Se acabó el veinte

Se me acabó el veinte. Pero no como cuando tenía que tener muchas moneditas para llamar en un teléfono público y en el último segundo ni me podía despedir porque ya no me alcanzaban y me quedaba toda frustrada. No. Esta vez el tiempo se acabó suavecito. Pude disfrutar cada segundo, sin anhelar más. Y consciente de no querer más. Por primera vez fui a México sin idealizar. Logré observar todo con detalle y admiración, me impregné de los colores, de los sabores, de la gente. Eso. Sobretodo de la gente. De su amabilidad. De sus sonrisas. Amé platicar con personas tan sabias, tan ingenuas, tan divertidas. Con la señora del restaurante Yucateco, que tan linda me dio la receta de su maravillosa agua de horchata. Con Reina y su hija Yesenia, con Doña Leo, con Mari, mujeres que además de tener excelentes conversaciones y consejos, son las mejores cocineras (ceviche de Acapulco, salpicón, sopita de verduras, chilaquiles verdes picositos, enchiladas, molletes, huevos a la mexicana, tlacoyos rellenos de requesón, pastel de elote, de manzana, flan…uff…no sigo porque se me hace agua la boca). Con los diferentes taxistas que nos tocaron (el que nos contó la historia del centro de Tlalpan; el que me llevó por toda la Colonia Roma para buscar cambio y me regresó al restaurante al que iba a cenar sin cobrarme nada extra; los diferentes choferes de Uber: gracias por las botellitas de agua, por los dulces, y por las palabras siempre atentas). Con la pareja del metro que estaba al lado de nosotros. Escuche con atención las historias de los voladores de Papantla; a Don Jesús y a Leonardo. Admiré sus bellísimos trajes, bordados a mano por ellos mismos (y por sus esposas, ¡aunque les costó admitirlo!). Reí con los marchantes del mercado de Tepoztlán, agradecí sus explicaciones y sus historias. Tuve tiempo de ver y disfrutar a casi todos mis amigos. Siempre se puede hacer más, claro está…pero bueno…se hizo lo que se pudo. De darme cuenta de que el cariño de tantos años sigue intacto. Que aunque mi vida es otra hoy y a veces me costaba trabajo seguir las conversaciones los sigo queriendo igual, y me sigo divirtiendo igual y saber en qué anda cada uno y que están bien fue increíble. Y me di cuenta, gracias a mis hijos, de que tengo muchas amigas que se llaman Mari algo: Mari, Maribel, Marisa, Maricruz, Marichu, Marimar…y también, gracias a mis hijos, por fin entendí el sentido del diminutivo «ito/ita» en México: «Mamá, aquí la gente te ofrece una “cubita” pero te sirve una “cubota” en un vaso enorme, ¡especialmente abuelito Carlos y Ana Laura!» Cómo me reí con eso. Fue maravilloso verlos a todos. Aquí hago una “pequeña” pausa en mi relato. Es necesario. Anita y Gerardo, los adoro. Amé como se llevan con mis hijos, no hay palabras para explicarles lo que sentí cuando vi a Mateo abrirse a ese grado con ustedes, reír a carcajadas con la historia de los punes. Gracias por tanto. La noche de los vídeos no se me olvidará nunca. Ya los extraño. Y Clau…eres lo máximo. Ana Pau y tú son únicas. Las quiero tanto…no sabes como te agradezco la confianza que me tuviste al mandarme a tu niña, que ahora es parte de esta familia. Paola, Marichu, Vero, gracias por la cena tan padre, ¡las quiero! lástima que no nos vimos más. Ga y Gus, nos encantó verlos tan bien y felices. ¡Te quiero amiga! A ti, a Ele, a Mari, a Ga, a Ana…me hubiera encantando disfrutarlas más, pero pude abrazarlas y eso es lo importante… Maribel, no hubiera podido irme sin verte. Te quiero… gracias por invitar también a Paty, amé verlas. Maricruz y Marisa, cómo siempre, un placer compartir con ustedes, ¡las quiero! Isabelle y Blanca, simplemente gracias. Isa, eres mi amiga francesa más mexicana y te adoro. Fue padrísimo ver a Paola y a Andrea juntas. Y Blanquita. Te quiero y te admiro tanto…eres una guerrera y verte fue un regalo. La plática que tuvimos en Tepoztlán me abrió los ojos, no sabes cuanto. Gracias a ti veo mi vida de otra forma. Fuerza y toda, toda la luz para ustedes. Faby, qué bueno que pudimos verlos antes de empezar su nueva aventura. Eres un ejemplo. ¡Disfruten al máximo de Playa del Carmen! Márgara, gracias por venir a verme. Era necesaria esa plática. Blanquita Martínez. Me encantó verte, desde siempre te he considerado como alguien muy especial. Eres una mujer espectacular. Sin saberlo, eres parte de las personas que me hicieron darme cuenta de los cambios urgentes que tengo que hacer en mi vida. Y ya dejo aquí mis declaraciones de amor. Aunque me falta hablar de mi familia. Amo a mi familia. A lo mejor no lo digo lo suficiente, pero es la verdad. Amo a cada uno de sus integrantes. Con sus virtudes y sus defectos. Y con todo y ese amor, acepto que la convivencia intensa es un arma de doble filo, pero es lo que hay. Me gustaría tanto poder ir a México más seguido y menos tiempo…poder ir a una comida familiar, pasar un rato con mi mamá y mis hermanos, o con mi papá, Alicia y mis hermanas, y luego regresarme a mi casa a dormir y volverlos a ver en unos días o en unas semanas y así…pero no es posible. Lo que hace que pasemos de no vernos nada, a vernos a la máxima potencia durante un tiempo más largo. Tengo que decir que para mí, acostumbrada a estar sola con mis hijos, en un principio es maravilloso, pero luego a veces al pasar los días puede haber tensiones normales con los miembros de la familia, lo que puede resultar frustrante, porque sé que no los volveré a ver antes de no sé cuanto tiempo…pero en fin, todo este rollo para decir que amo a mi familia, que adoré estar con ellos, ver a todos mis sobrinos tan bien, tan padres, y sobre todo, ver la relación entre los primos…ya sea con los chiquitos o con los grandes, no cabe duda que el amor es fuerte, muy fuerte y eso es algo que no tiene precio. Conocer al pequeñín de la familia, que ha venido a llenarnos de luz y alegría, a enseñarnos que la vida siempre gana, que el amor no tiene límites y que en nuestros corazones el espacio es infinito. Ver a mis cuatro hermanos y a mis cuñados, abrazarlos, sentirlos cerca. Sentirme orgullosa de formar parte. Y sobre todo, sentir el amor de mis papás, haber tenido la oportunidad de disfrutarlos y de verlos compartir con sus nietos. Y sí. Aunque me gustaría que fuera más seguido, tengo la suerte de que haya sido. Ya se repetirá cuando se pueda. Porque así es. Punto. Yo vivo aquí y ellos allá y no sirve de nada lamentarse. Esta vida que tengo la escogí yo. Nadie me obliga, y este, precisamente este viaje a México me lo recordó más que ningún otro. Me recordó eso y otras cosas que aquí les comparto:

