De como escoger chiles guajillos o… viaje a la FILIJ

Tengo mucho que decir y la cabeza hecha bolas.

Llevo una semana desde que regresé a Lyon con mi maleta llena de libros, de mi ropa y de algunos pequeños antojos culinarios para mi familia y con otra maleta extra (sin rueditas) en la que traía: 10 kilos de maíz para pozole (sí, me gusta el pozole… ¡y mucho! pero no era para mi…) 7 kilos de tortillas “para hacer tostadas”, o un poco más delgaditas de lo normal, si prefieren) 2 kilos de chile guajillo del que no pica y medio del que pica.

PAUSA:

  1. Nunca había visto la diferencia de tamaño entre el que pica y el que no… y sí.

  2. El que no pica se veía muy bonito en el mercado. Llegando ya cambió la cosa. Tengo que confesar que dentro de casi cada chilito que traje vivía una familia entera de hongos malolientes y varios animalitos minúsculos que una vez liberados saltaron por toda la mesa de la cocina como pulguitas de circo amaestradas causando terror entre las presentes.

Lo anterior quiere decir que:

  1. No soy ninguna experta en chiles secos.

  2. La próxima vez, favor de pedirle a alguien más la compra y la cargadera de cosas para algún otro eventito que se ofrezca (a menos que sea para los XV años de Rubí, ahí sí, ¡lo que quieran! 😉 ).

Así es que como ven, llegué en línea directa, ahora si que sin cambios y sin retraso alguno, de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (la FILIJ) a cocinar para que 120 personas pudieran disfrutar de un rico y delicioso pozole calientito durante la tradicional posada en Lyon. Por lo menos seguí en el tema de México, me dirán ustedes y tienen toda la razón del mundo. Solo que me hubiera gustado disfrutar un poco más de sentirme una escritora hecha y derecha antes de volcarme a mis obligaciones de miembro de la mesa directiva de la asociación de mexicanos en esta mi ciudad adoptiva.

Porque ser parte de la FILIJ fue justo eso: SER PARTE. O ser, que ya es bastante. Ser Escritora. Sin miedos, sin pena, sin que nadie te vea con cara de WHAT? O tú, qué, de dónde saliste?

Viví diez días en mi paraíso personal, para ser exactos. Por primera vez fui a mi México, lindo y querido y no visité San Angel, ni Coyoacán, ni salí todas las noches y recorrí toda la ciudad para ver amigos. A parte del centro una noche para visitar el festival de las luces y una escapada a la Ciudadela, pasé mi tiempo entre el metro y el parque Bicentenario en Azcapotzalco. Y fui feliz.

Fui feliz viviendo lo que miles de personas viven todas las mañanas y tardes al subirse al metro de la Ciudad de México. Fui parte de la marea humana que recorre sus pasillos. Me subí en los vagones de hasta adelante y compartí con otras muchas mujeres el camino hacia mi destino.

Fui testigo del increíble pulso que tienen las mexicanas.

Porque si arriba, en plena calle, el tráfico va a vuelta de rueda; en los túneles del metro la historia es muy diferente. Hay choferes que manejan tan rápido que parece que los vagones se van a dislocar en cualquier momento. Cada vez que frenan al llegar a una estación sientes que sales volando, que se te quitan hasta las arrugas, y por supuesto que si no tienes de dónde agarrarte ya te llevó el chahuistle. O ya me llevó, más bien, porque mientras yo estaba en esas peripecias de sobrevivencia, las chicas a mi alrededor se delineaban los ojos sin titubear.

Y después de la sesión de maquillaje hasta se tomaban el tiempo de aplaudir y casi casi pararse a bailar con los diferentes grupos de música que vinieron a amenizar nuestro viaje.

Bueno, casi todas. Todas menos la señora esa que estaba de malas. Y mientras nosotras (yo me incluyo en la fiesta) gritábamos ¡otra, otra! ella nos veía con una jeta de pasumecha. Y ya luego cuando se fue el grupo pasó por en medio del pasillo diciendo para sí misma, pero muy fuerte para que oyéramos todas:

-Esto está para dejar sordo a cualquiera.

Y la señora de al lado le dice a su vecina:

-Qué feo. Cuando uno se enoja no puede ser feliz.

Y la vecina le contesta:

-Si mana, parece menopáusica.

Y otra señora sentada más lejos grita:

-¡Pero sin tratamiento!

Me hicieron el día.

Y es así como aprendí que conviene más tomar tratamiento.

Y ser feliz.

Feliz de pasearme por los pasillos del parque. De ver libros por doquier. De lanzarme a platicar con la gente de los stands y de tratar de conseguir contactos. Feliz de tomar clases con gente tan padre, con tanta experiencia. Feliz de haber conocido a chicas y chicos que escriben, como yo, y que ya han publicado. Feliz de pensar que se puede. Simplemente feliz.

Mi manuscrito sigue en mi computadora.

Y en la de otros… esperando a ser leído.

¡Seguimos!

filij

6 comentarios en “De como escoger chiles guajillos o… viaje a la FILIJ”

  1. buenisima experiencia la tuya, me encantó que pudieras vivir el metro mas intensamente y que atendieras tu motivación para escribir con mas tiempo y dedicación.

  2. Que bueno que pudiste darte tu tratamiento viniendo a lo que te apasiona tanto, aunque me hubiera encantado verte…pero bueno, primero lo primero!
    Y no puedo creer que hayas hecho pozole para 120…wow! 👏🏻👏🏻👏🏻

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