Una Conversación

La gente no te habla cuando vas por la calle en Lyon. Qué te pregunten por un camino, eso sí que pasa, pero así que se pongan a platicar, lo que se dice platicar contigo, pues no.

Hoy se rompió esa regla con una excepción.

Iba yo caminando muy tranquilita con mis niños, aprovechando que son los últimos días de vacaciones (en Lyon, porque en otros lados de Francia empezarán este fin de semana, tomando en cuenta que en este país no todo el mundo tiene las mismas fechas. Depende de la zona en la que vivas. Nosotros vivimos en la zona “A” así es que lógicamente nos toca primero) y que hace bonito, cosa que hay que aprovechar al máximo, porque no se sabe cuánto tiempo puede durar. Así que nos dirigimos hacia el puente nuevo, que ya no es taaan nuevo, porque ya lleva algunos meses en servicio, pero bueno… y atravesamos para ir hacía el centro comercial Confluence, que está precisamente en el barrio que se encuentra en la confluencia del Ródano y la Saona (qué feo suenan los nombres en español…. el Rhône y la Saône, si les gusta más). Total que ahí estábamos esperando a que se pusiera verde el señorcito del semáforo cuándo se nos acerca una señora que parecía totalmente perdida.

-Perdón, me dice en francés, ¿me puede usted decir hacía dónde está el centro comercial?

Y yo, con mi voz de guía de turistas, y señalándole el lugar con mi dedito índice, claro señora, ¿ve usted ahí enfrente ese edificio con el techo blanco? Pues ahí es. Nosotros vamos para allá. Solo siga todo derecho máximo cinco minutos y listo.

Se pone el monito verde y atravesamos al tiempo que la señora me cuenta:

-Yo nací en Perrache (que es el barrio de al lado de donde estamos paradas). Ahí crecí y viví hasta los veinte años que mi padre decidió vender la casa y mudarse. Llevo más de veinte años sin regresar. Estoy completamente pérdida. Todo ha cambiado tanto…está todo tan moderno…ya no reconozco nada. Veinte años sin venir a mi lugar de origen, ¿se imagina?

Y yo, si señora, me imagino perfecto. Yo llevo aquí siete años y he visto cómo ha cambiado este barrio. Y cada vez que voy a mi país me pasa. Porque yo soy mexicana, ¿sabe? Y es una sensación extraña cuando visito y a veces tampoco reconozco nada.

