Amo los miércoles

Amo los miércoles.

Si ya sé, hoy es jueves. Los jueves estoy tranquila, escribiendo, con mi música preferida, o sin ruido, yo escojo. Si quiero hablar con alguien salgo a la calle, o hablo por teléfono. Solo estamos mis pensamientos y yo.

Los miércoles, por lo menos hasta que acabe este año escolar, es otro cantar.

Para los que no saben, los miércoles no hay clases en la escuela primaria en Francia. O por lo menos en Lyon. En secundaria hay medio día. Por qué, no sabría explicarles.

Lo que hace que me levanto temprano (como todos los días), desayuno con mis niños, me visto y acompaño a Mateo a la escuela.

Pausa. Mateo tiene 11 años. Muchos dirán que ya está grandecito para irse solo a la escuela, sobre todo que vivimos bastante cerca, pero a ver. Mateo QUIERE que lo acompañe. ¿Se dan cuenta? Para mí es un privilegio. No sé cuanto tiempo más va a querer que su madre lo acompañe al colegio. Así es que aprovecho. Caminamos juntos y platicamos. De todo y de nada. Diez minutos solo él y yo.

Luego regreso a la casa y me ocupo de Paola y Luca. Platicamos, se visten, se lavan los dientes, hacen la tarea, juegan, ven tele. Después me peleo para que apaguen la tele quince minutos antes de irnos. Es invierno. En Lyon hace frío…y un viento helado que se te mete hasta el cerebro y te congela hasta las arrugas. Así es que nos toma casi quince minutos ponernos todas las capas de ropa, las chamarras, los guantes, los gorros, las botas, las bufandas…¡uff! Por fin salimos y llevo a Luca a su clase de teatro.

Paola y Mateo decidieron que Luca es el candidato perfecto para tomar clases de teatro. Y tienen razón. Luca puede pasar de estar en un estado de euforia total a ser el niño más desdichado del universo en un segundo. Y llorar lágrimas de cocodrilo que le escurren por su carita y hacerme sentir esa bruja malísima de la que hablo en la pequeña (no tan pequeña) explicación de mi blog, solo porque nos tenemos que ir y no puede ver el final de su programa favorito en la tele (tiene como 20 programas favoritos en la tele). Y subirse al coche en el drama total y luego acordarse de que va a su clase de teatro y que le encanta su clase de teatro y ser otra vez el niño más feliz de este planeta. Olvidadas las lágrimas. Bendito Luca.

Así es que se queda en su clase de teatro y llega el momento de pasar una hora a solas con mi Paola. Una hora entre niñas. Suena muy poquito, pero lo disfrutamos como loquitas.

La clase de teatro de Luca es al lado del centro comercial Confluence en Lyon. Paola y yo amamos Confluence. La vista del río, los edificios modernos, pajarear por ahí, ver las tiendas, ir a la librería y pasarnos un ratito ojeando libros hasta que alguno se nos pega y nos lo tenemos que llevar…Tomar algo en el Starbucks. Ella se siente importante y yo más. Es nuestro momento juntas y no lo cambiamos por nada.

Ayer fue un poco diferente.

Ayer no fuimos a Confluence, sino a la Plaza Carnot.

Normalmente la Plaza Carnot es eso, una plaza con un parque, terrazas en el verano, gitanos mucha parte del tiempo y gente que pasa para ir a la estación de tren de Perrache que está de un lado, o a la calle de Victor Hugo, del otro lado, una calle peatonal en dónde hay tiendas, restaurantes y un poco de todo.

A finales de Noviembre todo cambia. La plaza Carnot acoge durante un mes el tradicional Mercado de Navidad de Lyon.

El mercado con sus cabañas de madera pintadas de colores verde y rojo, en donde puedes comprar toda clase de chucherías: chocolates, miel, té, adornos de Navidad, Nacimientos, bufandas, gorros, cosas de todo tipo desde bonitas y originales hasta las cosas más horribles que has visto en tu vida…

Y de donde salen los olores más deliciosos del invierno en Francia: Huele a crepas, a castañas asadas, a tartiflette, a sopa… y sobre todo… a vino caliente.

No hay nada mejor que pasear un miércoles con Paola por el Mercado de Navidad, bien tapaditas, ella con su cucurucho de castañas asadas, y yo con mi vaso de vino caliente.

 

Receta Tradicional del Vino Caliente

(Del puesto de té del mercado que vende bolsitas de especies para preparar el vino caliente más delicioso que he probado)

Ingredientes

1,5 litros de un buen vino tinto

250 g de azúcar morena

1 cáscara de limón

1 cáscara de naranja

2 bastoncillos de canela

2 estrellas de anis estrellado

2 clavos

1 un pedazo de gengibre picado

1 punta de cuchillo de nuez moscada rallada.

Preparación

  • Mezclar todos los ingredientes

  1. Poner a calentar a fuego lento,
  2. Dejar hervir 15 minutos,
  3. Servir caliente filtrando con la ayuda de un colador.

¡Salud!

