Propósitos de Año Nuevo

Ora si, lo logré. No lo puedo creer, mi primera clase de Zumba. Wow. Estuvo chida, la verdad. Y bien que si pude seguirle el ritmito al Edison, que por cierto, que buenas pompis se carga, ya las quisiera yo para un paseito en Chapul. Y la música así, pegajosita, como me gusta. Si regreso, ¿eh? Y capaz y ahora si por primera vez en mi vida logro cumplir con mis propósitos de año nuevo. No, porque tengo que ser sincera. Si me pasé un poquito en estas fiestas, y se me hace que por ahí traigo unos 4-5 kilitos de más. Nada grave, pero si se me nota ya una pancita que no tenía antes y siento que me ahogo cuando me abrocho los pantalones. Es más, ayer me tuve que acostar en la cama para ponérmelos, como cuando se usaban los jeans de tubo a finales de los ochentas y que entre más pegados te quedaban mejor y jalabas y jalabas sin respirar hasta que lograbas amoldarlos a tu cuerpo. Solo que esta vez no eran de tubo, eran más bien de esos de pata de elefante que ahora andan de moda. No, no me malinterprenten, obvio que el problema no eran las patas, sino la cinturita. Lo acepto, se me quedaron atorados al nivel de la cadera y no lograba subirlos, ni cerrar el cierre correctamente, para el caso. Pero bueno, lo bailado nadie me lo quita. Qué buena estuvo la Navidad en casa de la Luchis. Sus romeritos eran como salidos directamente del banquete de los Dioses, el mole picosito, pero dulce al mismo tiempo, y esas tortitas de camarón, en su punto… uff. Y el bacalao ni se diga, hasta me chupé los dedos. Y esa ensalada Navideña, que más que ensalada parecía postre, con su crema bien especita y hartas manzanas y nueces… Y ya le paro porque por estar recordando cosas que no ya se me hizo tarde. Y con eso de que no hay gasolina prometí seguir en los buenos pasos, poner mi granito de arena para no hacer más bulto del necesario, y caminar. No porque qué rollo. Que si está bien, que si no, que si para qué, que si no tiene caso, que si combaten la corrupción, que si nos dan atole con el dedo… Ya dejen de dar lata, pues. No queda más que esperar y ver si todo esto sirvió de algo. Huachicoleros. Por esta que antes del desabasto nunca había oído esa palabra. Qué cosa. ¡Jijos, me duele todo mi hermoso cuerpo, eh! ay oye, esto de caminar justo después del ejercicio está medio cañón. ¿Y si mejor tomo un taxi? No. Dije que caminaba y camino. Todo sacrificio es bueno para lograr mi objetivo. Lo que no me cabe así que digamos muy bien en mi cabeza es que con todo y todo lo que le di al bailongo en la fiesta del fin de año no baje ni medio gramo…lo que me hace pensar que igual y esto de la zumba no es tan buena idea, no sé. Me voy a pesar llegando a la casa a ver que tal me fue hoy, porque con esta caminata y una hora de ejercicio si que debo de perder algo, no manches. Oye, esta calle está muy larga, nunca me había fijado que las calles de la Ciudad de México son así como eternas, qué cosa. Y para colmo hay puestos de tamales y pan dulce en cada esquina a esta hora. Y la gente entrándole a gusto. Hay que decir que huele de lo más delicioso, que antojo la torta de tamal que se estaba comiendo el trajeado ese. Aunque si se ve que algunos puestos tienen más éxito que otros. Unos tienen una cola como de gasolinera en estas fechas, y otros están desolados. Pobres, tendrán que revisar el sazón, se me hace. ¿Y si me echo un tamalito? No, es que afán de poner la tentación por todos lados… mejor me apuro que ahora si ya voy re tarde. Y todavía me falta un buen cacho de avenida para llegar a la chamba, recuérdame ¿a qué hora se me ocurrió esta gran idea? Y según yo prometí hacerlo 3 veces a la semana. Neta que que fuerza de voluntad tengo. Soy una santa. Y pensar que el Chacho a de estar a penas abriendo el ojo. Huevón. Ese sí que necesitaría una buen régimen. Porque no me dio el corazón para decirle, pero antier que echamos patrulla, un segundito más y me asfixia. Me apachurró así bien gacho y yo fingí como que que rico pero mejor cambiamos de posición, así para que como que no quiere la cosa pensara que yo también participo y tengo ideas originales en nuestros intercambios cachondos. Es buen tipo, pero si le falta enjundia. No sé si así se diga pero me gusta esa palabra: enjundia. Suena chingón. Y volviendo al Chacho, si estoy clavada, pero no así que digas clavadísima. Me gusta, me la paso bien cuando estamos juntos, pero no sé, como que no me acabo de enamorar, lo que se dice, enamorar. Y lo peor es que él si anda cacheteando las banquetas por mí. Digo, no quiero parecer mamona, pero se le nota. Se la pasa mandándome mensajitos con emojis de corazones, de florecitas y luego me escribe cada cosa que hasta me sonrojo nomás de acordarme. En la cama es bueno, así, sin más. Pero como es medio machín no me atrevo a guiarlo demasiado, si me gusta que piense que soy una mujer activa, pero a él le gusta sentir que maneja la situación. Yo se que el quisiera que avanzara la cosa, y que hasta se imagina que un día de estos vamos a acabar viviendo bajo el mismo techo, y eso también me tiene medio nerviosa, cosa que tampoco ha sido muy buena para mi estado físico…si no nomás son las fiestas. Tengo hartas cosas en la cabeza, ni para que negarlo. Mi familia me mete la presión de que como a mi edad sigo soltera, y lo peor, viviendo sola en esta capital tan llena de gente y de peligros. Por más que les digo que tengo la situación bajo control ellos insisten. Me choca esta sociedad tan machista. Yo la verdad no me siento intranquila o incómoda de salir sola y mantenerme. Me gusta mi independencia. En el salón gano bien y me alcanza para vivir dignamente. Y si que quiero una familia y tener hijos un día, pero cuando encuentre a la persona correcta, no con cualquiera. Y no estoy segura que esa persona sea el Chacho. Ya veremos. Por lo pronto disfruto del momento y cuando me agobie demasiado lo mando al carajo y listo. Total, no será el primero, ni el último. Ya me ha tocado sufrir a mí cuando me dejó el cabrón del Memo. Con ese si que me clavé y ya ves, para lo que me sirvió. Desde entonces yo muy digna. No me vuelve a pasar. Uff, ya, ahora si me agoté y esta calle que no se termina. Ahí a lo lejos veo el Superama, ya, por fin. Un último esfuerzo, piensa en los resultados. No por nada pero ahora si ya tengo hambrita. Me merezco un alguito. Me voy a pasar al puesto de Doña Mari, tiene cosas bien sanas. Espero que ya haya llegado la señora con los nuevos tintes porque si que me costó convencer a la Azucena que me dejara hacerle su color otra vez. Cuando me dijo que el que le apliqué la semana pasada no había tenido el éxito que esperaba y que la neta prefería hacer cita con Meche casi me da un patatús. No, porque aceptar que se vaya con la Meche sería mi muerte asegurada. Como si aceptara ante el mundo que soy pésima estilista, y que necesito que alguien, y sobretodo que la Meche, con lo que se cree ya de por si, repare mis errores, y eso si que no. Le rogué que me diera otro chance de demostrarle que puedo hacerle un look super fashion. Y que además el que me pidió le había quedado bastante bien, y no entiendo porque no le gustó a su galán… Después de un rato aceptó pero me amenazó bien feo. Que si esta vez no le gusta en primera no me paga y en segunda se va a otro salón, ya ni con la Meche. No sé… según ella dice que me pidió un color “frozen estroberry” con mechas tipo babylights platino y que el novio le dijo que era más bien un color tipo catsup tirándole a salsa mil islas, que cual «estroberry» ni que nada. Que parecía como si acabara de tener un accidente en el Macdonalds. Eso dijo. Me pegó duro en mi amor propio, ni para que negarlo. Pero aceptar que me equivoqué en la mezcla delante de una clienta, nunca. Tengo mi orgullo. Así es que le pedí a la señora que me fuera a comprar tinte del bueno, y de tonos bien de moda, ahora si no quiero problemas. No bueno, ahora si estoy a punto del sofocamiento. De plano ya no puedo respirar. Ya, aquí me paro. Se ve bueno.