  1. Vivo en Lyon porque quiero.

  2. Puedo pasar el resto de mi vida “sufriendo” y “extrañando” México o puedo ser feliz con lo que tengo hoy. Yo decido.

  3. Porque eso. La vida es HOY. No puedo saber lo que va a pasar más tarde, ni si voy a tener otra oportunidad para hacer las cosas. Así es que a hacerlas. Punto.

  4. No va a venir nadie a tocar a mi puerta con las soluciones a mis problemas. Las tengo que encontrar yo. Salir y encontrarlas.

  5. En esta vida hay que chingarle. No hay de otra. Justo hoy por la mañana me decía mi niña: “mamá, una campeona no nace, se hace, lo dijo Ona Carbonell, la capitana del equipo de natación sincronizada en España, y tiene razón, ¿verdad?» Claro que tiene razón.

  6. No hay edad límite para cumplir los sueños.

  7. Solo hay que despertar. Ya.

En este momento se estarán preguntando ¿a dónde viene ésta loca con sus declaraciones de amor, sus confesiones y su terapia personal? Pues a decirles que gracias a todo lo que acabo de escribir y que aprendí en este viaje; gracias a este blog y a ustedes que amablemente se toman el tiempo de leerme, y gracias a mi esposo y a mis hijos, hoy voy a cumplir mi sueño más grande que es escribir mi primera novela, y sobre todo, terminarla. Lo antes posible. Para poder llegar a mi meta que es tener un primer manuscrito para Navidad, tengo que darle prioridad absoluta al libro, lo que quiere decir que voy a tener que dejar el blog en “stand by” estos meses. No me olvido de ustedes, al contrario, quiero pedirles su apoyo y pienso hacerlos partícipes de mis avances en la página Facebook de Vivo Aquí, pero soy de Allá cada quince días más o menos. Sin mis relatos y sin ustedes nunca me hubiera atrevido a dar el paso. Por eso les estaré eternamente agradecida.

Ahora es cuando les digo hasta muy pronto (con lagrimitas de emoción en los ojos), esperando que sigan ahí cuando termine mi obra, listos para comprarla (porque sí…no solo se vive de amor y agua fresca chicos…) ¡y ayudarme a hacerle promoción, si es que les gusta, por supuesto!

Gracias por estar…

Lorena

Telefono de monedas

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Una Conversación

La gente no te habla cuando vas por la calle en Lyon. Qué te pregunten por un camino, eso sí que pasa, pero así que se pongan a platicar, lo que se dice platicar contigo, pues no.

