer. Hablan bajito, me animan a seguir. Aún cuando al final siento que pierdo paciencia y empiezo a gritar como parturienta de esos programas de tele que uno ve a veces, ellas siguen igual de tranquilas.
Y por fin nace. Mi bebé adorado. Mientras doy el último pujido veo su cabecita y el resto de su cuerpo salir del mío. Y lloro.
Soy Mamá.
Desde que lo veo lo amo con todas las celulas de mi cuerpo. Sé que ese ser tan pequeñito y frágil ha cambiado mi vida para siempre.
Lo tengo conmigo unos minutos y se lo llevan para revisarlo, pesarlo, lavarlo. Aunque me explican que está muy bien, le tienen que dar trato de “prematuro”, así es que lo ponen en una incubadora y me dicen que me lo traerán al día siguiente, que pasará la noche en observación. Y que mi marido ha tratado varias veces de llamar, que por fin pudo comunicarse desde el avión de Nueva York a Paris y estará en el hospital por la mañana, temprano.
Paso la noche como si estuviera dentro de un espectáculo de fuegos artificiales pero de emociones. Yo soy la pólvora.
A las ocho de la mañana abren la puerta del cuarto. Olivier. Se acerca a la cama con lágrimas en los ojos y sin decir palabra me abraza muy fuerte y me besa. En ese momento entra la enfermera con Mateo. Muy despacito, con mucho cuidado, lo instala en nuestros brazos y se va.
Somos una familia.
Sentimientos encontrados.
Con un final feliz.
Gracias por leerme Dalia!! Muchos saludos desde Lyon!!
No hay ser más especial en el mundo que una madre.Nadie puede iguarlarlas ni sustituirlas!
Rei a carcajada abierta y llore como Chabelita. Me encanto tu anecdota! Que valiente!
Adrilu…te contesto super tarde…pero seguro!!! Me encantó tu comentario!!! Y de Valiente…nada…hice lo que pude en las circunstancias que me tocó vivir!!! Saludos!!!! Ojalá te siga gustando el blog!
Me encanta Lo!!! besotes
Muy buen relato ahora recordé cuando nació Leo esa vez Ele si tuvo a quien golpear en cada contracción no lo olvidare.
querida hijita, a pesar de conocer la historia no conocía los detalles, me congratulo de ser tu mamá,cómo me gustaría haber estado ahi para acompañarte, no sólo esa vez sino las siguientes, te quiero mucho y sé que eres muy valiente y muy fuerte….te admiro…