– Oiga, buenas joven. ¿Me da una ensalada de frutas por favor?

– Buenas seño. ¿Le pongo sandía, melón y piña?

– Nada más piña.

– ¿Yogurt y miel o queso cottage?

– No, mire joven, póngale cebolla y cilantro. Y carne al pastor. Y sabe qué, unas cinco tortillitas porfa.

– Ya no le entendí bien señorita… ¿quiere tacos al pastor?

– No joven, no quiero tacos al pastor, y no me vea con esa cara. Clarito le pedi ensalada de piña, ¿no? Solo cambié el acompañamiento, no es tan complicado, ¿o si? ¿Qué, algún problema?

– No seño, al cliente lo que pida, no faltaba más.

– ¡Sale una ensalada de piña con cebolla y cilantro, carne al pastor y cinco tortillas!

– No bueno, que gente mal pensada, que le pasa…

– Y no se le olvide la salsa verde joven, y muchos limones. Ah, y una coca, para acompañar.

– Y ustedes, ¿qué?, ¿qué me ven?

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La Pastorela

Ya sé que te lo prometí virgencita. Créeme, lo sé mejor que nadie… Y te juro, en buen plan, pensaba cumplir mi promesa, de veras.

Neta. Sabes que no fue mi culpa.

Es que también, a quién se le ocurre ponerme a mi en tú papel. Si ya saben como soy pa’ que me invitan caray…

Ya me latía desde que saqué el bendito papelito que me estaba metiendo en problemas. Me podría haber tocado ser una pastora, o un diablito, o ya de perdis una oveja o uno de los peces en el río. O por qué no, la campana sobre campana o ya, de plano el burriquito. Si hasta recé mientras lo abría y ni así me libre de la sentencia.

Ahí clarito y en letras mayúsculas estaba bien marcado: LA VIRGEN MARIA.

Ya mejor hubiera estado que dijera: YA TE PUDRISTE MANUELA.

No, porque yo cuando me meto a algo, o lo hago al cien, o mejor nel. Ni le entro. Se lo dije directito al Javi cuando me invitó a participar en la pastorela:

-Si le entro, ensayamos y toda la cosa ¿eh?, me aprendo el papel como se debe y hasta me porto así como Dios manda en lo que es la pastorela, te lo juro por esta.

Y claro, en lo que decía te lo juro por esta me besé la cruz que estaba formando con mis deditos.

Lo que no sabía en ese momento, porque claro, como diablos podía yo saberlo si nunca en la vida había querido participar el muy canijo, es que él, si, él, el mismo que me quita el sueño y con el que sueño cuando logro dormir, ese, el que me vuelve loquita de amor y hace que mi corazoncito lata más de la cuenta, iba a aceptar participar y que pa’ colmo de mi mala suerte le tocaría ser José.

José, o lo que es lo mismo: SUFRE DURANTE TRES SEMANAS MANUELA.

Tres semanas de verlo, tenerlo así cerquitita, pedir la posada a su lado, caminar juntos de la mano, incarnos frente al pesebre… y no poder hacer nada de nada ni tratar nada de nada. Ni aunque sea imaginarme algo… nada mano, mal plan total, te lo digo yo virgencita.

Ni modo, me dije a mi misma. Te aguantas. Un juramento es un juramento.

La primera semana de ensayos fue como un martirio, ni más ni menos. El Tona guapísimo, como siempre y amable, además. Yo bien profesional. Eso sí, los pensamientos que me pasaban por la mente ni te los cuento, virgencita, pero neta que en cuanto me venían a la cabeza luego luego los controlaba. Además ya te dije que a mi me gustan las cosas serias, así es que con todo el dolor de mi corazón de no poder declararle al amor de mi vida mis sentimientos, me concentré en lo importante.

La pastorela avanzaba a las mil maravillas. Este año la escribió Juanita, que es re buena para esas cosas de la creatividad. Está bien chusca y ya se ve que la gente se va a carcajear de lo lindo. Te digo que hubiera preferido ser diablito caray, a ellos les toca decir las cosas más divertidas, hasta de doble sentido. Nosotros puras lindas y puras palabras, como debe de ser.

Total que ahí la llevaba virgencita, tú lo viviste conmigo y te consta.

¿Cómo podía yo adivinar lo que se venía? A ver, tú dime, ¿cómo? Era imposible saberlo. Sobretodo que ya te dije que me estaba portando yo más que bien.

Debe haber sido la proximidad. Digo, no sé, me imagino. Nunca habíamos estado tan cerca el uno del otro. De hecho yo nomás lo había visto en su puesto, y me daba harta vergüenza platicar con él. Hablar, sí, cuando le compro pollo hablamos de cositas de todos los días mientras me lo corta y me lo prepara así, tipo qué calor hace hoy o cuánta gente hay o cómo le ha ido, bien y a usted, pero y ya. Así es que conocernos, así conocernos, lo que se dice profundamente, pues no.

Pues figúrate que la segunda semana que empieza a echarme ojitos durante el ensayo. Bueno, tu misma lo viste, estoy segura. Mientras yo repetía mis líneas él me veía así bien coqueto, con esos ojitos pispiretos que tiene. Yo trataba de hacerme la que ni cuenta, pero qué quieres virgencita, es el hombre de mi vida, siempre lo he sabido. Y que el hombre de tu vida te haga ojitos es como sacarte la lotería cuando andas bien pobre, ¿si me entiendes?, no podía no voltearlo a ver, aunque sea. Se me hacía una grosería. Y más que el miércoles después del ensayo de plano se me acercó y se ofreció a acompañarme. ¿Qué hacía? Además lo hizo así bien indefenso, natural, pues. Se veía que no habían malos pensamientos detrás de su ofrecimiento.