En ese momento me acuerdo, aunque no le digo a la señora, que justo me pasó la última vez que fui, hace un año. Mi hermano me invitó a conocer su oficina que está en la Colonia Roma Norte. No están para saberlo, ni yo para contarlo, pero esa colonia es muy importante en mi vida. Ahí vivía mi marido cuando lo conocí. En la calle de Tabasco, para ser exactos. En ese momento no sabía que algún día estaría parada en una calle de Lyon, junto a una perfecta desconocida, después de 18 años de vivir en Francia, 17 de casada, y tres hijos, pensando en el departamento aquel, y en aquella colonia, en la que conocí y me enamoré de mi francés. En la calle de Tabasco dormía (mos…) (o no…) pero para salir, lo “in” era la Colonia Condesa, que está al lado, o a lo mucho la Roma Sur. A La Roma Norte nadie se aventuraba demasiado. Calles sucias, edificios bonitos, pero muy maltratados, vendedores ambulantes… nada muy “sexy”, pues. Como Olivier no tenía coche y le gusta caminar, cosa a lo que los mexicanos no estamos muy acostumbrados que digamos, puedo decir que en los meses que estuvimos juntos en México conocí más mi ciudad y caminé más por sus calles que nunca antes en mi vida. Así es que cuando mi hermano el año pasado me dijo en dónde estaba su oficina, medio que me sorprendí, pero solo dije, ¡claro, conozco perfecto, Olivier vivía justo en frente! Mi mamá me llevó en coche y se estacionó como a dos o tres cuadras. Empezamos a caminar… Mientras avanzábamos mis ojos se iban abriendo más y más. No podía creer lo que veía… Tiendas de lujo, restaurantes de lo más “nice”, mezcalerías (¿mezcalerías?, ¡mezcalerías! ¿desde cuándo la gente en México toma mezcal, que era la bebida de pueblo por excelencia? Y por cierto, haciendo un paréntesis, después me di cuenta que no solo toman mezcal, sino que son expertos en mezcal (o por lo menos se sienten expertos 😉 ), tiendas de ropa, de muebles, de artesanías… todo súper exclusivo. Yo caminado como un búho zombie y mi mamá, ¿cómo ves? Si qué ha cambiado, ¿no? Y yo sin poder abrir la boca. Porque mientras miraba a mi alrededor me iba hablando a mi misma y me decía, ves, cuando pasan estas cosas es cuando te das cuenta de que SI, vives lejos, y de que SI, la vida sigue mientras tú no estás, y de que SI, las modas cambian y tú ni enterada, y de que SI, todos tus amigos toman y aprecian (o eso parece) el mezcal, menos tú, y de que SI, la colonia Roma, esa colonia descuidada y abandonada en dónde tú caminabas con tu galán, a dónde nadie iba más que tú, ahora es LA Roma, una colonia de hipsters. Y mi mamá insiste ¿Qué te parece, está padrísima ahora, no? Y yo, ajá ma, está increíble. Lo digo rápidito, para que no se me note la voz temblorosa.

Por eso justamente entendí perfecto por lo que estaba pasando la señora en ese momento. Mientras yo recordaba a mi México, ella seguía hablando. Qué no podía creer que fue a la escuela ahí cerquita del centro comercial, que ahora hay tantos edificios nuevos y tantos restaurantes, y el puente, y el tranvía, y el parque, y etcétera, etcétera. Luego cae en la cuenta de que le dije que soy mexicana y me empieza a decir que bravo, que qué bien hablo francés. Gracias señora, le digo yo, pero todavía ayer el señor de la panadería no me entendió cuando le pedí un sandwich de salami. ¿No le entendió?, ¡nada de que no le entendió!, me dice ella, ¡no la escuchó, que no es lo mismo!, usted habla muy bien, y bravo, es usted un ejemplo. Se ve qué está perfectamente adaptada. Nunca me habían echado tantos piropos en tan poco tiempo, una señora de lo más amable, la verdad. Pérdida, pero amable. Y ahí vamos platique y platique y ya cuando vamos a llegar le digo y por cierto señora, ¿a qué ciudad se cambió usted a vivir que hace tanto tiempo que no venía a Lyon?

-¡Qué va!, me dice ella toda sorprendida por mi pregunta, si yo sigo viviendo en Lyon, solo me cambié de barrio.

FIN

P.D. Así, con esa cara que están poniendo ustedes, me quedé yo.

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En Calidad de Bulto

¡¡Pi-pi-pi-pi-pi-pi-pi-piiiiiiiiii!!

No, no tengo ganas de hacer pipí. Así hace mi despertador.

O eso me parece a las seis de la mañana que suena la cochinada esa. O sea, las cinco de la mañana de la semana pasada.

-¡Esto no es de Dios! Grito al escucharlo, sin pensar en las consecuencias de mi acto brutal a esta hora de la madrugada.

Es que ¿¿¿quién puede pensar algo, lo que sea, a las cinco de la mañana de la semana pasada, o sea, las seis de esta??? ¿pero a quién se le ocurre cambiar la hora sin avisar, sin decir siquiera agua va. Así, tranquilamente, de un día para otro, nos roban una hora de nuestro tan respetado y bien amado sueño.

Una hora, me dirán ustedes, ¿qué es una horita comparada con las siete horas de diferencia que nos cargamos cada vez que vamos a México? No es nada, ¡pan comido!

