La Fiesta de las Luces, o, sigue al Gorrito Verde

Cinco de diciembre.

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La fiesta de las Luces está a punto de empezar. Una fiesta para turistas, dirán los verdaderos Lyoneses: nosotros agradecemos el día 8 a la vírgen, como dice la tradición, poniendo veladoras en las ventanas y balcones. Fiesta de sus narices, dirán los más cautelosos: hay un gentío como pocas veces se ve en Lyon. Podrías morir afixiado. ¿Fiesta? ¿Luces? ¡VAMOS! Diríamos los otros. O sea, yo, entre otros, quise decir. Y no es que no esté de acuerdo EN PARTE con los Lyoneses y los cautelosos. De una, porque si pienso que es una fiesta para turistas, pero, ¿y qué? Igual hay cosas espectaculares que ver y de dos, ciertísimo que hay MUCHA gente. Muchedumbre, más bien dicho. Todo es cuestión de enfoques y de tener ganas.

Yo me preparo este año para que no me toque TAANTA gente como el año pasado que fuimos en sábado y la verdad verdadera es que llegó un momento en que mi pequeño Luca (y su mamá también, para el caso) tenía tanto miedo de que lo aplastaran sin piedad que lloraba y lloraba desconsolado y quería salir de ahí corriendo pero no se podía porque no había forma.

Este año no me pasa, me digo a mi misma. Aviso en la natación de Paola que no va. Olivier se organiza y llega temprano. Mateo y Luca, no hay nada especial que hacer con ellos. Okay. Todo listo.

A las cinco de la tarde estamos los cinco en la casa (estamos en invierno, ya casi es de noche). Vamos ya, les digo, quiero estar ahí a las seis en punto.

Mis tres hijos me voltean a ver sin decir palabra. Caigo enseguida en cuenta de que la experiencia del año pasado los dejo traumatizados. Tanto, que los volvió parte del grupo de los cautelosos. No hay forma de convencerlos. Nos quedamos mamá, ya estamos grandes, vemos una peli. Pídenos pizza y ya. Nos acostamos solitos y bla, bla, bla. Yo dudo, como buena mamá mexicana. Olivier está feliz con la idea. Allez, ma chérie, ¡vamos! Los niños ya están grandes. Cualquier cosa Mateo nos habla y listo. Paseamos un rato y regresamos temprano. Es más, nos vamos con las patinetas (o patinetes, o patines del diablo, o como se diga…) así nos movemos más rápido.

Sí, tiene razón Olivier, me digo. ¡Solitos! Una salida romántica, viendo las luces bajo las estrellas, y sin preocuparme por que nadie apachurre a los niños ¡wow! ¡¡¡Los dos solitos!!!

La emoción va subiendo en mi hasta que acepto. Y nos vamos. Patinetes incluídos.

Hace frío así es que vamos bien abrigados. Olivier olvidó su único gorro en Reims (si…es un hombre y no le gusta gastar en cosas “superfluas” como el dice), así es que agarra el primero que encuentra de Mateo (uno verde medio “fluo” (no crean que superfluo, solo “fluo”)) y se lo pone. Yo escojo dentro de mi colección de cosas de invierno (si, soy mujer y “tienes demasiadas cosas, Lorena, deberías de hacer una selección”…) unas orejeras, que me calientan muy bien mis orejitas, exactamente, para eso sirven, me dirán ustedes…pero que hacen que oiga todo como a lo lejos, como si me hablaran desde otra dimensión.

Y ahí vamos. A la aventura de la fiesta de las luces.

Pequeño problema # 1. No pensamos que las trotinetas (ya, basta de llamarlas patinetas, patinetes o patines del diablo. Mis hijos hispanizaron el nombre francés “trottinette” y así les dicen, y así les digo yo. Y así les diré de ahora en adelante en esta historia porque me desconcentra estar pensando en los otros nombres. Uff…) no avanzan bien al lado del río porque hay piedritas. Ni modo. A caminar. Vamos con la trotineta en una mano y la otra mano en la mano del otro, o sea, dándonos la mano, pues, ‘pa que les sea claro.

Hasta ahora todo bien romántico, exactamente como yo me imaginaba, aunque de vez en cuando la trotineta se me va chueca y me tropiezo con ella, lo cual es medio desesperante.

Pequeño problema # 2. Olivier me platica y yo lo oigo a lo lejos, como un susurro (acuérdense que traigo puestas mis orejeras), lo cual hace todo aún más romántico, me dirán ustedes, solo que a veces el susurro es tan bajito que me tiene que repetir las cosas dos o tres veces. Eso es medio grave, pero no es el VERDADERO pequeño problema número dos. El pequeño problema número dos es que saliendo del río, ya para atravesar el puente hacía la plaza Carnot, el piso de la acera está muy suavecito. Perfecto para andar en trotineta.