Y no, ¿eh? Que me acompaña y más bien nos la pasamos riendo de todas las cosas que habían pasado en el día. Platicamos y platicamos y hasta entramos al patio de la iglesia para ver el nacimiento. Y que me dice, mira Manuela, ahí estamos tú y yo, bien juntitos, y que yo le digo que sí, que así nos vamos a ver ya con nuestros disfraces ¿qué te parece? Hasta sentí que la panza se me voltéo en ese momento pero te consta que me aguanté las ganas de lanzarle una indirecta. Luego, saliendo de ahí me invitó unos esquites en el puesto de afuera, el que se pone ahí al lado de de los tamales. La plaza estaba toda adornada con noche buenas y un árbol de Navidad gigante, lleno de luces y esferas de todos colores. Bien bonita y romántica, de veras y nosotros rete bien portados.

Los demás días siguió así bien lindo conmigo, pero sin más. Yo sufriendo, pero aguantando.

El problema ya más grave empezó la tercera semana el martes. Estábamos precisamente en la parte de la pedida de posada ahí donde se canta …pues no puede andaaaar mii esposa amaaadaaaa…cuando de repente siento que alguien me aprieta la mano y me hace un guiño viéndome directamente a los ojos. Claro que ese alguien era Tona virgencita y sobra decirte que casi me da algo ahí en medio de la sala de Lucrecia, pero te lo digo igual. No me atreví a hacer nada ahí tampoco.

Saliendo esa noche el Tona me volvió a acompañar y que a la hora de pasar otra vez por la plaza que me ve que yo estaba titiritando de frío y que se quita su chamarra y me la pone sobre los hombros de lo más caballeroso. No me pude contener virgencita, que me volteo y le doy un besito en la mejilla de lo más casto. El se puso todo rojo. Se quedó viéndome así bien tierno un segundito y en eso que me planta un besucón tan apasionado que me sacó completamente de onda, no me lo esperaba, te juro, después de esa escena tan inocente. No pude hacer nada virgencita, que me quedaba si no regresarle el beso. Esto que te cuento no cuenta ¿eh? pues no empecé yo y en ese momentito no estábamos en ensayo, así es que no me pareció hacer nada malo y además bien que terminando el beso y aunque estaba toda atolondrada y con ganas de seguirle le dije que era el primero y el último hasta que se terminara la pastorela, que yo había prometido portarme bien y que una promesa es una promesa.

El resto de la semana nos costó estarnos quietos, pero Tona es un hombre de palabra y no pasó de darme uno que otro picorete y de decirme que ya la andaba por hacerme cosas y salir conmigo enserio. Yo como gelatina, pa’ que te miento.

Total, llegó el día de la presentación en plena plaza en dónde habían colocado varias gradas para que se acomodara la gente, que por cierto, llegó de a montones. El escenario no podía estar más bello: luces en forma de estrella, un nacimiento viviente con ovejas, una vaca y hasta dos burros; el pesebre de madera bien bonito y lucidor y varias macetas con noche buenas todo alrededor.

Estaba todo perfecto, menos el clima. Estando ya casi en Navidad, el fríito se dejó venir enserio. Yo tenía congelado hasta el cerebro. Para calentarnos, Lucrecia había preparado un ponche que olía a gloria. Desde lejos se podían apreciar los aromas de las guayabas, los tejocotes, la naranja, la canela y las cañas de azúcar. En cuanto me acerqué me pasaron un vasito de unicel que humeaba más que delicioso. Ya le iba a dar un traguito cuando veo que Don Migue traía el piquete en la mano.

Fue más fuerte el frío que mis fuerzas. Me dije a mi misma que un chorrito no le cae mal a nadie y de veras lo pensaba virgencita.

Me tomé mi ponche de a poquito, difrutando el calorcito que me iba entrando al cuerpo y me hacía sentir cada vez más a gusto.

Justo cuando le di el último trago me llamaron para empezar la presentación.

Yo estaba, no se bien como explicarte, como en una nube suavecita, toda aguadita. Avance hasta el escenario y oí que me hablaba un ángel. Y sí, en efecto, era Juancho con todo y sus alas y hasta una coronita que lo hacía verse de lo más puro:

– Soy el Ángel Gabriel, me dijo, y vengo a darte una maravillosa noticia. Vas a tener un hijo y le pondrás por nombre Jesús.

– ¿Qué dices Juancho? ¿Cómo que un hijo, si apenas me he dado un beso con Tona, tas loco, de qué hablas?

El ángel se acercó a mi oido y con una voz mucho más enérgica me dijo, mientras en el público se miraban unos a otros sin entender nada:

-¡Reacciona Manuela, estamos en plena pastorela, qué te pasa!

Y yo en eso que capto y como despertando de un sueño le contesto:

-¿Pero como es eso posible ángel mío, si no conozco hombre alguno?

Y diciéndo eso, sabiendo que es súper falso, no que tú no conozcas hombre alguno, si no yo, virgencita, que me empieza a dar un ataque de risa de esos que no paran por más que yo trataba de hacer respiraciones profundas para calmarme.

La gente al principio callada.

En toda la plaza se oían solo mis carcajadas.

Entre más trataba de parar más risa me daba. En eso que se acerca José, o sea, el Tona y empieza a reírse también como un menso y luego el angel, o sea el Juancho, y poco a poco la gente del público. Y que se arma la carcajada general más grande que he oído en mi vida.

Y en eso, plof, que doy el azotón.

Perdí el equilibrio virgencita, qué quieres que te diga.

Y la memoria, pa’ acabarla de amolar.

No me acuerdo ni del Tona que se lanzó primero a despertarme a besos, como todo un príncipe azul, ni de luego cuando entró en pánico al ver que de plano no reaccionaba y sin pensarlo agarró la olla de ponche, que con el jijo clima ya estaba rete frío y me la volteó enterita sin chistar.

De que funcionó la estrategia, funcionó.

Aunque me dejó toda magullada.

Magullada, pero amada, aunque avergonzada virgencita. Muy avergonzada.

Lo bueno es que nos dieron chance de pasar otra vez el mero día de la Navidad, ¡te imaginas! Te juro mi virgencita, que esta vez no te hago quedar mal. Palabra.

Bueno me voy ya, que mi Tona me está esperando y ora sí me desquito.

¿Qué pues, ya pasó la fecha oficial, qué no? 

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De como escoger chiles guajillos o… viaje a la FILIJ

Tengo mucho que decir y la cabeza hecha bolas.

Llevo una semana desde que regresé a Lyon con mi maleta llena de libros, de mi ropa y de algunos pequeños antojos culinarios para mi familia y con otra maleta extra (sin rueditas) en la que traía: 10 kilos de maíz para pozole (sí, me gusta el pozole… ¡y mucho! pero no era para mi…) 7 kilos de tortillas “para hacer tostadas”, o un poco más delgaditas de lo normal, si prefieren) 2 kilos de chile guajillo del que no pica y medio del que pica.