Pues no señoras y señores. Les confirmo que hace exactamente cinco días que me despierto en calidad de bulto todas las mañanas. Al principio pensé que era el cansancio porque estoy haciendo ejercicio. Aunque usted no lo crea, hago mi luchita… Todos los días voy al parque de Gerland, llueva, truene o relampaguee, y con todo y que varias veces casi me vuelo con el viento de pasumecha que hay en esta linda ciudad de Lyon en dónde vivo, voy y corro mis dos vueltas y camino otras dos (no se queden con esa cara de impactados, empecé por dar dos vueltas caminando, luego una media vuelta medio muriéndome al tiempo que disque trotaba y así hasta el día de hoy que ya ahí la llevo, no es por nada). Pongo mi musiquita, respiro como puedo para que no me de dolor de caballo y sobretodo rezo para no encontrarme a nadie conocido. Regreso a mi casa más roja y sofocada que un jitomate asado a punto de convertirse en salsa para chilaquiles, pero lo hago. Por eso pensé que estaba cansada, pero me dije que era demasiado raro que así de repente me cansara TANTO. Luego pensé que a lo mejor sería que cuando me despierto en la noche luego me cuesta horas volverme a dormir. Por “x” o “z” se despiertan mis niños, o a mi marido le da por roncar y con eso me basta. Ya perdí la práctica. Cuando eran chiquitos y se despertaban seguido pues estaba tan, pero tan cansada que me podía volver a dormir, pero ya no. Así es que pensé que podía ser eso, pero no, en estos días nadie se ha despertado, la verdad.

No. La verdad, es que es esa maldita hora perdida que me tiene así. Hoy más que ningún otro día me di cuenta.

Cómo les decía, sonó el despertador a las seis de la mañana (cinco de la mañana de la semana pasada, para los que leen a medias) y yo:

-¡Esto no es de Dios!

Y mi maridín que está tranquilamente dormido, porque eso sí, aunque caiga un rayo dentro del departamento el duerme como un lirón, ni se inmuta. Pero mi niña que tiene el sueño liviano como su madre (o sea, yo mera) luego luego prende su luz.

-¡Mamá! ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? ¿Por qué gritas?

-No nada chiquita, duérmete, todavía es temprano. Perdón, no quería despertarte.

El que tiene que despertarse a esta hora en realidad es Olivier. Lo que se traduce, como ya se imaginan, en que suena el ¡¡¡¡pipipippipipipiiii!!!! de su despertador, yo tengo que escalarlo para apagar el bicho ese, medio dormida lo muevo, amor, despierta, y después de dos minutos ¡ya! ¡despierta! Y él, tranquilamente, ¿qué? sí, no oí, gracias. Se levanta tan fresco como lechuga, se arregla, desayuna algo rapidito y se va a trabajar.

Cuando cierra la puerta me acuerdo que hoy es jueves. El día en que viene el señor de internet a conectar la nueva instalación. Hoy es jueves. Mierda. Olivier me llamo el sábado cuando estaba en la tienda y me preguntó ¿miércoles por la tarde o jueves por la mañana? Por tonta le dije jueves. Con todo lo que tengo que hacer hoy me voy a tener que quedar encerrada de 8:00 a 12:00, porque ni siquiera se dignan a darte una hora exacta. Aunque, pensándolo bien, no puedo llevar a los niños a la escuela y estar en la casa al mismo tiempo. ¿Y si llega el señor, qué hago?

-Hola amor, soy yo. Sí. Dime algo, les diste mi teléfono a los de Orange? Tengo que salir a llevar a Luca a la escuela. No. No le voy a pedir a Mateo y Paola que lo lleven, me da miedo. Voy yo rápido. Solo dime si tiene el teléfono el señor. Okay, gracias. Buen día. Ajá. Hablamos luego. Bye.

Son las 7:20.

-¡Niños! Ya levántense, ¡es tardísimo! A desayunar, rapidito.

