Hoy hice tamales.
Bueno… hice es mucho decir. La masa ya estaba hecha desde ayer. Más bien rellené las hojas de maíz a las que alguien más le había embarrado dicha masa, con mole con pollo, con rajas con queso y con carne de puerco con salsa verde. Luego los cerré, como pude, y entre todos los pusimos a cocer en varias ollas express, a las que previamente les pusimos al fondo palitos y hojas de los árboles de alrededor, que por qué les dan buen sabor.
Estuve sentada junto a varias otras personas, qué como yo:
- Se sacaron el muñequito en la partida de la rosca.
- Nunca habían hecho tamales,
- o simplemente querían por unas horas, como yo, sentirse en casa.
Otras personas, que como yo, viven desde más o menos años fuera de nuestro México, lindo y querido.
Personas de diferentes ciudades, con diferentes historias y diferentes edades, que por una u otra razón nos encontramos hoy, en Lyon, y que gracias a la Asociación Mayahuel, y gracias a la familia Massez, que como siempre, nos abre su casa para reunirnos, nos hemos ido convirtiendo en una familia.
Una familia bien mexicana, que en la cocina hace y deshace al mundo. Que aprende a respetarse y a conocerse un poco más con cada receta que prepara. Que se ríe a carcajadas, que se cuenta sus penas y sus aventuras. Una familia como ninguna otra.
Una familia que mientras los tamales se cuecen, hace equipos para jugar al karaoke. Que pone la computadora en una mesa, entre las ollas y los exquisitos aromas, y canta a todo pulmón canciones de Flans, de Menudo (con coreografía incluida, por favor), algunas otras viejitas, y por supuesto, otras también en francés. Y mientras canta y baila se da cuenta de que huele a quemado. Y que nadie se fijó que a una olla le faltaba agua, y que acabamos de inventar los tamales “ahumados”.
Ahumados, pero llenos de amor y alegría.
Hoy hice los tamales más divertidos de mi vida.
Agradezco estar aquí. He aprendido tanto de mi México desde la distancia.
Gracias querida familia Mayahuel.
Gracias por tanto...