Amigas

Iba caminando de regreso de la escuela a mi casa el lunes cuando oigo esta voz que me llama a lo lejos. Mi mamá me tiene prohibido hablar con extraños, y hasta la fecha siempre de los siempres le he hecho caso. Es más, hasta ahora nunca había estado en esa situación. Aunque esto era diferente, se los prometo. Era la voz de una niña. Por eso me acerqué. Por eso, y porque clarito me di cuenta que me hablaba directamente a mi. O eso, o nadie más la oía, porque yo no era la única en la calle y ninguna otra persona parecía percatarse de los gritos que pegaba. Tenía prisa de llegar a casa (además de que mi mamá es medio preocupona y no le gusta que me atrase, quería llegar a jugar Just Dance 2015 en la x-box) pero estaba intrigadísima, así es que me desvié de mi camino y me dirigí hacia dónde venía la voz, pero no vi nada. Me fijé de un lado de la calle, del otro…nada. Cero. Pensé entonces que alguna de mis amigas me estaba jugando una mala broma y estaba a punto de irme cuando vuelvo a escucharla. Clarito me decía, hablando muy fuerte (más bien gritando):

-¡Estoy aquí, voltea, para arriba!

¿Arriba? Pero ¿en dónde?… de plano alguien se estaba burlando de mi y gacho…Cuando miro para dónde me decía oigo otra vez:

-Si, a la izquierda, un poco más, ya…¿me ves?

Y en eso, ahí, sentada en una rama súper alta de un árbol, la veo. De veras, no estoy inventando nada, se los juro, ahí estaba. Traía puesto un vestidito de verano, y eso que ese día no hacía así mucho calor que digamos. Era como de mi edad. Parecía como extranjera, pero hablaba perfecto español. Tenía una carita medio redondita, aunque su cuerpo era más bien flaquito. Si me preguntan, yo diría que era muy, pero muy bonita. Su piel era color chocolate, y sus trencitas negras brillaban bajo los rayos del sol. No me sorprendió para nada su aspecto, porque aunque suene raro, se me hacía conocida. Como si fuera mi amiga de toda la vida. Lo que sí me pareció completamente loco, era el lugar en dónde estaba. Se veía tan cómoda que cualquiera hubiera pensado que pasaba su día afuera, trepando árboles.

Total que yo abajo, y ella arriba. Nos quedamos viendo unos minutos así, en silencio. Hasta que me dice que cuánto tiempo me pienso quedar ahí, como petrificada. Qué suba. Anda, ven. Así podemos platicar más a gusto…Y yo, ¿qué? ¿hasta allá? ni loca que estuviera, baja tú. Y ella, no puedo, de veras, si no subes me voy, por favor…y como la curiosidad mató al gato, como dicen por ahí, pues que agarro y subo. Y sí que me costó trabajo, no crean. Lo mío es la nadada, no la escalada. Y no es que no sea valiente. Es que tengo vértigo, igual que mi papá. Pero me aguanté. Esto era algo importante, lo sabía. Así es que mal que bien subí y logré instalarme en una rama que aguantara mi peso lo suficiente como para no caerme.

– ¿No tienes miedo?

Sé que suena medio raro como primera pregunta, pero como yo sí que tenía, y mucho, no se me ocurrió otra cosa.

– ¿Miedo?, me contestó sonriendo, para nada. No quiero ni pensar en esa sensación, nunca más… ¡Mira! allá, a lo lejos… ¿Ves al señor que camina de prisa, y a esa señora, que parece que va soñando, y al niñito con su mamá, lo ves? Es muy divertido ver todo desde aquí, tan chiquito…. tú mundo es… no sé como explicarlo. Siempre quise saber a que se parece una ciudad como ésta. Y ahora que puedo, pues aquí estoy. Pero basta de hablar de mí, quiero saberlo todo.

Ya sé… En el momento no me dí cuenta, porque claro, estás en medio de la acción y ni te enteras bien de lo que está pasando, pero ahorita que les cuento si que me queda claro que la conversación era más que extraña.

Con todo se refería a TODO. Me hizo contarle mi vida entera. O casi. De mi escuela, mis amigos, mi casa, mis papás, mis hermanos… Lo que hago, lo que me gusta, lo que no me gusta, bueno… todo. Hablé durante no sé cuanto tiempo. Con cada cosa que le contaba, se le abrían más y más sus grandes ojos negros, algo así como si fuera un extraterrestre que está descubriendo un nuevo planeta. Lo cual era medio absurdo, tomando en cuenta que sí que parecía venir de otro país, pero ¡y ya! De ahí a sorprenderse a ese grado con mi vida, pues ya era demasiado…¿qué tan diferente podía vivir ella?