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Extracto de una vida -3

Esta es la tercera parte (o primera, depende en que sentido lo lean…) de Extracto de una Vida. La subí al último porque en un principio no pensaba compartir en el blog más que el pedacito del supermercado en dónde Valentina se acuerda de la carta del abuelo.

Después decidí compartir otras dos partes; aunque este es un proyecto mucho más largo que algún día verá el día fuera de este blog, me pareció divertido compartir un poquito de esta historia, qué tiene un poco de la mía, sin ser mía, con ustedes.

¡Aquí les dejo entonces, la tercera (o primera) parte de Extracto de una vida y no se pierdan próximamente más aventuras de Valentina, esperen noticias!

Extracto de una Vida -3

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El pasto está en su punto. Fresquito, verde, frondoso. Todo indica que es el momento. Alguien grita: ¡Preparados, Listos, Fuera!

Me lanzo a la carrera. Mi cuerpo liviano de niña de ocho años da vueltas bajo la colina. Qué bien se siente. Voy despacio, agarrando vuelo poco a poco, giro y giro sin parar. Veo el cielo, luego nada, luego el cielo. Cierro los ojos y voy cada vez más rápido, más, y más rápido. Creo que voy ganando, oigo los gritos de los otros niños cada vez más lejos.

Ya casi voy llegando a la meta cuando algo me impide continuar mi camino. Un bulto extraño me para en seco. No veo qué es, solo lo siento.

Tan brusca fue la parada y el susto tan fuerte que no me queda de otra que abrir los ojos.

Pero no puedo. Los tengo pegados. Y me duelen… Y mi cabeza…Todo me da vueltas. Haciendo un máximo esfuerzo logro despegar mis párpados. Abro un ojo, luego el otro. Miro a mi alrededor.

¡Qué colina ni qué nada! Estoy en una cama. ¡Una cama gigante! ¿En dónde quedó el pasto? ¿y mis ocho años? Y lo que me paró en mi carrera no fue un bulto, sino un hombre. Si, eso dije: un hombre. ¡Un hombre desnudo y completamente dormido!

-¡Ahhh!

¡Por suerte que el grito no salió de mi mente, y que el hombre no se despertó cuando le caí encima de golpe!

Me moví lo más discretamente que pude para poder observarlo y meditar acerca de la situación.

No me era desconocido. Ya iba de gane. Pero no podía poner muy claras mis ideas, la cabeza me explotaba, sentía los ojos completamente irritados y me dolía todo el cuerpo.

Respiré profundamente varias veces. Suspiré. Mi aliento era un horror. La champaña del día anterior. ¡Claro! La fiesta de la embajada de Francia. Llegué con Jean.

Y me fui con Laurent.

¡Estaba en una cama enorme con Laurent! Desnuda, apestosa y con la cruda más grande del mundo, al lado de un hombre que conocí el día anterior! No hace una semana, ni unos días, ¡el día anterior!

Me acordé en ese momento del instante en que lo vi en la fiesta, y él a mi. Esa mirada. Nunca antes había visto unos ojos tan oscuros y profundos. Y sus pestañas. Rizadas y larguísimas. Alto, mucho más alto que yo (aunque estamos de acuerdo que no es muy difícil ser más alto que yo…pero él era altísimo, tanto que con todo y mis taconazos no alcanzaba a besarlo como se debe). Delgado, pero musculoso. Cómo de unos 27, 28 años, no sabía, y en ese momento no me importaba.

Se acercó a mi con dos copas de champaña y me ofreció una.

-Laurent. Se presentó. No me dio su apellido.

-Valentina, dije yo. Mucho gusto.

Tenía el acento francés más sexy.

Hablamos de todo y de nada. No entramos en muchos detalles. Ni de trabajo ni de vida privada. Platicamos de la fiesta, de México, de restaurantes, de comida, de viajes…Bailamos. Si, ¡Bailamos! Con lo que me encanta bailar, él bailaba. Y bien. Todo con el mismo ritmo, como una especie de rock & roll. Nuestros cuerpos parecían estar hechos para girar juntos (claro..ahora entiendo lo del sueño y las vueltas en el pasto…). Nuestra sincronización era perfecta.

Me dijo que estaba en el Distrito Federal de negocios, y que se iba al día siguiente.

Ese fue el detalle que cambió todo.

Y que hizo que me encontrara en el problemón en el que estaba metida.

 Porque estar desnuda, apestosa, con los ojos irritados (tipo rojo carmín), el maquillaje corrido y apestando a champaña no era la imagen que quería dar de mi misma, aunque nunca más fuera a ver al guaperrímo que dormía tranquilamente junto a mi.

 Y lo que era peor: No me acordaba de NADA de lo que había pasado en esa habitación aparte de que entramos entre risas y besos y nos rodamos juntos en la cama. Más risas, más champaña. Y luego nada. Hasta el día siguiente. Mi lindo sueño y la realidad…

 Tengo que hablar de la habitación. No sabía ni como se apellidaba Laurent, ni lo que hacía de su vida. Pero eso si, la habitación del hotel en el que se hospedaba estaba espectacular. Empezando por la cama. Que para haber sentido que estaba en una colina dando vueltas y vueltas tenía que estar grande. Y cómoda. Las sábanas eran blancas, como de seda. Y las almohadas. Nunca había dormido con almohadas tan blanditas, pero firmes al mismo tiempo. Algo muy extraño. Luego los muebles. De madera oscura, se veían muy elegantes y la decoración minimalista. El piso era de madera (ya hablaré más del piso…) y la sala de baño…ya la hubiera querido yo para un día de fiesta. No vi la vista, las cortinas estaban cerradas.