Hoy se rompió esa regla con una excepción.

Iba yo caminando muy tranquilita con mis niños, aprovechando que son los últimos días de vacaciones (en Lyon, porque en otros lados de Francia empezarán este fin de semana, tomando en cuenta que en este país no todo el mundo tiene las mismas fechas. Depende de la zona en la que vivas. Nosotros vivimos en la zona “A” así es que lógicamente nos toca primero) y que hace bonito, cosa que hay que aprovechar al máximo, porque no se sabe cuánto tiempo puede durar. Así que nos dirigimos hacia el puente nuevo, que ya no es taaan nuevo, porque ya lleva algunos meses en servicio, pero bueno… y atravesamos para ir hacía el centro comercial Confluence, que está precisamente en el barrio que se encuentra en la confluencia del Ródano y la Saona (qué feo suenan los nombres en español…. el Rhône y la Saône, si les gusta más). Total que ahí estábamos esperando a que se pusiera verde el señorcito del semáforo cuándo se nos acerca una señora que parecía totalmente perdida.

-Perdón, me dice en francés, ¿me puede usted decir hacía dónde está el centro comercial?

Y yo, con mi voz de guía de turistas, y señalándole el lugar con mi dedito índice, claro señora, ¿ve usted ahí enfrente ese edificio con el techo blanco? Pues ahí es. Nosotros vamos para allá. Solo siga todo derecho máximo cinco minutos y listo.

Se pone el monito verde y atravesamos al tiempo que la señora me cuenta:

-Yo nací en Perrache (que es el barrio de al lado de donde estamos paradas). Ahí crecí y viví hasta los veinte años que mi padre decidió vender la casa y mudarse. Llevo más de veinte años sin regresar. Estoy completamente pérdida. Todo ha cambiado tanto…está todo tan moderno…ya no reconozco nada. Veinte años sin venir a mi lugar de origen, ¿se imagina?

Y yo, si señora, me imagino perfecto. Yo llevo aquí siete años y he visto cómo ha cambiado este barrio. Y cada vez que voy a mi país me pasa. Porque yo soy mexicana, ¿sabe? Y es una sensación extraña cuando visito y a veces tampoco reconozco nada.

En ese momento me acuerdo, aunque no le digo a la señora, que justo me pasó la última vez que fui, hace un año. Mi hermano me invitó a conocer su oficina que está en la Colonia Roma Norte. No están para saberlo, ni yo para contarlo, pero esa colonia es muy importante en mi vida. Ahí vivía mi marido cuando lo conocí. En la calle de Tabasco, para ser exactos. En ese momento no sabía que algún día estaría parada en una calle de Lyon, junto a una perfecta desconocida, después de 18 años de vivir en Francia, 17 de casada, y tres hijos, pensando en el departamento aquel, y en aquella colonia, en la que conocí y me enamoré de mi francés. En la calle de Tabasco dormía (mos…) (o no…) pero para salir, lo “in” era la Colonia Condesa, que está al lado, o a lo mucho la Roma Sur. A La Roma Norte nadie se aventuraba demasiado. Calles sucias, edificios bonitos, pero muy maltratados, vendedores ambulantes… nada muy “sexy”, pues. Como Olivier no tenía coche y le gusta caminar, cosa a lo que los mexicanos no estamos muy acostumbrados que digamos, puedo decir que en los meses que estuvimos juntos en México conocí más mi ciudad y caminé más por sus calles que nunca antes en mi vida. Así es que cuando mi hermano el año pasado me dijo en dónde estaba su oficina, medio que me sorprendí, pero solo dije, ¡claro, conozco perfecto, Olivier vivía justo en frente! Mi mamá me llevó en coche y se estacionó como a dos o tres cuadras. Empezamos a caminar… Mientras avanzábamos mis ojos se iban abriendo más y más. No podía creer lo que veía… Tiendas de lujo, restaurantes de lo más “nice”, mezcalerías (¿mezcalerías?, ¡mezcalerías! ¿desde cuándo la gente en México toma mezcal, que era la bebida de pueblo por excelencia? Y por cierto, haciendo un paréntesis, después me di cuenta que no solo toman mezcal, sino que son expertos en mezcal (o por lo menos se sienten expertos 😉 ), tiendas de ropa, de muebles, de artesanías… todo súper exclusivo. Yo caminado como un búho zombie y mi mamá, ¿cómo ves? Si qué ha cambiado, ¿no? Y yo sin poder abrir la boca. Porque mientras miraba a mi alrededor me iba hablando a mi misma y me decía, ves, cuando pasan estas cosas es cuando te das cuenta de que SI, vives lejos, y de que SI, la vida sigue mientras tú no estás, y de que SI, las modas cambian y tú ni enterada, y de que SI, todos tus amigos toman y aprecian (o eso parece) el mezcal, menos tú, y de que SI, la colonia Roma, esa colonia descuidada y abandonada en dónde tú caminabas con tu galán, a dónde nadie iba más que tú, ahora es LA Roma, una colonia de hipsters. Y mi mamá insiste ¿Qué te parece, está padrísima ahora, no? Y yo, ajá ma, está increíble. Lo digo rápidito, para que no se me note la voz temblorosa.