Eso exactamente le pregunté. Que qué hacía ella, allá, de dónde venía. Se quedó pensando varios segundos antes de contestar que lo único que quería en ese momento era justamente no acordarse. Quiero jugar contigo, en ese lindo parque, que se ve ahí, ¿vamos? Sin esperar mi respuesta, bajo del árbol en un dos por tres, un brinquito por aquí y otro por allá y listo. Mi descenso fue “un poquito” más complicado. O “un muchito”, si soy sincera con ustedes. Pero con la ayuda de mi nueva amiga, lo logré.

Tuve que correr tras ella, pues más que caminar, volaba hacia los juegos del parque. Pasamos la tarde riendo, cantando canciones que le enseñé, y otras que ella conocía. Nos deslizamos por la resbaladilla no sé cuántas veces, subimos a los columpios. Primero las dos juntas y luego yo la empujaba y ella gritaba ¡más alto! muy fuerte. Llegó a subir tanto que parecía que en cualquier momento despegaba. En sus labios se dibujaba la sonrisa más pura y sincera que he visto en mi vida. Disfrutaba todo como si fuera su primera vez.

Tengo que aceptar que hace mucho que no la pasaba tan bien, tanto, que ni vi pasar el tiempo. Aunque había estado con ella varias horas, el cielo seguía sorprendentemente azul, muy claro. El sol brillaba con fuerza y dulzura a la vez, como cobijándonos, o más bien, cobijándola a ella, pues aunque hacía frío, mi amiga jugaba tan tranquila como si trajera puesto un abrigo bien calientito.

De repente caí en la cuenta de que mi mamá me esperaba y no iba a estar muy contenta con mi retraso…

-Me tengo que ir, le dije, pero dime, ¿cuánto tiempo te quedas?, ¿en dónde estás durmiendo?, ¿dónde están tus papás? De tanto jugar ya no me contaste nada de ti. ¿Te puedo ver mañana?, y, ¿cómo te llamas? Ni siquiera conozco tú nombre…

-Llámame cómo quieras, mi nombre no es importante. Se acercó lentamente, y nos abrazamos muy fuerte. Me dio un beso en la mejilla al tiempo que una lágrima escurría por la suya.

Nos miramos por última vez y sin decir más comenzó a alejarse.

Sin saber muy bien qué hacer, le grité ¡gracias! Y ya más bajito, no sé si llegó a escucharme, le dije que hace mucho que no me sentía tan libre. Libre de ser. De vivir.

Corrí a la casa. Abrí la puerta con las manos temblorosas sabiendo lo que me esperaba.

Parada en la cocina estaba mamá, como si nada.

-Llegas justo a tiempo, dijo al tiempo que me saludaba con un beso. Estaba sacando la merienda. Te apuraste amor, ¿tienes hambre? Ven, siéntate. Por cierto, yo sé que estás todavía muy afectada con todo lo de Charlie Hebdo, la marcha del domingo y lo demás, pero hoy en tu periodiquito viene la noticia de lo que pasó en Nigeria la semana pasada y quiero explicarte. Ves mi niña, actos terroristas sin nombre son cometidos en ese país desde hace años en la más grande indiferencia. ¿A quién le importa?, ¿quién desfila por eso?, ¿quién escribe Soy Nigeria en su muro de Facebook? Miles de gentes han muerto. Y ahora están utilizando niños, como bombas humanas. ¿Te das cuenta? Esa niña de la que hablan en la revista era casi de tu edad. Diez añitos… es abominable lo que le hicieron. Inhumano. Y dime, ¿quién piensa en ella?

Un nudo muy, muy grande se formaba en mi garganta mientras trataba de digerir lo que estaba escuchando. Yo, mamá, quería decirle. Yo pensaré en ella. Siempre. Pero no pude. Ni un sonido salía de mi boca. Solo podía ver clarito esas trencitas que rebotaban como resortes mientras jugábamos. Solo podía escuchar sus carcajadas. Solo podía ver aún sus grandes ojos negros que brillaban como estrellas. Solo podía sentirla cerquita, muy, muy cerquita…

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