No quería que Laurent me viera en el estado en que estaba. Eso era seguro. Pero eso no era lo más grave. No.

El despertador que estaba en la mesita de noche, marcaba las 7:35 a.m.

¡Las 7:35 a.m.!

¡Tenía que salir de ahí cuánto antes!

Así empezó la operación fantasma. Para que Laurent no me viera tenía que ser lo más sigilosa posible.

Me resbalé muy lentamente por las sábanas y me tiré al piso. Pecho tierra. ¡Estaba helado! Reprimí un grito de sorpresa y avancé hasta la sala de baño con la técnica de un soldado que huye de la zona de guerra. Despacito, sin hacer ruido, cerré la puerta. Moría de ganas de hacer pipí. Admiré dos segundos la belleza a mi alrededor mientras estaba sentada en el excusado. Cuando empecé a imaginarme lo que hicimos (o no) en el jacuzzi me forcé a volver a mi realidad, me lavé un poco la cara (lavar, lo que se dice lavar es mucho decir… traía maquillaje contra agua y creo que acabé pareciendo un mapache recién levantado) y traté de encontrar mi ropa.

Cosa que nunca logré.

En la sala de baño, nada.

Iba regresando a rastras a la habitación para buscar cuando Laurent empezó a moverse y a balbucear algo. No se qué, por que en ese momento no hablaba francés. Pero se retorcía en la cama como un gusano y decía cosas.

Entre en pánico. A lo lejos vi una maleta abierta. Me arrastré hasta ella y saqué los primeros jeans y la primera playera que encontré. Me los puse como pude. Ahora parecía un mapache recién levantado envuelto en un costal de papas. Y Laurent pensaría que era una ladrona. Ni modo.

Salí de la habitación sin aliento.

Operación fantasma aprobada.

Pero todavía faltaba lo peor.

Así descalza tomé el elevador rogando no toparme con nadie. Tuve suerte (ya sé, era domingo a las 7:40 de la mañana…).

Llegué al lobby y corrí (literalmente) a la salida del hotel a pedir un taxi.

Me subí en la parte trasera, le di la dirección y me puse a rezar.

El hecho de que no encontrara mi ropa era lo de menos. Tampoco tenía mi bolsa, que aunque no traía nada de importancia, como papeles o dinero, si traía las llaves de la casa.

El taxi me llevó a mi destino en un dos por tres (por más que estuviéramos en la Ciudad de México, a esa hora, en domingo, no había nada de tráfico).

Le pedí al señor que se estacionara a tres casas de la mía y le dije que regresaría a pagarle.

Temblando, toqué el timbre y esperé.

Extracto de una vida -2

La Carta del Abuelo

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Mi hijita querida,

Valentina. Te escribo estas líneas con todo el dolor de mi alma. No soy muy buen hablador, ya lo sabes. Es por eso que prefiero escribirte.

Te quiero mucho nieta mía. Eso también lo sabes. Pero no creo que te imagines cuánto. Y lo difícil que es para mi decir lo que se que, por tu bien, hoy tengo que decirte.

Llevas viviendo conmigo ya seis años. Seis años en los que hemos sufrido juntos, llorado juntos, crecido juntos. Tu y tu hermana han sido la luz de mi vida desde el día que llegaron a esta casa.

La pérdida de tus padres fue una tragedia. Ellos no escogieron irse. Nunca entenderemos por qué ellos. Por qué tuvo que ser así. Fue infinitamente difícil, pero con el tiempo hemos logrado aceptar lo inaceptable. Hemos aprendido a vivir con nuestro dolor, a seguir nuestro camino sin ellos.

Mauricio fue parte de ese camino. Los tres años que pasaste junto a él te sentí serena, en paz. Pensé que seguirían juntos, que se casarían y serían muy felices. Pero me equivoqué, aunque por supuesto que no me tocaba a mi decidir. Esas cosas del amor son así, complicadas, aún más para un viejo como yo, hecho a la antigua.

Desde que terminaste con él te siento desorientada, desequilibrada.

Primero el viaje a Europa, con el que no estaba de acuerdo. Dos señoritas de buena familia paseando solas por el mundo. Les pudo haber pasado cualquier cosa…Recé por ustedes todas las noches. Gracias a Dios regresaron con bien.

Y ahora esto.

Lo que pasó ayer sobrepasa todos los límites.

He tratado de ser comprensivo y lo más abierto posible contigo, pero ayer fue la gota que derramó el vaso.

Pasé la noche en vela, sin tener noticias tuyas. Sé que empiezas un nuevo trabajo y tienes compromisos, lo cual en si me parece muy bien.

Ya la forma en que ibas vestida me pareció muy alocada, pero no dije nada para no molestarte. Entiendo que no te gusta que me meta con tu forma de vestir y trato de respetarte.