Por eso justamente entendí perfecto por lo que estaba pasando la señora en ese momento. Mientras yo recordaba a mi México, ella seguía hablando. Qué no podía creer que fue a la escuela ahí cerquita del centro comercial, que ahora hay tantos edificios nuevos y tantos restaurantes, y el puente, y el tranvía, y el parque, y etcétera, etcétera. Luego cae en la cuenta de que le dije que soy mexicana y me empieza a decir que bravo, que qué bien hablo francés. Gracias señora, le digo yo, pero todavía ayer el señor de la panadería no me entendió cuando le pedí un sandwich de salami. ¿No le entendió?, ¡nada de que no le entendió!, me dice ella, ¡no la escuchó, que no es lo mismo!, usted habla muy bien, y bravo, es usted un ejemplo. Se ve qué está perfectamente adaptada. Nunca me habían echado tantos piropos en tan poco tiempo, una señora de lo más amable, la verdad. Pérdida, pero amable. Y ahí vamos platique y platique y ya cuando vamos a llegar le digo y por cierto señora, ¿a qué ciudad se cambió usted a vivir que hace tanto tiempo que no venía a Lyon?

-¡Qué va!, me dice ella toda sorprendida por mi pregunta, si yo sigo viviendo en Lyon, solo me cambié de barrio.

FIN

P.D. Así, con esa cara que están poniendo ustedes, me quedé yo.

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En Calidad de Bulto

¡¡Pi-pi-pi-pi-pi-pi-pi-piiiiiiiiii!!

No, no tengo ganas de hacer pipí. Así hace mi despertador.

O eso me parece a las seis de la mañana que suena la cochinada esa. O sea, las cinco de la mañana de la semana pasada.

-¡Esto no es de Dios! Grito al escucharlo, sin pensar en las consecuencias de mi acto brutal a esta hora de la madrugada.

Es que ¿¿¿quién puede pensar algo, lo que sea, a las cinco de la mañana de la semana pasada, o sea, las seis de esta??? ¿pero a quién se le ocurre cambiar la hora sin avisar, sin decir siquiera agua va. Así, tranquilamente, de un día para otro, nos roban una hora de nuestro tan respetado y bien amado sueño.

Una hora, me dirán ustedes, ¿qué es una horita comparada con las siete horas de diferencia que nos cargamos cada vez que vamos a México? No es nada, ¡pan comido!

Pues no señoras y señores. Les confirmo que hace exactamente cinco días que me despierto en calidad de bulto todas las mañanas. Al principio pensé que era el cansancio porque estoy haciendo ejercicio. Aunque usted no lo crea, hago mi luchita… Todos los días voy al parque de Gerland, llueva, truene o relampaguee, y con todo y que varias veces casi me vuelo con el viento de pasumecha que hay en esta linda ciudad de Lyon en dónde vivo, voy y corro mis dos vueltas y camino otras dos (no se queden con esa cara de impactados, empecé por dar dos vueltas caminando, luego una media vuelta medio muriéndome al tiempo que disque trotaba y así hasta el día de hoy que ya ahí la llevo, no es por nada). Pongo mi musiquita, respiro como puedo para que no me de dolor de caballo y sobretodo rezo para no encontrarme a nadie conocido. Regreso a mi casa más roja y sofocada que un jitomate asado a punto de convertirse en salsa para chilaquiles, pero lo hago. Por eso pensé que estaba cansada, pero me dije que era demasiado raro que así de repente me cansara TANTO. Luego pensé que a lo mejor sería que cuando me despierto en la noche luego me cuesta horas volverme a dormir. Por “x” o “z” se despiertan mis niños, o a mi marido le da por roncar y con eso me basta. Ya perdí la práctica. Cuando eran chiquitos y se despertaban seguido pues estaba tan, pero tan cansada que me podía volver a dormir, pero ya no. Así es que pensé que podía ser eso, pero no, en estos días nadie se ha despertado, la verdad.

No. La verdad, es que es esa maldita hora perdida que me tiene así. Hoy más que ningún otro día me di cuenta.

Cómo les decía, sonó el despertador a las seis de la mañana (cinco de la mañana de la semana pasada, para los que leen a medias) y yo:

-¡Esto no es de Dios!

Y mi maridín que está tranquilamente dormido, porque eso sí, aunque caiga un rayo dentro del departamento el duerme como un lirón, ni se inmuta. Pero mi niña que tiene el sueño liviano como su madre (o sea, yo mera) luego luego prende su luz.