PAUSA:

  1. Nunca había visto la diferencia de tamaño entre el que pica y el que no… y sí.

  2. El que no pica se veía muy bonito en el mercado. Llegando ya cambió la cosa. Tengo que confesar que dentro de casi cada chilito que traje vivía una familia entera de hongos malolientes y varios animalitos minúsculos que una vez liberados saltaron por toda la mesa de la cocina como pulguitas de circo amaestradas causando terror entre las presentes.

Lo anterior quiere decir que:

  1. No soy ninguna experta en chiles secos.

  2. La próxima vez, favor de pedirle a alguien más la compra y la cargadera de cosas para algún otro eventito que se ofrezca (a menos que sea para los XV años de Rubí, ahí sí, ¡lo que quieran! 😉 ).

Así es que como ven, llegué en línea directa, ahora si que sin cambios y sin retraso alguno, de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (la FILIJ) a cocinar para que 120 personas pudieran disfrutar de un rico y delicioso pozole calientito durante la tradicional posada en Lyon. Por lo menos seguí en el tema de México, me dirán ustedes y tienen toda la razón del mundo. Solo que me hubiera gustado disfrutar un poco más de sentirme una escritora hecha y derecha antes de volcarme a mis obligaciones de miembro de la mesa directiva de la asociación de mexicanos en esta mi ciudad adoptiva.

Porque ser parte de la FILIJ fue justo eso: SER PARTE. O ser, que ya es bastante. Ser Escritora. Sin miedos, sin pena, sin que nadie te vea con cara de WHAT? O tú, qué, de dónde saliste?

Viví diez días en mi paraíso personal, para ser exactos. Por primera vez fui a mi México, lindo y querido y no visité San Angel, ni Coyoacán, ni salí todas las noches y recorrí toda la ciudad para ver amigos. A parte del centro una noche para visitar el festival de las luces y una escapada a la Ciudadela, pasé mi tiempo entre el metro y el parque Bicentenario en Azcapotzalco. Y fui feliz.

Fui feliz viviendo lo que miles de personas viven todas las mañanas y tardes al subirse al metro de la Ciudad de México. Fui parte de la marea humana que recorre sus pasillos. Me subí en los vagones de hasta adelante y compartí con otras muchas mujeres el camino hacia mi destino.

Fui testigo del increíble pulso que tienen las mexicanas.

Porque si arriba, en plena calle, el tráfico va a vuelta de rueda; en los túneles del metro la historia es muy diferente. Hay choferes que manejan tan rápido que parece que los vagones se van a dislocar en cualquier momento. Cada vez que frenan al llegar a una estación sientes que sales volando, que se te quitan hasta las arrugas, y por supuesto que si no tienes de dónde agarrarte ya te llevó el chahuistle. O ya me llevó, más bien, porque mientras yo estaba en esas peripecias de sobrevivencia, las chicas a mi alrededor se delineaban los ojos sin titubear.

Y después de la sesión de maquillaje hasta se tomaban el tiempo de aplaudir y casi casi pararse a bailar con los diferentes grupos de música que vinieron a amenizar nuestro viaje.

Bueno, casi todas. Todas menos la señora esa que estaba de malas. Y mientras nosotras (yo me incluyo en la fiesta) gritábamos ¡otra, otra! ella nos veía con una jeta de pasumecha. Y ya luego cuando se fue el grupo pasó por en medio del pasillo diciendo para sí misma, pero muy fuerte para que oyéramos todas:

-Esto está para dejar sordo a cualquiera.

Y la señora de al lado le dice a su vecina:

-Qué feo. Cuando uno se enoja no puede ser feliz.

Y la vecina le contesta:

-Si mana, parece menopáusica.

Y otra señora sentada más lejos grita:

-¡Pero sin tratamiento!

Me hicieron el día.

Y es así como aprendí que conviene más tomar tratamiento.

Y ser feliz.

Feliz de pasearme por los pasillos del parque. De ver libros por doquier. De lanzarme a platicar con la gente de los stands y de tratar de conseguir contactos. Feliz de tomar clases con gente tan padre, con tanta experiencia. Feliz de haber conocido a chicas y chicos que escriben, como yo, y que ya han publicado. Feliz de pensar que se puede. Simplemente feliz.

Mi manuscrito sigue en mi computadora.

Y en la de otros… esperando a ser leído.

¡Seguimos!

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¿En dónde está el plato?

Siempre me he preguntado por qué los franceses no ponen platos en la mesa para el desayuno. No se les ocurriría nunca comer o cenar sin plato, sería una verdadera falta de respeto y una locura, francamente, pero poner el pan sobre un plato para el desayuno, eso si que no. No señor.

Un francés que se respete deja caer como copitos de nieve las migajas de la baguette directamente en el mantel, mezcladas a veces de mermelada bien pegajosa o de pedacitos de mantequilla. Una cosa o la otra. Nunca las dos juntas. Comer pan con mermelada y mantequilla al mismo tiempo no se hace según algunos. No. Según otros sí. En eso como que no se ponen bien de acuerdo.

Lo que sí se hace es chopear. Eso sí. Meter el pedacito de pan embarrado con la mermelada (hecha en casa, por supuesto) a remojar en el café negro es el hit. Y tomarse el resto de la bebida con todos los buzos flotando alegremente… un orgasmo culinario.

Pero no se ponen platos. Si no quieres que te vean como una persona desquiciada no lo hagas. Te lo digo por experiencia.

Yo insisto en que es más fácil meter algunos platos al lavavajillas que lavar un mantel lleno de manchas de mantequilla y mermelada todos los días. Así como que no quiere la cosa los pongo como que chin, no me di cuenta. Pues bien, los platos acaban a un ladito sin ser usados y el mantel acaba todo sucio. No hay para donde moverle.

Porque un francés no cambia sus costumbres así como así.

Pero una mexicana tampoco.

Dieciocho años en Francia y sigue siendo la misma historia. Cuando estoy con mi familia política ellos comen sin y mis hijos, mi marido y yo con. Cada loco con su tema.

Ya sé… se estarán preguntando qué mosca me picó para estar escribiendo acerca del desayuno francés en pleno mes de noviembre, en lugar de contarles una historia del día de muertos o ya de perdis de jalowin. Pues la mera verdad no sé. Y al mismo tiempo me digo que es lógico. Ya llevo muchos, hartos, años en este mi segundo país. Luchando por seguir siendo yo misma. Por encontrar mi camino, por ser esa nueva yo que vive en medio de una cultura tan arraigada como la francesa, adaptándome a nuevas costumbres sin perder las que llevo en el alma. Las que se aferran a mi y que con el paso de los años extraño más, y que trato de vivir y transmitir cueste lo que cueste.

Por eso en mi casa hay altar. Y se come pan de muertos. Y creemos ciegamente que nuestros muertitos van a venir a saludarnos el 1ro y dos de noviembre. Y que esos días podremos estar todos juntos y fundirnos en un abrazo infinito en el que la vida y la muerte serán una misma.