Dijiste que irías a una fiesta de la Embajada de Francia y llegarías temprano.

No me imagine que “temprano” significaba al día siguiente a las ocho de la mañana. Y deja tu la hora, el estado en que regresaste.

Me faltaste al respeto a mi, a tu hermana, al recuerdo de tus padres y de tu abuela, pero sobretodo, te faltaste al respeto a ti misma.

No me quiero ni acordar de la imagen que vi cuando abrí la puerta, es demasiado doloroso.

Mi cuerpo y mi corazón no se pueden permitir más malas pasadas.

Aunque hubiera querido tenerte conmigo hasta el día de tu matrimonio, tengo que pedirte que te vayas.

Tienes 23 años Valentina. Empiezas tu vida profesional y al parecer necesitas tu independencia. Te la doy. Es toda tuya.

Puedes quedarte en la casa hasta que encuentres alojamiento, y en cuanto eso suceda, te pido por favor me avises para no estar presente cuando saques tus cosas. Las despedidas no son mi fuerte.

Te querré siempre,

Tu abuelo Javier.

La guitarra y la escopeta

La guitarra y la escopeta entran al ruedo. El público estalla en una lluvia de aplausos. El duelo está a punto de empezar.

El silencio es total. La guitarra se avanza de unos centímetros. Es su turno.

La Guitarra: Yo soy de madera muy fina.

¡Ovación de los aficionados!

La Escopeta: Yo también soy de madera, y más fina.

El presentador: Increíble…¡empate!

La guitarra afina sus cuerdas, algo está preparando…

La Guitarra: Yo soy más bonita, mi forma de ocho es espectacular.

El Presentador: ¡Imposible de mejorar!

Los aficionados esperan con ansia la intervención de la escopeta.

La Escopeta: ¿Espectacular? ¡Eres gorda, y petacona! Yo en cambio, soy delgada y bien formada.

El público está dividido. Se escuchan gritos al unísono ¡La guitarra, la guitarra!, ¡la escopeta, la escopeta!

La Guitarra: Gracias a mi, la gente es feliz.

La Escopeta: ¿La gente es feliz? ¿Con tu ruido? Yo le doy de comer a esa gente. Conmigo pueden cazar los animales que sirven para su comida, ¡eso sí que los hace felices!

La Guitarra: ¿Ruido? Se llama música, querida, y es hermosa. Mis cuerdas pueden fabricar los sonidos más bonitos.

La Escopeta: ¡Ja!, no hay sonido más bonito que el mío. Además de bonito, con él protegí a las mujeres y niños en la Revolución Mexicana, ¡eso sí es un trabajo digno! Escuchen mis cañones.

La escopeta empieza a tirar proyectiles. El ruido es brutal. La plaza se estremece, se oyen los gritos de sorpresa de la gente.

La guitarra: ¿Trabajo digno? Yo les di ánimos, gracias a mí esas mujeres y niños tuvieron esperanzas, pudieron pensar en otra cosa que en la muerte y la guerra. Si no me creen, escuchen esto. Mi dueño, el sargento, siempre le cantaba a su enamorada. Por las noches dejaba su escopeta de lado para declararle su amor.

La guitarra está lista, el público siente la vibración de las cuerdas. Un sonido maravilloso empieza a escucharse, ¡qué música, qué voz!:

¡En lo alto de una abrupta cerranía

acampado se encontraba un regimiento

y una moza que valiente lo seguía 

locamente enamorada del sargento.

 

Popular entre la tropa era Adelita

y la mujer que el sargento idolatraba

porque a más de ser valiente era bonita

y hasta el mismo coronel la respetaba.

Y se oía que decía aquel que tanto la quería…

Y si Adelita fuera mi novia,

y si Adelita fuera mi mujer,

le compraría un vestido de seda

para llevarla a bailar al cuartel.

Y si Adelita se fuera con otro,

la seguiría por tierra y por mar

si por mar en un buque de guerra

y si por tierra en un tren militar!

¡El público explota en una ovación, está enloquecido! Tanto es el entusiasmo general que nadie repara en lo que pasa en el ruedo.

La escopeta está llorando. Ríos de lágrimas resbalan por su cuerpo de madera.

Se acerca a la guitarra y le dice, tan bajito que solo ella puede oírla:

-Adelita era mi dueña.

La guitarra y la escopeta se funden en un abrazo. Son solo una. No hay ganador.

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Extracto de una vida

¡Cualquier parecido con la realidad no es una coincidencia!