-¡Mamá! ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? ¿Por qué gritas?

-No nada chiquita, duérmete, todavía es temprano. Perdón, no quería despertarte.

El que tiene que despertarse a esta hora en realidad es Olivier. Lo que se traduce, como ya se imaginan, en que suena el ¡¡¡¡pipipippipipipiiii!!!! de su despertador, yo tengo que escalarlo para apagar el bicho ese, medio dormida lo muevo, amor, despierta, y después de dos minutos ¡ya! ¡despierta! Y él, tranquilamente, ¿qué? sí, no oí, gracias. Se levanta tan fresco como lechuga, se arregla, desayuna algo rapidito y se va a trabajar.

Cuando cierra la puerta me acuerdo que hoy es jueves. El día en que viene el señor de internet a conectar la nueva instalación. Hoy es jueves. Mierda. Olivier me llamo el sábado cuando estaba en la tienda y me preguntó ¿miércoles por la tarde o jueves por la mañana? Por tonta le dije jueves. Con todo lo que tengo que hacer hoy me voy a tener que quedar encerrada de 8:00 a 12:00, porque ni siquiera se dignan a darte una hora exacta. Aunque, pensándolo bien, no puedo llevar a los niños a la escuela y estar en la casa al mismo tiempo. ¿Y si llega el señor, qué hago?

-Hola amor, soy yo. Sí. Dime algo, les diste mi teléfono a los de Orange? Tengo que salir a llevar a Luca a la escuela. No. No le voy a pedir a Mateo y Paola que lo lleven, me da miedo. Voy yo rápido. Solo dime si tiene el teléfono el señor. Okay, gracias. Buen día. Ajá. Hablamos luego. Bye.

Son las 7:20.

-¡Niños! Ya levántense, ¡es tardísimo! A desayunar, rapidito.

Voy a cada cuarto y prendo la luz, los niños abren sus ojitos con trabajos. Claro. El cambio de horario. Se levantan como pueden y así medio dormidos van a desayunar. Yo me como un pan con mantequilla y me tomo la mitad de mi té. Mejor no me baño, me pongo mis pants y así me regreso corriendo de le escuela, aunque sea hago un poquito de ejercicio. No pero ni modo que deje al señor solo después. No importa, no me va a robar nada. Ni que tuviera gran cosa. Pero igual…me da cosa dejarlo solo. ¿Me baño o no? No bueno, ni que fuera a venir el presidente, por Dios, deja de pensar en tonterías, da igual.

-¡Apúrense chicos! Luca, lávate los dientes y te vistes. Anda amor, nos tenemos que ir volando, viene el señor de internet y tengo que regresar a la casa rápido.

Total, me pongo los pants. Por su culpa no voy a ir a correr. O ya sé, me voy al parque y cuando me llame le digo que estaba en la escuela, que me espere. ¿Y si no quiere? Olivier dijo que si no estoy me cobran sesenta y cinco euros solo por desplazarse. No, mejor solo me regreso corriendo y ya.

Luca y yo avanzamos más rápido de lo normal, vemos a lo lejos a Mateo y Paola que van platicando como grandes cuates, me encanta verlos llevarse tan bien.

Por fin llegamos. Le doy un besito y le deseo un buen día. Nos vemos al ratito amorcito, sales rápido que tienes natación. ¡Buen día! Me doy media vuelta y me pongo a correr. En lugar de ir hacia mi casa me voy al parque. Si voy. Qué me llame y ya. Y ahí va la corredora profesional muy motivada. Pero no, mejor me regreso. Y así, entre que sí y que no, cuando voy a la mitad del parque me entra el sentimiento de culpa muy cañón y decido regresar, pero más rápido de lo normal, así por lo menos hago algo.

Tengo que decir que vivo muy cerca de la escuela, así es que mi gran esfuerzo duró exactamente…cinco minutos. Para una carrera, no fue muy larga. Pero bueno, así nadie podrá decir que no estaba en casa cuando se decida a llegar el bendito señor.

Entro directo a bañarme, ni modo que me encuentre encuerada, o peor, dentro de la regadera. En friega me desvisto, ya ni me lavo el pelo, ya sé, lo traigo asqueroso, pero ya será mañana. Entro y salgo en menos de lo que canta un gallo. Odio arreglarme tan rápido. En el baño está colgada mi camisa de ayer, la huelo y hasta eso pasa. Me visto, me lavo los dientes, me pongo mis cremas en la cara y ya. Lista. Qué raro. Ya son las nueve y no llega. Típico va a llegar a las doce, cosa que me parecería extraña, porque aquí la hora de la comida es sagrada. Mientras pongo una lavadora y medio recojo, por lo menos así no ve la casa toda tirada.