Y en diciembre ponemos el nacimiento. Y se cantan villancicos, y los peces beben en el río mientras nos asomamos a la ventana y vemos un niño en la cuna porque campana sobre campana y sobre campana una. Y partimos piñatas. Y tomamos el ponche ese que hacía mi mamá en la cocina de nuestra casa de Echegaray y del que se desprendían los más deliciosos aromas de las guayabas, los tejocotes y las cañas de azúcar. Era noche de posada. Todos los vecinos estaban invitados; incluyéndote a ti, mi primer amor. Yo esperaba que fueras tú quien me ayudara a prender mi velita. Tú quien rompiera la piñata. Tú quien probara mi ponche. Y por supuesto tú, quien se escondiera conmigo cuando jugábamos bote pateado en el andador. Rara vez pasaba algo de eso… pero yo era feliz con solo verte.

Luego vienen los Reyes, y el día de la candelaria con los maravillosos tamales. Aquí aprendí a hacerlos para que mis hijos se deleitaran con sus sabores.

Tantas costumbres. Tantos detalles. Tantos recuerdos.

Y vivencias nuevas que se entrelazan. El salmón y el foie gras platican con la ensalada navideña de manzana y el pavo relleno en lo que esperan su turno para ser probados. La rosca de reyes reposa al lado de la galette de rois. El muñequito del niño Jesús le da la mano a la sorpresa en forma de Harry Potter y juntos celebran en armonía. Las crepas se alistan al lado de los tamales el día de la Candelaria.

En nuestra mesa se mezclan el francés y el español. Todos soñamos en una u otra lengua. Dependiendo.

Francia me ha dado lo más importante en mi vida y por eso le estaré agradecida eternamente. Mi familia.

Una familia orgullosamente franco-mexicana.

Y si estaban con el pendiente, el asunto del plato del desayuno no pasa nunca a mayores.

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Modestia Aparte

 

Amo a la gente “humilde”. Y no, no hablo de las personas pobres, o escasas de lana. No, yo me refiero a esas que son bien sencillitas en su manera de pensar de ellas mismas. A esas que cuando se miran en el espejo por las mañanas se dicen luego luego, qué lindo soy, qué bonito soy, cómo me quiero. Y luego durante el día no se conforman con repetírselo en silencio a sus cabecitas. No. Lo tienen que hacer del conocimiento del mundo entero.

Como por ejemplo, ayer. Fui a la fonda de Doña Mari. ¿No les ha pasado que a veces cuando huelen algo como que les recuerda o les hace pensar en alguien en particular? Pues eso. Abrí la puerta del changarro y me recibió como en una máquina del tiempo el olor de la casa de mi abuela Toña. Tan fuerte fue el madrazo que de plano se me salieron las de cocodrilo. Solo faltaba ella, frente al fogón, calentando su salsa verde para preparar esas verdolagas que le quedaban tan buenas como el beso que me robó el domingo en Chapul ya saben quién. Quiero decir, requete buenas, más que buenas, pa chuparse los dedos, pues. Total que en unos segundos pasé de estar en medio de las mesas de la fonda a estar en medio de la cocina de mi viejita adorada. Me acuerdo que cuando iba a comer a su casa saliendo de la primaria me encantaba imaginarme lo que había preparado solo con oler los aromas que se paseaban por mi camino y me deleitaban mientras me iba acercando. Pero bueno, ya me salí del tema. Les iba diciendo que estaba yo ahí parada y en eso que pasa doña Mari junto a mi y me saluda como siempre muy amable y que le digo:

– Huele a gloria, Doña Mari, si supiera, ya fui y vine a casa de mi abuela y de regreso, ¿qué preparó tan delicioso?

Y en efecto, no estaba yo tan mal, porque bien que sí era salsa verde, pero con carne de cerdo y elotitos tiernos, en lugar de las verdolagas.

Me fui a buscar mesa rapidito porque como se imaginarán ya se me hacía agua la boca. Pensaba sentarme solita pero en eso que veo a la Meche que me estaba haciendo señas y pues no me quedo de otra, ni modo que me hiciera mensa, era yo la única parada ahí en medio. Con todo y la hueva que me daba me tuve que ir a sentar con ella. Con las ganas que tenía de disfrutar tranquilita mi guisado… No me dio tiempo ni de acabar de acomodarme en la silla cuando ya me estaba contando que ¿qué crees manita?, figúrate que hoy tuve hartas clientas en el salón y no es por nada, pero todas querían que yo les cortara, las peinara y hasta tuve algunas que prefirieron esperarse un ratote con tal de que yo les hiciera el tinte, sabes ese que está de moda que es una técnica francesa y toda la cosa, le dicen balayage, así, con la boquita parada. Es como si te barrieras el pelo con diferentes tonos de tú mismo color pero más claro, ¿si me entiendes manis? Como que le das así una luz bien luminosa, como que tu cabello brilla como si tuviera rayitos de sol integrados.

No, pues entender, lo que se dice entender, no, yo la neta no entendía ni jota a su explicación del sol luminoso que barres y la fregada pero ella seguía. Y también hay esta otra técnica para poner el cabello bien oxigenado, como güerito pero tirándole a blanco, o a veces hasta casi gris, ¿si ves como, no? Tipo la Taylor, o la Kristen, si las has visto, ¿no?

– No mana, la neta, no. ¿Quién es esa Taylor? No la conozco se me hace, ni a la Kristen, ¿de dónde las he visto o qué?

Y que en lugar de contestarme la muy jija se pone a carcajearse, tan fuerte que hasta todos los clientes de doña Mari nos voltearon a ver así como quibo con esas locas. Yo de plano ya no sabía si reír o llorar, nomás me quedé así bien seria y seguí tratando de saborear mi riquísimo platillo, que no solo olía, también sabía al paraíso.

Después de como cinco minutos de risa forzada, por fin se calmó y me salió con que sí, claro que no las debes de conocer, pues como… si son estrellas de Hollywood, pero para los jóvenes. Aquí entre nos tu ya estás más p’allá que p’aca… Tú más bien debes conocer a la Angie y al Brad, ¿no? Que, ¿si supiste que se van a divorciar? Está el chisme que arde de tan caliente… todo el mundo habla de eso, que si el Brad es alcohólico, que si la Angie está pa que la amarren, que si esto, que si l’otro, cada quién tiene sus propias conjeturas, yo no sé ya ni qué pensar, lo único cierto dentro de la incertidumbre es que el Brad sigue siendo un bombonazo, con todo y todo…