Extracto de una vida – 1

No sé ni para qué guardo esa carta. Siempre que la leo me pasa lo mismo. Traigo los nervios de punta todo el día. Más de lo normal. Mi pobre abuelo. Fue demasiado para él. Pero muévete imbécil, que lentos son estos franceses…Y pensar que para encontrar al amor de mi vida tuve que dejar al amor de mi vida. Que raro suena eso. Voy al super corriendo, paso a la casa y me voy por las niñas. No, mejor no paso al super, tengo demasiada prisa. Que en paz descanse. Pobrecito, nos cuidaba demasiado, realmente éramos las niñas de sus ojos. Creo que por aquí hay un Carrefour, por Dios, estoy de lo más despistada hoy. Mierda, ya me pasé, era por ahí. Lea tiene natación sincronizada a las cinco, y luego dejo a Ana con Marie Laure y recojo a Violeta en casa de Monique. Qué hago, ya me pasé, chin, bueno, me voy al Super U rápido y corro a dejar todo a la casa. ¿Qué fue lo que me dijo Laurent por la mañana? ¿La cena es el jueves o el viernes? Al ratito le hablo y le pregunto…Siete años. Que rápido pasa el tiempo. Me acuerdo de su funeral como si fuera ayer. Las flores, la música, la gente. Creo que le hubiera gustado. Fue todo tan emotivo, tantos recuerdos. Cómo sufrió cuando me “corrió” de la casa… De todas formas me tenía que ir algún día. Esas ideas de los mexicanos. Bueno, ahora lo digo fácil, pero cómo sufrí en el momento, lloré como tres días seguidos, que drama… Queso, leche. Ya no hay papel de baño, ni pastillas para el lavavajillas. Que buen invento el lavavajillas, la vida que llevaban las pobres mujeres antes. No paraban de lavar platos en todo el día. Cómo si no hubiera nada más interesante que hacer. Aquí me estaciono. Sí traigo un euro, que suerte. Me choca no poder sacar el carrito rápido. Quedarte en casa hasta el matrimonio, ¡ja! Cómo se ríen mis amigas aquí cuando les platico eso. Ya de por sí se les hace que 23 años es una eternidad para quedarse en casa de los papás. No, pero ¿cómo voy a recoger a Violeta en casa de Monique si hoy me toca a mí ir por ellas al colegio? Qué mensa. Es mañana que va a casa de Monique, no hoy. Aprovecho y compro algo de fruta. Y jamón. Cómo lo extraño. Siete años de no ir a México. ¿Para qué? ¿Dónde está el camembert?, y un poco de feta para la ensalada. Me tengo que poner a dieta. Que horror, siempre digo lo mismo. De una vez compro el cuaderno que necesita Lea. Me encantó Ana ayer, está lo máximo estos días. Y pensar que nos cuido solicito. Tengo que marcarle a Mariana, hace años que no hablo con ella. Me cansa porque cada vez que le marco es lo mismo…¿Cuando vienen a México? Queremos ver a las niñas…¡Qué vengan ellos! Creo que ya es todo. Corro más ahora que cuando trabajaba, que cosa. ¿En dónde están las cajas? ¿Pero qué, regalan algo? ¡Cuánta gente! Ciento diecinueve euros. Que caro está todo. No, no es cierto, ¡dime que no es cierto! ¡Pero que diablos hice con mi tarjeta! Tranquila, respira hondo, busca bien. A lo mejor se me cayó en la bolsa ¿O la dejaría en mi otra bolsita en la casa? Y usted que pinche vieja, que me está viendo, seguro que usted es perfecta, nunca la pasarán estas cosas…Dios de mi vida ¿pero que hice con ella? La usé el viernes para pagar en el restaurante, ¿y el fin de semana? Estuve con Laurent y ni saqué mi dinero. ¿Creen que no se que me estoy tardando mucho?, dejen de verme así bola de franceses antipáticos. ¿Qué hago? Con la prisa que tengo…

-Mademoiselle je suis désolée. Je ne peux pas vous payer.

Si las miradas matarán…Las llaves del coche, ¿en dónde metí las llaves del coche?

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Un domingo

Siguiendo con los recuerdos de mis abuelas, y aprovechando que hoy es domingo, aquí les dejo un relato que aunque corto, no deja de tener un gran significado, y de guardar, muchas, muchísimas historias…

Un domingo

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Las doce y media. Mi mamá me da dinero. Tomo mi bolsa, mis llaves y salgo de casa. Me subo a mi coche; lo arranco. Salgo del estacionamiento y me dirijo al periférico sur de la Ciudad de México. Abro la ventanilla, saco un cigarro y lo prendo. Pongo música en la radio. Después de más o menos veinte minutos salgo del periférico en Barranca del Muerto. Doy vuelta a la izquierda en avenida Revolución y un poco más adelante me paro. Bajo del coche y compro dos pollos rostizados, una bolsa de papas y una de chiles jalapeños. Me subo al coche y continúo mi camino. Cinco minutos más tarde llego frente al edificio. Me estaciono, me bajo y toco el timbre.

-Abuelita, soy yo. ¿Subo o bajas?

Nostalgia

Para los que, como yo, tuvieron la suerte de tener una niñez sin internet, en donde un objeto cualquiera se transformaba en cosas maravillosas y en donde siempre había historias que contar.

Hay objetos que están necesariamente relacionados a una persona en nuestra memoria. Yo pensé en este.

Y a ustedes, ¿qué objeto les hace pensar en una persona especial? ¡Déjenme sus comentarios en el blog!

Nostalgia

Y otra vez, para arriba, para abajo, ¡me estoy mareando!