Diez y media. Ya recogí, ya limpié, ya saqué la ropa de la lavadora. Ya me tomé un té. Ya estoy empezando a trabajar, aunque siendo sincera tendría más ganas de regresar a mi cama que otra cosa y este mugre viejo no llega, pero bueno… ¡se burla del mundo entero!, ¿qué cree que la gente no tiene nada que hacer de sus vidas que esperar tranquilamente sentados en un sillón? No, voy a hablar y que me digan a qué hora viene. Busco los papeles que trajo Olivier el sábado, encuentro la ficha de intervención y la leo por primera vez.

FECHA DE INSTALACION: Jueves, 9 de abril de 2015 entre las 8:00 y las 10:00.

Hoy es jueves. En eso estaba en lo correcto.

Pero jueves, 2 de abril de 2015. Son las 11:00 a.m.

¿Qué se hace en estos casos?

¿Llorar?

¿Reír?

O… ¿echarle la culpa al cambio de horario 😉 ?

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La fiesta de la Primavera

Llevaba un mes sin dar noticias porque me estaba preparando. No crean, esto toma tiempo. Tiempo y esfuerzo, porque además de organizar la parte material, hay que aprenderse todo el chistecito…

Cuando nos avisaron lo primero que pensé fue, ¡ni maiz! Yo no participo. Eso es para los chiquitos, yo ya no soy un bebé y eso de hacer el ridículo no va pero para nada conmigo. Qué va a pensar Juanita, no, yo no. Estaba bien dispuesto a quejarme, lo juro. Me dije a mi mismo, va, dilo, levanta la mano y ya. Ahorita, en cuanto acabe de hablar la maestra, vas. Okay, ya, acabó. No, pero está hablando Lety. Bueno, mientras pienso bien cómo le voy a decir que no cuenten conmigo. Ya, va. Cuento a tres. Una…. pero mira, todos están recontentos con la idea. Me vale, yo no quiero y punto. Dos…bueno, y ¿si lo hago y ya? No, no manches, no quiero. Tres…ya, abro mi bocota y lo digo. Cuatro… ¡dije que contaba hasta tres, porque soy tan penoso, carajo!

-Bueno, entonces así quedamos. Ya solo falta decidir a quién le toca vestirse de qué. Cómo les dije, este año el tema son los pájaros mexicanos, así es que de tarea, cada quién va a proponer cinco aves, y si encuentran fotos, pues mejor, que sean muy coloridas y les gusten. Mañana escogemos y hacemos la rifa, para que sea lo más justo posible.

-¡Si maestra! Contestan mis tarados de compañeros.

No lo podía creer, ridículo en su máxima expresión. Pájaros. No podían escoger algo más inteligente caray, no sé… aunque no sabía que era peor, las flores del año pasado o esto. ¿Y por qué no animales en general, aunque sea? No. Pájaros. No, pero si ya me imaginaba la cara de mi mamá. ¡Mijito, te vas a ver divino! Con lo qué me gusta coser, vas a ver, vas a ser el “x” (en ese momento todavía no sabía que maravilla de pájaro podrido me iba a tocar…) más guapo de toda la escuela. Tú última fiesta de la primavera… estoy tan orgullosa Alfredito! Qué bueno que ahora lo prolonguen hasta primero de secundaria. Ya estaba deprimida de pensar que no volvería a hacerte ningún disfraz y decidieron que siempre sí participaban y etcétera, etcétera, etcétera… mi mamá es capaz de hablar horas y horas seguidas sin cansarse…

De puro coraje me fui a comprar un raspado con mi domingo. Y de rompope. ‘Pa que no digan.

Ahí iba yo, muy decidido, cuando la veo. Muy paradita haciendo cola frente al puesto de raspados como si nada en plena plática con el idiota de Rodrigo. Bueno… también estaban Rosa, y el Pepe, y otros que ya ni sé. Pero ella, así que digamos, ella… estaba muy concentrada en lo que decía ese creído. Estaba entre que si me acercaba o no cuando oigo clarito:

-¡Alfredo! Ven, ¿no quieres uno?

¿Qué si quiero uno? Qué pregunta, por supuesto que quiero uno, pero un besito, tuyo mi Juanita, y ahorita que estoy tan enchilado, ‘pa que me calme.

-Si, ya voy, hago la cola.

-No, vente acá, me dice ella, ya casi llegamos, así después caminamos todos juntos a la plaza.

Me voy acercando de a poco, porque mientras yo caminaba todos los de atrás gritaban, ¡a la cola, a la cola! y ella les gritaba de regreso ¡ya bájenle, viene con nosotros! y Rodrigo con una jetota y yo sin saber que decir. Ya cuando llegué yo creo que se apiadaron de mi cara de menso porque se calmaron y ya no hubo bronca.