En fin mana, te decía lo de la técnica del tinte. Pues qué crees que se la hice a la hija chica del Presidente Municipal, ¿cómo ves? Entró la semana pasada, el martes, creo, así, como Pedro por su casa al salón y que viene directito a mi lugar, ya sabes ¿no? bien prepotente, y que me dice que le dijeron que yo soy la mejor estilista y que quiere que yo la atienda en ese preciso momento porque tiene una cita importante y que quiere cambiar de look. Yo en plena acción, ya sabes, nunca me falta la chamba. Al principio mientras me decía eso yo pensaba dentro de mi cabeza y esta tipeja, ¿qué se cree? Estaba a punto de decirle que se tenía que esperar como todas mis clientas, que ese día como siempre eran un buen, pero en eso que la reconozco, de la fiesta de la primavera que fuimos, ¿te acuerdas? Ella estaba ahí parada junto a todo el gabinete mientras él daba su discurso de bienvenida. Iba vestida como toda una lady, igual que la mamá. No es muy agradaciada de cara, se parece más bien al papá, medio tosquita. Pues no me quedó de otra que disculparme con las demás y pasarla. Le pregunté que si quería probar la tendencia francesa o la hollywoodense y por supuesto dijo que ella se quería parecer a la Taylor. P’a que te enteres, Taylor Swift es una cantante súper famosa, tiene unas bien buenas, un día que vengas a que te corte, que aquí entre nos buena falta que te hace manita, ahí cuando quieras te pasas y te pongo unas de ella mientras esperas, pa que te modernices. Total que le hice su tinte así bien oxigenado, y, modestia aparte, quedó fascinada. Tanto que al día siguiente llegaron varias de sus amigas de la prepa para pedirme lo mismo. Uy y hablando de otra cosa qué bueno está este guisadito, ¿no? Y a todo esto, tú cómo estás, ni has dicho ni pío.

– No pues yo bien, fíjate que el domingo me invitó a Chapul

– ¡Úchale mana, ya me tengo que ir que se me hizo re tarde por andar en la chorcha, luego me cuentas, nos vemos chula!

Que se levanta y se va. Así nomás.

Y yo persisto e insisto:

¡Amo a la gente “humilde”!

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Preparando la Candelaria

Hoy hice tamales.

Bueno… hice es mucho decir. La masa ya estaba hecha desde ayer. Más bien rellené las hojas de maíz a las que alguien más le había embarrado dicha masa, con mole con pollo, con rajas con queso y con carne de puerco con salsa verde. Luego los cerré, como pude, y entre todos los pusimos a cocer en varias ollas express, a las que previamente les pusimos al fondo palitos y hojas de los árboles de alrededor, que por qué les dan buen sabor.

Estuve sentada junto a varias otras personas, qué como yo:

  1. Se sacaron el muñequito en la partida de la rosca.
  2. Nunca habían hecho tamales,
  3. o simplemente querían por unas horas, como yo, sentirse en casa.

Otras personas, que como yo, viven desde más o menos años fuera de nuestro México, lindo y querido.

Personas de diferentes ciudades, con diferentes historias y diferentes edades, que por una u otra razón nos encontramos hoy, en Lyon, y que gracias a la Asociación Mayahuel, y gracias a la familia Massez, que como siempre, nos abre su casa para reunirnos, nos hemos ido convirtiendo en una familia.

Una familia bien mexicana, que en la cocina hace y deshace al mundo. Que aprende a respetarse y a conocerse un poco más con cada receta que prepara. Que se ríe a carcajadas, que se cuenta sus penas y sus aventuras. Una familia como ninguna otra.

Una familia que mientras los tamales se cuecen, hace equipos para jugar al karaoke. Que pone la computadora en una mesa, entre las ollas y los exquisitos aromas, y canta a todo pulmón canciones de Flans, de Menudo (con coreografía incluida, por favor), algunas otras viejitas, y por supuesto, otras también en francés. Y mientras canta y baila se da cuenta de que huele a quemado. Y que nadie se fijó que a una olla le faltaba agua, y que acabamos de inventar los tamales “ahumados”.

Ahumados, pero llenos de amor y alegría.

Hoy hice los tamales más divertidos de mi vida.

Agradezco estar aquí. He aprendido tanto de mi México desde la distancia.

Gracias querida familia Mayahuel.

Gracias por tanto...

 

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Feliz Año Nuevo

Luca y yo vamos caminando por la calle de regreso de la escuela.

Luca: Mamá, tu crees que algún día exista la tele-transportación? (no sé se así se dice pero así me preguntó)

Yo: Pues puede ser mi amor, a lo mejor cuando tú seas grande… Lo que sí no creo es que a mí me toque ver algo así.

Luca: Pues sí.

Yo: Pensativa.

Luca: Pensativo.

Y así seguimos caminando por la calle calladitos, cada uno perdido en sus meditaciones sobre el tema.

No, porque no es cualquier cosa. Ya de por sí me cuesta trabajo entender el funcionamiento de muchos de los gadgets de hoy en día (por no decir de casi todos, para de plano no quedar en ridículo total frente a ustedes) como para ahora imaginarme cómo diablos podría funcionar la tele-transportación. Veo al lado mío a mi Luqui completamente concentrado y me imagino perfecto la máquina ultra sofisticada en la que está pensando, tipo la de la peli de Los Nuevos Héroes o algo aún más revolucionario.

Yo más bien me imagino algo parecido a un Fax.

De inmediato mi memoria me lleva a los años noventas cuando empecé a trabajar en la Ciudad de México. Hoy confieso que la primera vez que vi un fax sentí como escalofríos. Mi nulidad frente a la tecnología no es reciente. A primera vista parecía un teléfono un poco más sofisticado. Pero ya viéndolo más de cerca no estaba tan sencillito el asunto. Varias preguntas, que por supuesto no me atreví a hacer en su momento, vinieron a mi mente:

  1. ¿En qué sentido se mete el/los papel(es)?

  1. ¿Se mete(n) antes o después de marcar el número de fax?

  1. ¿O se mete(n) al momento de escuchar ese ruido maquiavélico que más bien parece que estás contactando con alguna tribu de extraterrestres?

  2. Si son varios, ¿se mete uno por uno o todos a la vez?

  3. ¿Qué demonios va a pasar con mis documentos? Porque aunque me reí a carcajadas cuando un tiempo después mi mamá me pidió que mandara por fax unos documentos y me dijo como tres veces que por favor les sacara fotocopias, y yo viéndola con mi cara de ¿what? le pregunto que cómo para qué les saco fotocopias ma, y ella muy segura de sí misma, pues porque son papeles importantes y no quiero que se vayan, prefiero que mandes una fotocopia y yo por Dios mamá, ¡tus papeles no se van a ir a ningún lado! la verdad es que sí, a mí también me quedaba la duda la primera vez. ¿Y si se van? ¿Y si se los come la máquina? ¿Y si se pierden en el cosmos?

  4. Y ya que me di cuenta que en efecto los documentos seguían en mi posesión después de mandar el bendito fax: ¿Cómo puede ser? ¿Es magia? ¿Cómo puede salir una copia exacta en el otro fax? ¿Cómo funciona esta cosa?

Y así con la teleportación. Sería el mismo principio misterioso: me meten en una especie de Fax. OK. Y luego llega allá una copia exacta de mí misma, mientras mi otro yo sigue mi vida aquí. Cómo funcionaría, no sé bien (o más bien: no sé, punto). Pero funcionaría y eso es lo importante.

Imagínense:

  • Voy a visitar a mis papás, y les doy de cenar a mis hijos.

  • Doy una vuelta al tianguis, me como una gordita de chicharrón y estoy sentada frente a mi computadora escribiendo.