Derecha, izquierda, arriba abajo, arriba, abajo. ¿Cuánto tiempo más va a durar este martirio? Yo no estoy hecho para esto…no me pueden dejar tranquilo…

-El vuelo número 139 de Aeromexico está a punto de aterrizar, favor de abrocharse los cinturones señores pasajeros. ¡Oh no! Una tempestad nos obliga a cambiar de ruta, vuelta a la derecha, más rápido, más rápido, vuelta a la izquierda, vamos, ya casi lo logramos, si señores, ¡lo vamos a lograr! ¡¡¡Nuestro piloto es un genio!!! Frena…hiiiiiiiiii…..llegamos a salvo queridos pasajeros. ¡¡Gracias!!

 -¡Niños! Vengan a cenar. Ya está listo.

 -Si abuelita, ya vamos.

-¡Después de cenar me toca a mi!

-No, ¡me toca! Tu ya jugaste dos veces hoy y yo solo una. La última y luego te toca.

-¡Niños!

Uff…por fin, un poco de calma….me duele todo mi hermoso cuerpo.

Cada vez que vienen estos niños es lo mismo. Si no es un avión es un coche o una moto. Siempre hay historias que contar y no hay forma de explicarles…¡¡¡No soy un volante!!!, ¡¡¡Ni un freno de mano!!!, ¡¡¡Ni un acelerador!!! Si tan solo pudieran escucharme…

Si tan solo su abuela no fuera tan condescendiente, si no les permitiera jugar y soñar como los deja, si no los quisiera tanto…mi vida sería más fácil. Pero no…siempre está ahí. Lista para recibirlos, para abrazarlos, para besarlos. Para prepararles su comida favorita.

Para permitirles tocarme, ultrajarme, moverme de lugar, jalarme…

Cuando están aquí, que además es bastante seguido, no tengo descanso.

Parece cómo si les gustara más que nada venir a esta casa para molestarme.

Aunque bueno… tengo que ser sincero. Esos niños le cambian la vida.

La llenan de alegría, de amor. Su vida cobra sentido cuando está con ellos. Cuando los oigo reír, jugar, ver la tele, jugar a las cartas por las noches, platicar o rezar juntos, me doy cuenta de lo que es ser importante para alguien. Y aunque me cueste aceptarlo, también yo me vuelvo importante cuando ellos están aquí, mi cuerpo también cobra vida cuando me utilizan. En un cierto sentido me gusta…¡pero podrían respetarme un poco más! ¡Mi madera ya tiene sus añitos….!

Cuando ella está sola todo es diferente. Mi vida se vuelve “normal”.

Ella siempre sentada en su sillón. Conmigo al lado. Yo tranquilito, esperando. Ella tranquilita, esperando. Esperando y

fumando…fumando y esperando. A que ellos vengan. A cambiar su vida, nuestra vida.

Como hoy.

-¿A dónde va señora, a dónde la llevo?

-Hola señorita taxista, voy al mercado a comprar flores, me puede llevar por favor?

-Si señora, cómo no. Súbase. Vamos a la derecha, a la izquierda, ¡cuidado!

Acelero y otra vez vuelta a la derecha y ahora freno.

Ya llegamos señora abuelita, ¿se baja del coche por favor? Son cincuenta pesos.

-Muchas gracias señorita taxista, aquí tiene. Hasta luego.

-Ya abuelita, ¡dijimos que me tocaba a mi ahora! ¡Deberías de comprar otro cenicero que parece un volante que da vueltas como este, con su pie largo y su base que sirve de acelerador…para poder jugar todos!

 -¡Ay mi hijito! Ese cenicero viene de la familia de tu abuelito, que en paz descanse…es muy antiguo, ya no los hacen así ahora…¡Si vieras como lo quiero! ¡Y no debería dejarlos estar juegue y juegue con él, pobre, me lo van a acabar rompiendo en una de esas con tanto jaloneo!

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¿En dónde estás, Ratón Pérez?

OK. Lo admito. El ratón Pérez de mi casa es muy distraído. Pero también, pobre…

Viene desde muy lejos. Y luego a estos niños míos se les ocurre perder dientes de a montón. Sí, no crean que uno de vez en cuando. No. Mateo, por ejemplo, perdió cinco en dos semanas. ¿Cómo quieren que el pobre ratón se dé abasto? Apenas se va cuando ya tiene que regresar. Pues claro, a veces no le da tiempo. Lógico.

Luego otras veces mis hijos se tragan los dientes. Sí, como lo oyen. Supongo que a alguno de ustedes les habrá pasado. Solo que para recibir su dinerito, mis niños tienen su técnica. Mantienen correspondencia con el ratón. Le explican la situación, se disculpan y aprovechan para hacerle preguntas; de todo tipo: ¿De dónde eres? ¿Cómo te llamas? ¿Eres niña o niño? Preguntas a las cuales el ratón trata de responder con detalle. ¡Pero bueno! ¡Sí se imaginan al ratoncito, con el tamañito que tiene, contestando preguntas de niños curiosos, con su letra minúscula! Todo eso toma tiempo, y ya me imagino que a veces se cansa. Y por eso no viene.

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O será que de se queda dormido… quién sabe.