Todos hablaban de la fiesta de la primavera. Unos súper felices y otros, cómo yo, o peor de enojados, quejándose. Aunque como yo, nadie se atrevió a decir nada. Ahí estábamos como borreguitos dóciles siguiendo órdenes.

La mera verdad es que en ese preciso instante la fiestecita dichosa me daba igual. Juanita me había hablado, aunque estaba con el Rodrigo ese cuando me vio quiso que viniera con ellos. Eso es todo lo que me importaba. Tenerla ahí, cerquitita.

-Me encanta como van raspando el hielo con ese aparato. Se hacen como copitos de nieve, ¿no?

-Si, eso, exctamente como copitos de nieve. ¿De qué lo quieres?, yo te lo invito.

-Yo de cajeta, ¿y tú?

-Yo de rompope.

-Entonces uno de cajeta y uno de rompope, porfa don Moisés.

-Aquí tiene, le pago los dos. ¡Gracias!

Ese don Moisés es re buena gente. A los de la secu nos hace precio especial. Sabe que siempre vamos con una mano atrás y otra adelante. Sus raspados son una delicia. Y qué decir de los coctéles de mango, sandía, piña… de zanahorias, jícamas o pepinos, con mucho limoncito y ese chilito que pica riquísimo. Yo siempre pido jícamas con mucho chile. Nomás de pensar en comérmelas se me hace agua la boca.

Ya cuando todos acabaron de pedir nos fuimos a la plaza un rato. Qué ganas de agarrarle la mano… las tiene chiquitas y se ven bien suavecitas. Digo se ven, porque nunca se las he tocado. No me atrevo. Estoy esperando el momento adecuado.

Nos sentamos en un banco que estaba casi cubierto completamente de pétalos morados. Cómo no, si está justo abajo de una jacaranda enorme, en flor.

Nos comimos, o más bien, nos tomamos nuestros raspados cada quién platicando en grupitos, ¿de qué creen? pues sí, de la súper fiesta. Las niñas insistían en que qué divertido, es la última vez que lo hacemos, va a estar genial. Podemos proponer bailar canciones de moda, se imaginan, los tucanes bailando hip-hop, o algo así, ¡estaría increíble! Y los niños, qué increible ni qué ocho cuartos (como dice mi abuelita) nada de bailes, desfilamos y que digan que les fue bien. Y ellas montadas en su burro y nosotros en el nuestro, y así nos pasamos más de una hora.

Poco a poco todos empezaron a irse. Yo me esperé a que Juanita se fuera, por supuesto. Cómo somos casi vecinos, pues lógicamente caminamos juntos. Había planeado una pequeña sopresa para cuando llegáramos a su casa.

Hablamos de cualquier cosa, creo que de la tarea del día siguiente. No me acuerdo muy bien porque yo todo lo que quería era atreverme a hacer lo que había planeado. Así es que iba pidiéndole a la virgencita que me diera fuerzas. Ya llegando frente a su casa me dice, como si nada, bueno, pues nos vemos mañana, y yo, con la voz bien temblorosa, ajá, si, hasta mañana. Y ya se va y yo pero qué pendejo, que esperas para dársela, y ella caminando despacito, como medio desilusionada y que me lanzo y le grito ¡Espérate, Juanita! Y ella voltea con esa sonrisa que me hace derretirme y que me acerco y le enseño la florecita de jacaranda que traigo en la mano y que se queda de a cuatro y no sabe si agarrarla o qué y sin pensarlo se la acomodo rápidito entre su oreja y su pelo largo, bien lacio y brillante que tiene y en lugar de aprovechar y darle un beso me volteo y salgo corriendo como caballo desbocado. Ella se queda parada ahí a media calle y solo alcanzo a oir que dice gracias, sin gritar, como para ella misma.

Está por demás decirles que llegué a mi casa sin aire y temblando como gelatina. Para colmo, en cuanto di un paso dentro me di cuenta del lío en el que estaba metido. Desde la puerta de la cocina salió volando una chancla que me despeinó mientras pasaba rozando por encima de mi cabeza. Pensando a mil por hora caí en la cuenta de que hacía más de una hora que tenía que haber estado en la casa para comer.

La forma de usar la chancla dice mucho del humor del momento de mi mamá.

Cuando realmente está muy, pero muy, pero muy enojada, la chancla no vuela, más bien mi mamá corre detrás de nosotros y nos agarra directamente a chanclazos. El hecho de que en esta ocasión la chancla simplemente volara, sin que mi mamá se fijara bien hacia donde la estaba lanzando (que aún así, casi me descabeza, para que se den una idea de la experiencia que tiene mi santa madre en el lanzamiento de chanclas) quería decir que estaba enojada, pero no tanto. Podía salvarme de un castigo si encontraba una excusa, muy, pero muy rápido.

-¡Chamaco este, esta casa no es un restorán! ¡Hace más de una hora que pasó la hora de la comida! ¿En dónde estabas metido jovencito?