  • Desayuno con mis amigas en la Roma y llevo a Paola a la natación.

  • Voy a cenar con mi hermana en Coyoacán y duermo tranquilamente al lado de mi maridito en Francia.

¡Las posibilidades y combinaciones son infinitas!

Y soñar no cuesta nada.

¡Feliz Año Nuevo!

Sueñen.

Qué sea un año próspero. Amable. Dulce, pero picante a la vez.

                              – – – – – – – – – – – – – – – – –

Dos informaciones importantes (bueno, tres):

  1. Los extraño demasiado.

  2. No puedo seguir abandonando mi blog (aunque la idea del libro sigue).

  3. Mientras me atragantaba con las uvas en año nuevo, me vino claramente el mensaje divino: TIENES QUE VOLVER A ESCRIBIR EN EL BLOG. Así es que aquí estoy. Aquí seguiré. A ver qué se me ocurre. Ideas hay muchas. GRACIAS por estar.

fax

 

Ella

Ella no quería filtros.

Ella no quería ser tratada como VIP.

Ella no quería la guerra en Siria.

Ella no quería ser comparada con nadie.

No. Como todas las mañanas, ella solo quería apurarse. Así es que se levantó de prisa, se lavó con su jabón favorito, ese que huele a tarta de limón. Se secó, se cepilló su larga melena color miel y se hizo una trenza de lado, suelta, como está de moda. Se vistió con una blusa blanca de algodón y unos jeans. Se preparó un café de volada, se puso sus botas nuevas, unas negras medio altas, de tela, con flores de colores, su chamarra de cuero, la bufanda de ayer, y salió a la calle.

Como era su turno, de camino a la oficina se paró en la panadería y compró varios panes de chocolate. Luego tomó el metro en la estación Daumesnil, línea 6, dirección Charles de Gaulle – Etoile. Se instaló en una esquina y sacó su libro. Aunque trató de concentrarse, leyó varias veces la misma frase. Había demasiada gente. Además tenía una cita importante por la noche y estaba medio nerviosa. Por suerte vivía no muy lejos del trabajo, así es que antes de poder profundizar en el tema, tuvo que hacerse paso entre la muchedumbre para lograr salir del vagón y escabullirse por las escaleras eléctricas.

Salió a la calle y descubrió un sol reluciente. Sonrió. Viernes, y con buen clima, qué más se podía pedir.

La jornada de trabajo pasó de prisa entre el desayuno, las diferentes llamadas, la reunión de planificación de la próxima semana, la comida en la cafetería común, en dónde por cierto la comida no es lo máximo, pero se puede platicar un poco de otra cosa y relajarse. Por la tarde aprovechó cinco minutos de tranquilidad para llamar a su madre y quedar con ella para verse el domingo. A las cinco en punto se levantó de su escritorio, se despidió de sus colegas, bajó al segundo piso a buscar a su amiga, y juntas salieron contentas de la oficina.

Ya empezaba a hacerse de noche, pero como no hacía frío, decidieron caminar un rato. Platicaron mientras visitaban tiendas. Se probaron algunas prendas, pero no compraron nada. Entre una cosa y otra se les fueron varias horas. Mandó un SMS a su novio, abrazó a su amiga, le dijo nos vemos el lunes y salió corriendo.

Y en lo que corría pensaba que era el momento. Después de seis meses de salir juntos ella estaba más que lista. Hoy me animo y le suelto que quiero que vivamos juntos, se decía.

Llegó un poco temprano a la cita. Hace mucho que quería conocer el Petit Cambodge. Ya le habían hablado de él pero no había tenido la oportunidad de ir. Entró directo al baño a darse una manita de gato. Más que nerviosa, se sentía emocionada. Estaba segura de que aunque él no había hablado del tema todavía, también tenía ganas de instalarse con ella. Se pintó los labios, se arregló el peinado y salió a instalarse a la terraza a esperar.

Unos minutos después lo vio acercarse. Se levantó. Él se acercó y la abrazó mientras la saludaba con un beso.

Se sentó frente a ella. Pidieron una cerveza. Él preguntó como había estado su día. Platicaron un rato de todo y nada.

En eso, ella se decidió y le dijo:

-Sabes, he estado pensado que

                                   – – – – – – – – – – – – – – –

Ahí se acabó todo. Brutalmente.

Ella no quería filtros en Facebook.

Ella no quería ser un muerto VIP.

Ella no quería la guerra en Siria.

Ella no quería ser comparada con muertos de otros países.

Ni saber cual tiene más derecho a que le lloren.

Ella solo quería terminar su frase.

Y seguir con su vida.

Nada más.