En cualquier caso, aquí les dejo como tentempié (en lo que acabo el otro relato que voy a publicar esta semana) una pequeña poesía que escribí para él, de parte de mis hijos, claro está:

¿En dónde estás, Ratón Pérez?

Ratón, mi ratón Pérez, mi diente te esperó toda la noche y no llegaste.

Rápido eres, ¿por qué tardaste?

Relajado me acosté, pensando que, por la mañana, mi diente ya no estaría y una sorpresa me esperaría.

Resulta que me olvidaste.

Recomenzaré esta noche; un pedazo de queso te dejaré y algo me dice que ahora sí vendrás y mi diente te llevarás.

Eso es todo. Hasta la próxima. ¡Disfruten!

La Visita

 

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La visita

La nostalgia no cabe en la fiesta. Solo el júbilo.

Cada año María y Ramiro comienzan los preparativos al alba. La felicidad los invade. Hoy es el día. María se dirige a la panadería y Ramiro va de prisa al mercado. El fresco aire de la mañana le trae de regalo el aroma de las flores. Desde lejos puede ver los colores. Naranja, amarillo y rojo. Y el blanco, para los niños.

Las más frescas son las mejores.

Apresura el paso.

-¿A cómo el cempasúchil, marchanta?

-A diez el manojo, jefe. Está bien bonita.

-Déme cuatro. ¿Y la nube?

 -La nube está a cinco. Llévese también la de terciopelo, baratita. Se la dejo a cinco, igual.

 -Gracias mi seño, me llevo seis manojos de nube y tres de terciopelo, de la roja. Aquí tiene, quédese con el cambio, gracias.

 

Satisfecho, acompañado de la estela aromática más deliciosa, Ramiro sigue su camino. Se detiene un poco más lejos, en el puesto de las veladoras. Compra veinte. Iluminar es indispensable.

Regresa a casa a tiempo y listo para comenzar.

Primero acomoda la mesa. Dos pisos este año. El cielo y la tierra.

Con el papel picado multicolor que prepararon el día anterior empieza la decoración. Juanito trajo las calaveras de azúcar y floreros muy grandes para adornar.

Pone las fotos en primer plano, y dos vasos de agua; el viaje es largo y se llega cansado. Y mucha luz.

La cruz y el camino de pétalos de flores, hasta la calle, para que no se pierda.

María vuelve con el pan. Justo a tiempo. Los platillos están listos. Mole, frijolitos negros y tamales. Sin olvidar los dulces típicos y el tequila, claro está.

El copal y el incienso también toman su lugar. Acompañarán la oración y la espera.

Todo está listo. La familia, llena de ilusión y esperanza, se acomoda alrededor del altar.

Tomándose de las manos, rezan. El ambiente se llena de paz. La festejada está a punto de llegar.

 

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Hace un año que no los veo. No puedo de la emoción. Un año entero es mucho tiempo. La última vez que estuve con ellos Juanito había crecido tanto… Y mi Javier, parecía cansado; cómo lo extraño…Estaban ahí, todos sentaditos, calladitos, como rezando, esperándome.

El camino tomó varias horas. Por suerte no estaba sola. Venía con Don Ramiro, y la Vero. También Eva y la señora Betina. Y algunos otros; éramos un grupo bastante grande. Todos ilusionados, veníamos cantando, me acuerdo. Luego cada quien contaba sus historias, unas tristes y otras bien chuscas, como esa que contó Rosita, de cuando se le salió la gallina del corral y tuvo que perseguirla durante horas, y luego la otra, la del Poncho, que la novia lo dejó vestido y alborotado, esperándola en el altar de la iglesia. Y cuantas otras.

Y ahora habrá nuevos que hagan el viaje, siempre más.

Qué ganas tengo de verlos.

De dejarme guiar por su camino de luz, por el aroma de los pétalos de flores que ellos escogieron, con tanto amor, en los que dejaron plasmado un pedacito de su alma que me acompañará hasta llegar a su presencia.

Y de abrazarlos muy fuerte; y de contarles, y de que me cuenten todo lo que han hecho, que me hagan reír con sus ocurrencias, con sus chistes.

Quiero probar los deliciosos platillos que tanto me gustan, el rico mole, y los tamalitos verdes y de dulce. Y el pan. ¡Y un buen tequila!

Disfrutar la fiesta, como si nada, como ayer, como mañana, como siempre.

Y hacer el camino de vuelta con ellos, que me acompañen, juntitos, platicando, soñando, como si fuera un paseo, pero que no se termina nunca.

 

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No tema. No llore. No sufra.

 Sonría, que estamos de fiesta. Y conviva, que para eso vino. No este triste. Hoy no. Platique, ande, no sea tímido, que ya verá que se le calma el acongojo y le viene la paz.

 Y sobre todo. No dude. Actúe.

 Puede que no vea nada, solo sienta. Con el corazón. Con el alma bien despierta. Solo los que aman de verdad y creen, sienten.

 Y solo los que sienten, escuchan… y hasta ven.

 Si escuchó, creyó, y si no, pues no. Puede que sí, como puede que no.

  

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La casa está iluminada. Bien bonita.