Voy a cada cuarto y prendo la luz, los niños abren sus ojitos con trabajos. Claro. El cambio de horario. Se levantan como pueden y así medio dormidos van a desayunar. Yo me como un pan con mantequilla y me tomo la mitad de mi té. Mejor no me baño, me pongo mis pants y así me regreso corriendo de le escuela, aunque sea hago un poquito de ejercicio. No pero ni modo que deje al señor solo después. No importa, no me va a robar nada. Ni que tuviera gran cosa. Pero igual…me da cosa dejarlo solo. ¿Me baño o no? No bueno, ni que fuera a venir el presidente, por Dios, deja de pensar en tonterías, da igual.

-¡Apúrense chicos! Luca, lávate los dientes y te vistes. Anda amor, nos tenemos que ir volando, viene el señor de internet y tengo que regresar a la casa rápido.

Total, me pongo los pants. Por su culpa no voy a ir a correr. O ya sé, me voy al parque y cuando me llame le digo que estaba en la escuela, que me espere. ¿Y si no quiere? Olivier dijo que si no estoy me cobran sesenta y cinco euros solo por desplazarse. No, mejor solo me regreso corriendo y ya.

Luca y yo avanzamos más rápido de lo normal, vemos a lo lejos a Mateo y Paola que van platicando como grandes cuates, me encanta verlos llevarse tan bien.

Por fin llegamos. Le doy un besito y le deseo un buen día. Nos vemos al ratito amorcito, sales rápido que tienes natación. ¡Buen día! Me doy media vuelta y me pongo a correr. En lugar de ir hacia mi casa me voy al parque. Si voy. Qué me llame y ya. Y ahí va la corredora profesional muy motivada. Pero no, mejor me regreso. Y así, entre que sí y que no, cuando voy a la mitad del parque me entra el sentimiento de culpa muy cañón y decido regresar, pero más rápido de lo normal, así por lo menos hago algo.

Tengo que decir que vivo muy cerca de la escuela, así es que mi gran esfuerzo duró exactamente…cinco minutos. Para una carrera, no fue muy larga. Pero bueno, así nadie podrá decir que no estaba en casa cuando se decida a llegar el bendito señor.

Entro directo a bañarme, ni modo que me encuentre encuerada, o peor, dentro de la regadera. En friega me desvisto, ya ni me lavo el pelo, ya sé, lo traigo asqueroso, pero ya será mañana. Entro y salgo en menos de lo que canta un gallo. Odio arreglarme tan rápido. En el baño está colgada mi camisa de ayer, la huelo y hasta eso pasa. Me visto, me lavo los dientes, me pongo mis cremas en la cara y ya. Lista. Qué raro. Ya son las nueve y no llega. Típico va a llegar a las doce, cosa que me parecería extraña, porque aquí la hora de la comida es sagrada. Mientras pongo una lavadora y medio recojo, por lo menos así no ve la casa toda tirada.

Diez y media. Ya recogí, ya limpié, ya saqué la ropa de la lavadora. Ya me tomé un té. Ya estoy empezando a trabajar, aunque siendo sincera tendría más ganas de regresar a mi cama que otra cosa y este mugre viejo no llega, pero bueno… ¡se burla del mundo entero!, ¿qué cree que la gente no tiene nada que hacer de sus vidas que esperar tranquilamente sentados en un sillón? No, voy a hablar y que me digan a qué hora viene. Busco los papeles que trajo Olivier el sábado, encuentro la ficha de intervención y la leo por primera vez.

FECHA DE INSTALACION: Jueves, 9 de abril de 2015 entre las 8:00 y las 10:00.

Hoy es jueves. En eso estaba en lo correcto.

Pero jueves, 2 de abril de 2015. Son las 11:00 a.m.

¿Qué se hace en estos casos?

¿Llorar?

¿Reír?

O… ¿echarle la culpa al cambio de horario 😉 ?

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