Sí. Exacto. Tan perfecto, que Olivier se lanza a toda velocidad como un niño, de esos que se le escapan a sus papás de repente. Sin decir agua va.

Pequeño problema # 3. A partir de ese momento mi lindo “paseo romantique” pasa a ser el juego de “sigue al gorrito verde» (no sé si existe…). Al principio lo logro mal que bien, aunque pareciera que el que trae puestas las orejeras es él, porque por más que le grito que me espere nomás no me oye. Ya por fin cuando lo alcanzo le pregunto que cuál es la idea, que si venimos juntos o no, a lo cual me contesta que claro que venimos juntos pero que “ça glisse trop bien” o lo que es lo mismo, que la trotineta desliza demasiado bien (como diciendo: ¡si, estás casada con un hombre y mi idea del romanticismo no se parece en nada a la tuya!) Con lo cual me deja muda… Seguimos “deslizándonos” hasta llegar a la Place Bellecour, en donde hay un homenaje a Antoine St-Exupéry, autor del Principito. Lo veremos de regreso, le digo (o más bien le grito al gorrito verde que va unos metros adelante), ¡¡¡vamos directo a la Place des Terreaux, a ver si este año si podemos ver algo!!! (el año pasado había tanta gente que no hubo forma de ver nada) ¡¡¡OK!!!, me contesta, siguiéndose de largo sin voltearme a ver siquiera.

Pequeño (o un poco más grande) problema # 3. Digo un poco más grande porque a partir de este momento se me complica bastante la tarea de localizar al gorrito verde (aunque sea “fluo”) en medio de la marea humana que empieza a juntarse a nuestro alrededor. Olivier no solo se desliza, sino que va esquivando perfectamente a todo el que se interpone en su camino. Suena fácil y viéndolo a él hacerlo parece realmente cosa de niños. Pero no lo es. Mientras su estilo natural fluye, el mío para nada. Yo choco con no sé cuantas personas. Medio mato a otras tantas que se tropiezan con mi trotineta mientras yo trato de esquivarlas, y a otras más por poco las atropello mientras atraviesan la calle cuando yo al fin voy agarrando vuelito por lo que tengo que hacer no sé cuantos “aterrizajes” forzosos.

Entre más nos acercamos a la Place de Terreaux más peligrosa se vuelve la hazaña. Por fin logro llegar hasta donde está paradito mi lindo y amoroso marido esperándome tranquilamente y le digo que ni se le ocurra volver a subirse a la endemoniada trotineta mientras estemos en el centro. Voltea a verme y me contesta: ¿Por?

De repente silencio. Y luego colores. Música. Por arte de magia (o más bien de las luces) Los edificios de la Place de Terreaux despiertan de su sueño eterno.

Como si nada mi marido agarra mi trotineta, la pone junto a la suya y me abraza. Ya…¿qué les digo? Todo es maravilloso. No sabemos ni para donde voltear. Por un lado un cuadro. Luces naranjas, rojas, de todos colores. Bailarines, música, flores. Cuadros. Bailarines que salen de los cuadros. Desde música clásica hasta hip-hop se mezclan a las imágenes que nos transportan a otro mundo. A un mundo de fantasía espectacular. Una verdadera obra de arte. Nos encantó.

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De ahí, ya caminando como Dios manda entre la multitud, se acabaron los problemas. Vemos iluminaciones unas más bonitas que las otras. Una lamparita para bebés en la fuente de Jacobins. Una especie de video-juego en Saint Paul. La Catedral de Saint-Jean no sé ni como explicarla…increíbles imágenes de todos colores y sabores. Unas palmeras iluminadas en la iglesia de Sainte-Blandine, gente volando en Bellecour, unas esferas de colores en Confluence (estoy diciendo todo revuelto…) La Básilica de Fourvière toda azul…unos muñequitos blancos que brincan y hacen vibrar todo el edificio de la Opera de Lyon. Flores. Arcos. Y un sin fin de luces más. Ya ni sé.

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De regreso escogemos otro camino. No hay nadie. El suelo  está en su punto.

Creo que con tanto empujón en el centro agarré confianza.

Olivier se lanza y yo junto con él.

¡Deslizamos demasiado bien!

Finalmente, tener un marido «tan romántico» como el mío puede ser muy divertido.

(Por cierto, me atrasé en publicar esto. Hoy es ocho de diciembre, verdadero día de las Luces en Lyon) 

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