 Vas a ver que te va a gustar, abuelita. Mi mamá se fue bien tempranito a hacer el pan. Y papá trajo las flores más bellas, de colores. Para ti. Yo fui a comprar las calaveritas. Ya el papel picado lo teníamos preparado.

 Ayer hicimos tamales, y mole poblano, que tanto te gusta. Y no abuelita, esta vez no se nos olvidó el tequila, ni las alegrías.

 Mamá escogió una foto en donde sales rete guapa, jovencita. Y otra ya de más mayor, con tu chal azul, ese tan calientito con el que me arropabas cuando era chiquito, ¿te acuerdas?

 Al rato vamos por mi abuelito, que también quiere venir a verte, aunque dice que ya pronto te va a alcanzar, que ya está cansado y viejo. Nosotros ni lo escuchamos, porque bien que todavía está puesto para jugar al dominó los domingos, y la misa no se la pierde. Ya lo verás, ¡todavía falta para que te lo lleves!

Estoy tan contento de verte abuelita, te extraño mucho. Cómo me gustaba contarte mis cosas… A veces todavía lo hago, porque sé que me escuchas, pero no es lo mismo que cuando te tengo enfrente, por eso voy a aprovechar hoy. Ya le pedí a todos que me dejen un momentito a solas contigo, porque ¿sabes? Te tengo que contar algo… No me atrevo ni a contarle a mis papás, luego me regañan, dicen que solo pienso en tonterías, que a mi edad no debería de andar pensando en mujeres. Pero no son pensamientos cochinos, no abuelita, te lo juro. Es algo serio, de verdad. Creo que estoy enamorado. Pero ella no me hace caso. O eso digo yo. Ya guardé la carta que me dio para enseñártela y a ver que opinas. No te vayas a reír, me lo prometes.

No te digo más, lo dejo para esta noche. Ya me urge que llegues y veas qué lindo que quedó todo abuelita, ¡y el festín que nos vamos a dar, te va a encantar!

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Doña Irene se levantó muy temprano. Se incorporó. Se sentía como una niña a punto de tener un juguete nuevo. Emocionada y nerviosa a la vez.

Le aguardaba un largo camino, así es que se arregló y se puso en marcha. A pesar de su edad se movía al ritmo del viento, que no soplaba tan despacito…

Llegó al lugar de la cita temprano. Normalmente no le gustaba ser la primera, pero ese día estaba tan contenta que se puso a tararear su canción favorita mientras esperaba.

Poco a poco, todos los que iban al mismo pueblo que ella fueron llegando. Amigos, conocidos, jóvenes, niños y hasta varios bebés se alistaban.

Cuando estuvieron listos comenzaron el gran viaje.

Al principio todos platicaban, cantaban, contaban historias. A doña Irene le encantaba escuchar los cuentos de todos, cada quién tenía su especialidad.

Al acercarse al pueblo, cada uno iba tomando su propio camino. Algunos se quedaban en las afueras, cerca del llano; otros, en algún rancho y algunos más entraban hasta el centro.

Ese fue el caso de Irene. Concentrándose, se dejó llevar por la fragancia de los suyos: una mezcla del perfume de las flores más deliciosas con el amor, la ilusión y la esperanza de su familia.

Muy pronto vio las luces que la guiarían hasta ellos. El camino de pétalos de cémpasuchil llegaba hasta la calle, e inmediatamente supo que había llegado a su destino.

Se acercó muy despacio, para no asustar. Por la ventana vio a su amado esposo, Javier, a su hija, María, a Ramiro, su yerno y a Juanito, su nieto. Los cuatro rezaban juntos y esperaban tomados de la mano, como cada año.

Nada podría hacerla más feliz que ese momento. Poder verlos, tocarlos, hablarles. Tenía esta oportunidad solo una vez al año y pensaba disfrutar cada segundo.

Sintiendo que ya no podía más, entró a la casa. Al instante, todos dejaron de respirar. La paz y tranquilidad que se sentían en el ambiente en ese momento eran totales. Sabían que había llegado.

Se acercó a ellos y sin decir palabra, los abrazó muy fuerte, con todo el amor que traía guardado desde hacía un año.

Podrían haberse quedado así, entrelazados, pero las ganas de festejar y la felicidad que sentían todos hicieron que se separaran y pasaran el resto de la noche riendo, cantando y celebrando la vida y la muerte que esa noche eran una misma.

 

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El niño habla con determinación. No se alcanza a oír lo que dice pero se ve que tiene una conversación animada. Se ríe.

 Solo que frente a él no hay nadie.

O eso dirán los escépticos. Porque los otros, los que creen, esos, pueden escuchar y hasta ver claramente a una abuela platicando con su nieto, en el cementerio:

-Te lo dije, Juanito, te dije que los jóvenes de ahora ya no son románticos. Cántale, ya verás que eso sí funciona. Llévale serenata y te prometo que cae redondita.

-Chale abue, ya ves como eres…¿Qué, a ti si te cantaba mi abuelo?

-¿Qué si me cantaba? ¡Me canta! Anda, ve por él. ¡Ya verás qué bien le salen las rancheras!