PeaceHeartsWorld2

Se acabó el veinte

Se me acabó el veinte. Pero no como cuando tenía que tener muchas moneditas para llamar en un teléfono público y en el último segundo ni me podía despedir porque ya no me alcanzaban y me quedaba toda frustrada. No. Esta vez el tiempo se acabó suavecito. Pude disfrutar cada segundo, sin anhelar más. Y consciente de no querer más. Por primera vez fui a México sin idealizar. Logré observar todo con detalle y admiración, me impregné de los colores, de los sabores, de la gente. Eso. Sobretodo de la gente. De su amabilidad. De sus sonrisas. Amé platicar con personas tan sabias, tan ingenuas, tan divertidas. Con la señora del restaurante Yucateco, que tan linda me dio la receta de su maravillosa agua de horchata. Con Reina y su hija Yesenia, con Doña Leo, con Mari, mujeres que además de tener excelentes conversaciones y consejos, son las mejores cocineras (ceviche de Acapulco, salpicón, sopita de verduras, chilaquiles verdes picositos, enchiladas, molletes, huevos a la mexicana, tlacoyos rellenos de requesón, pastel de elote, de manzana, flan…uff…no sigo porque se me hace agua la boca). Con los diferentes taxistas que nos tocaron (el que nos contó la historia del centro de Tlalpan; el que me llevó por toda la Colonia Roma para buscar cambio y me regresó al restaurante al que iba a cenar sin cobrarme nada extra; los diferentes choferes de Uber: gracias por las botellitas de agua, por los dulces, y por las palabras siempre atentas). Con la pareja del metro que estaba al lado de nosotros. Escuche con atención las historias de los voladores de Papantla; a Don Jesús y a Leonardo. Admiré sus bellísimos trajes, bordados a mano por ellos mismos (y por sus esposas, ¡aunque les costó admitirlo!). Reí con los marchantes del mercado de Tepoztlán, agradecí sus explicaciones y sus historias. Tuve tiempo de ver y disfrutar a casi todos mis amigos. Siempre se puede hacer más, claro está…pero bueno…se hizo lo que se pudo. De darme cuenta de que el cariño de tantos años sigue intacto. Que aunque mi vida es otra hoy y a veces me costaba trabajo seguir las conversaciones los sigo queriendo igual, y me sigo divirtiendo igual y saber en qué anda cada uno y que están bien fue increíble. Y me di cuenta, gracias a mis hijos, de que tengo muchas amigas que se llaman Mari algo: Mari, Maribel, Marisa, Maricruz, Marichu, Marimar…y también, gracias a mis hijos, por fin entendí el sentido del diminutivo «ito/ita» en México: «Mamá, aquí la gente te ofrece una “cubita” pero te sirve una “cubota” en un vaso enorme, ¡especialmente abuelito Carlos y Ana Laura!» Cómo me reí con eso. Fue maravilloso verlos a todos. Aquí hago una “pequeña” pausa en mi relato. Es necesario. Anita y Gerardo, los adoro. Amé como se llevan con mis hijos, no hay palabras para explicarles lo que sentí cuando vi a Mateo abrirse a ese grado con ustedes, reír a carcajadas con la historia de los punes. Gracias por tanto. La noche de los vídeos no se me olvidará nunca. Ya los extraño. Y Clau…eres lo máximo. Ana Pau y tú son únicas. Las quiero tanto…no sabes como te agradezco la confianza que me tuviste al mandarme a tu niña, que ahora es parte de esta familia. Paola, Marichu, Vero, gracias por la cena tan padre, ¡las quiero! lástima que no nos vimos más. Ga y Gus, nos encantó verlos tan bien y felices. ¡Te quiero amiga! A ti, a Ele, a Mari, a Ga, a Ana…me hubiera encantando disfrutarlas más, pero pude abrazarlas y eso es lo importante… Maribel, no hubiera podido irme sin verte. Te quiero… gracias por invitar también a Paty, amé verlas. Maricruz y Marisa, cómo siempre, un placer compartir con ustedes, ¡las quiero! Isabelle y Blanca, simplemente gracias. Isa, eres mi amiga francesa más mexicana y te adoro. Fue padrísimo ver a Paola y a Andrea juntas. Y Blanquita. Te quiero y te admiro tanto…eres una guerrera y verte fue un regalo. La plática que tuvimos en Tepoztlán me abrió los ojos, no sabes cuanto. Gracias a ti veo mi vida de otra forma. Fuerza y toda, toda la luz para ustedes. Faby, qué bueno que pudimos verlos antes de empezar su nueva aventura. Eres un ejemplo. ¡Disfruten al máximo de Playa del Carmen! Márgara, gracias por venir a verme. Era necesaria esa plática. Blanquita Martínez. Me encantó verte, desde siempre te he considerado como alguien muy especial. Eres una mujer espectacular. Sin saberlo, eres parte de las personas que me hicieron darme cuenta de los cambios urgentes que tengo que hacer en mi vida. Y ya dejo aquí mis declaraciones de amor. Aunque me falta hablar de mi familia. Amo a mi familia. A lo mejor no lo digo lo suficiente, pero es la verdad. Amo a cada uno de sus integrantes. Con sus virtudes y sus defectos. Y con todo y ese amor, acepto que la convivencia intensa es un arma de doble filo, pero es lo que hay. Me gustaría tanto poder ir a México más seguido y menos tiempo…poder ir a una comida familiar, pasar un rato con mi mamá y mis hermanos, o con mi papá, Alicia y mis hermanas, y luego regresarme a mi casa a dormir y volverlos a ver en unos días o en unas semanas y así…pero no es posible. Lo que hace que pasemos de no vernos nada, a vernos a la máxima potencia durante un tiempo más largo. Tengo que decir que para mí, acostumbrada a estar sola con mis hijos, en un principio es maravilloso, pero luego a veces al pasar los días puede haber tensiones normales con los miembros de la familia, lo que puede resultar frustrante, porque sé que no los volveré a ver antes de no sé cuanto tiempo…pero en fin, todo este rollo para decir que amo a mi familia, que adoré estar con ellos, ver a todos mis sobrinos tan bien, tan padres, y sobre todo, ver la relación entre los primos…ya sea con los chiquitos o con los grandes, no cabe duda que el amor es fuerte, muy fuerte y eso es algo que no tiene precio. Conocer al pequeñín de la familia, que ha venido a llenarnos de luz y alegría, a enseñarnos que la vida siempre gana, que el amor no tiene límites y que en nuestros corazones el espacio es infinito. Ver a mis cuatro hermanos y a mis cuñados, abrazarlos, sentirlos cerca. Sentirme orgullosa de formar parte. Y sobre todo, sentir el amor de mis papás, haber tenido la oportunidad de disfrutarlos y de verlos compartir con sus nietos. Y sí. Aunque me gustaría que fuera más seguido, tengo la suerte de que haya sido. Ya se repetirá cuando se pueda. Porque así es. Punto. Yo vivo aquí y ellos allá y no sirve de nada lamentarse. Esta vida que tengo la escogí yo. Nadie me obliga, y este, precisamente este viaje a México me lo recordó más que ningún otro. Me recordó eso y otras cosas que aquí les comparto:

  1. Vivo en Lyon porque quiero.

  2. Puedo pasar el resto de mi vida “sufriendo” y “extrañando” México o puedo ser feliz con lo que tengo hoy. Yo decido.

  3. Porque eso. La vida es HOY. No puedo saber lo que va a pasar más tarde, ni si voy a tener otra oportunidad para hacer las cosas. Así es que a hacerlas. Punto.

  4. No va a venir nadie a tocar a mi puerta con las soluciones a mis problemas. Las tengo que encontrar yo. Salir y encontrarlas.

  5. En esta vida hay que chingarle. No hay de otra. Justo hoy por la mañana me decía mi niña: “mamá, una campeona no nace, se hace, lo dijo Ona Carbonell, la capitana del equipo de natación sincronizada en España, y tiene razón, ¿verdad?» Claro que tiene razón.

  6. No hay edad límite para cumplir los sueños.

  7. Solo hay que despertar. Ya.

En este momento se estarán preguntando ¿a dónde viene ésta loca con sus declaraciones de amor, sus confesiones y su terapia personal? Pues a decirles que gracias a todo lo que acabo de escribir y que aprendí en este viaje; gracias a este blog y a ustedes que amablemente se toman el tiempo de leerme, y gracias a mi esposo y a mis hijos, hoy voy a cumplir mi sueño más grande que es escribir mi primera novela, y sobre todo, terminarla. Lo antes posible. Para poder llegar a mi meta que es tener un primer manuscrito para Navidad, tengo que darle prioridad absoluta al libro, lo que quiere decir que voy a tener que dejar el blog en “stand by” estos meses. No me olvido de ustedes, al contrario, quiero pedirles su apoyo y pienso hacerlos partícipes de mis avances en la página Facebook de Vivo Aquí, pero soy de Allá cada quince días más o menos. Sin mis relatos y sin ustedes nunca me hubiera atrevido a dar el paso. Por eso les estaré eternamente agradecida.

Ahora es cuando les digo hasta muy pronto (con lagrimitas de emoción en los ojos), esperando que sigan ahí cuando termine mi obra, listos para comprarla (porque sí…no solo se vive de amor y agua fresca chicos…) ¡y ayudarme a hacerle promoción, si es que les gusta, por supuesto!

Gracias por estar…

Lorena

Telefono de monedas