Dos de Febrero

Ocho en punto.

Te oigo a lo lejos, mi amado, eres tú. Te reconocería entre mil millones. Oigo tu canto melodioso. Salgo corriendo a la calle para esperarte. No te me escapas. Esta vez no.

Tu perfume se acerca lentamente, volviéndome loca de desesperación. Sin pensarlo dos veces, corro a tu encuentro. No puedo más amor mío. Tengo demasiadas ganas de ti. Aquí mismo. Acerco mis manos hacía ti y así, sin más, empiezo a desvestirte. Sin pudor.

La calentura es tal que parece que mis dedos tocaran un volcán en erupción. Así me gusta…entre más caliente estés, mejor. Acerco mis labios y, quisiera besarte, pero no puedo. Ahí, en lo más suavecito de tu cuerpo, sin pedir permiso, te muerdo. Con todos mis dientes.

– Bueno… Don Paco, ¡esto es el paraíso! Cada vez le salen mejor los tamales. Deme otros cuatro para llevar, ¿si? Dos de mole y dos verdes. No, mejor tres. Y tres de dulce. Ya lo extrañaba. ¿A dónde se había metido? Hacía varios días que no venía…

No, porque qué pensaban bola de mal pensados… ¿qué así como así iba a encuerar a mi hombre a media calle? No es que a veces no se me antoje, pero tengo mis principios…

Más que principios, tengo vecinos… Y bien metiches.

O más bien tenía. Porque me hubiera encantado que esta escena que les acabo de contar pasara el día de hoy…pero no. Pasó hace muchos, (a veces parecen demasiados, si me preguntan…) años. Cuando vivía en la Ciudad de México. Y para ser exactos, no exactamente en la Ciudad de México, sino en el Estado de México. En Echegaray, más bien dicho. Fray Antonio Marchena # 81, teléfono 5-60-75-56 (les digo mi teléfono porque todavía mi acuerdo…en esa época todavía se aprendía uno su teléfono de memoria…).

¿Qué por qué de repente me entró la nostalgia y les hablo de mi amor platónico (ni tan platónico) por los tamales de Don Paco hace miles de años?

Elemental, mi querido Watson. Porque hoy es el día de la Candelaria y que estoy a diez mil kilómetros de distancia de mi México, lindo y querido y que supuestamente hay que comer tamales (aunque aquí en Francia el día de hoy se comen crepas) y que no tengo tamales. Ni sé como prepararlos, ni en mi casa se prepararon nunca, porque siempre, desde que me acuerdo, le compramos los tamales al susodicho señor Don Paco.

Mi máximo placer, como ya se dieron cuenta, era escuchar por la tarde-noche la linda voz de Don Paco que gritaba en un principio ¡TAMALEEEEEES! ¡YA LLEGARON LOS TAMALEEEES! Digo en un principio, porque muy pronto cambió su voz por una grabación que se oía a kilómetros de distancia y qué decía así exactamente:

– Acérquese y pida sus ricos tamales Oaxaqueños.

– Hay tamales Oaxaqueños.

– Tamales Calientitos.

Y así, una y otra vez. No le pongo signos de exclamación porque justamente, no era una exclamación. Era una voz completamente monótona y sin ninguna expresión que repetía esas tres frases sin parar.

Pero que para mis oídos sonaban a gloria.

No sé por qué, dentro de mi ingenuidad de niña y adolescente, pensaba que esa técnica era única a Don Paco. Qué era un cassette hecho en casa y que como no le sabía bien a eso de la grabación pues le había quedado horrible. Nunca me atreví a decirle nada. Es más, hoy que vivo lejos puedo confesarles que más bien lo que pensaba era que teníamos suerte de vivir en Echegaray, en dónde había un señor que vendía tamales.

Cuando mi mamá se cambió de casa a la Colonia del Valle y que fui a visitarla años después me di cuenta de que no solo Don Paco no era el único vendedor de tamales de la Ciudad, si no que además TODOS los vendedores de tamales tienen, desde entonces, la misma grabación espantosa, las mismas bicis y el mismo sistema de venta. ¡Qué fraude! Y yo que esperaba con impaciencia los tamales únicos de Don Paco…

No crean que le compraba siempre, no. Eso hubiera sido catastrófico para la economía familiar y para el peso de esta, su servidora. No…le compraba cuando ya no podía más del antojo y entonces me tenía que poner muy lista.

Podía haber dos situaciones y las dos empezaban igual, ahí el problema:

1- Oía la grabación a lo lejos. Y entonces salía lo más rápido posible. Don Paco venía entrando a mi calle. Uff. Solo quedaba esperar.

2- Oía la grabación a lo lejos. Y entonces salía lo más rápido posible. Don Paco ya iba al final de mi calle. Uff. Solo quedaba correr.

Y gritar como una loca. Cosa que no quería decir nada, porque Don Paco estaba entre sordo y aturdido con su grabación y nunca me oía. Pues si, quién se puede imaginar escuchar esa voz de ultratumba una y otra vez a un volumen tal que se oye a kilómetros de distancia…¿se imaginan? Una pesadilla…

En fin, todo eso para decir que a veces lo alcanzaba y a veces no.

Por eso eran tan preciados, ¿ya entienden?

Cuando sí lo alcanzaba mi cena era un manjar. A parte del que me comía ahí, en vivo y en directo, siempre comprábamos varios. Mis hermanos y mi mamá gritaban por la ventana lo que querían: de mole, verde, rojo, de elote, de rajas. Con pollo o con carne de cerdo. Y por supuesto los de dulce. Una delicia… quitar una a una las hojas de platáno (o de maíz, porque aunque su lema decía tamales oaxaqueños, no eran los únicos que vendía) y descubrir esa masa bien suavecita, pero firme a la vez, con bastante carne y salsita bien picosita. Y los de dulce sin tantas pasas, bien rositas y nada empalagosos. Nada más de acordarme ya se me hizo agua la boca…ya ven…quién me manda….

Y cuando no lo alcanzaba…pues quedaba aguantarse el antojo…O…

Esperar a ver si oíamos el silbato del señor de los camotes…

Pero esa es otra historia.

¡¡FELIZ DIA DE LA CANDELARIA!!

candelaria2

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5 comentarios en “Dos de Febrero”

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