Y que me sale todo un sermón, casi así como el del padre Ramón los domingos en misa, en el que le dije a mi mamá, que perdón mamacita, no quería llegar tarde pero fíjate que la maestra Lupita nos estaba explicando que siempre sí vamos a participar en la fiesta de la primavera de la escuela, que quieren que los de primero de secundaria compartan con los de sexto de primaria para que los pobres no estén tan perdidos el próximo año, ¿te imaginas, ma? Vas a poder hacerme el mejor disfraz, con lo que te gusta coser, creo que hasta va a haber un concurso. ¡Seguro lo gano, con lo bien que haces tú todo! Nos va a tocar vestirnos de pájaros y mañana van a hacer una rifa para saber de cuál exactamente. Ves, no quería llegar tarde pero de verdad que no fue mi culpa, la maestra nos retuvo al final para que no perdiéramos horas de clase…

Mi mamá se me quedó viendo así bien callada, sin ninguna expresión en la cara. Varios minutos así, como si estuviera meditando, o pensando, rete concentrada.

De repente de la nada, me dijo:

-Andale, apúrate a sentarte a comer que tienes que llevarle el itacate a tu papá, que ha de estar muerto de hambre.

Y lueguito de eso:

-Te voy a hacer el disfraz más chulo de bonito. ¡Mi hijo va a ser el más guapo de la escuela o dejo de llamarme Hermelinda!

Olvidado el enojo. Cantando la canción de Yuri, esa bien vieja de la Maldita Primavera, mi mamá regresó a la cocina a calentar todo mientras yo me sentaba en la mesa.

El olor que llegó hasta mi nariz me recordó que yo también estaba muerto de hambre. Las tripas me crujían sin piedad. Tengo que decir que mi mamá es una cocinera de uff. O sea, que cocina de lo más delicioso, como quien dice.

Me trajo un plato servido con dos chiles rellenos de picadillo, rociados con una salsita roja bien picosita y acompañados de arroz con plátanos fritos y frijolitos negros. Todo acompañado de unas tortillitas recién hechas y agua de jamaica bien fresquita. Me los comí como si fuera mi última cena (ya que estamos con esto del sermón y la misa…). Un manjar de los dioses, pues.

Cinco minutos después estaba en la calle otra vez, listo para llevarle su famoso itacate a mi papá, que trabaja a dos cuadras de la casa y siempre espera con ansias los platillos de su mujercita.

De regreso a la casa, me fui directo a buscar los nombres de los pájaros mexicanos. No tenemos internet, así es que busqué en la enciclopedia que me regalo mi madrina el año pasado.

Encontré un buen, pero escogí estos cinco: Flamenco, Tucán, Guacamaya Roja, Halcón y Gorrión.

Ya sé, el halcón no es muy colorido, pero me gusta.

Al día siguiente en la escuela todos dieron sus nombres de aves y después de votar quedaron los cinco equipos siguientes:

1- Los tucanes

2- Los loros de cabeza amarilla

3- Las guacamayas rojas

4- Los colibrís de corona azul

5- Los cotorros

Luego hicimos la rifa. Tuve una mala noticia y una buena (más bien dos malas noticias y una buenísima):

Primera mala noticia: ¡Me tocó el equipo de los colibrís! Aunque mi mamá va a estar encantada, a mi no me hace nada, pero nada feliz vestirme de un ridículo colibrí…

Segunda mala noticia: Las niñas dieron su “maravillosa” idea a la maestra, que por supuesto estuvo más que de acuerdo, pues es mujer también, lógico, está de su lado. Y claro, tenían que escoger a la tonta de Taylor Swift. “Shake it Off”. La maestra dijo que sí para darles gusto, aunque ni sabe bien lo que dice la cancioncita esa. Qué disque tiene muy buen ritmo, y con eso les bastó para fregarnos con una canción de niñitas fresas.

Unica buena, BUENISIMA noticia: ¡Juanita está en mi equipo! Lo que quiere decir que nos vamos a ver TODAS las tardes de aquí a la bendita fiesta. La maestra decidió que va a hacer un concurso de baile entre los cinco equipos. Tenemos que poner nosotros mismos nuestra coreografía y presentarla a todos (maestros, papás y alumnos) ese día.

Esa misma tarde le di la noticia a mi mamá. Cuando supo que el concurso no era individual, sino en equipo, se puso toda emocionada, como loquita, y luego luego me pidió el nombre de todos los integrantes para ponerse de acuerdo con las otras mamás, y claro, como ella es la mejor costurera, dirigirlas para que nuestro disfraz sea el mejor de todos. Verla tan contenta casi logró que entrara en el jueguito de “qué padre, va a estar increíble”.

Casi, pero no.

Todas las tardes nos veíamos en una casa diferente para ensayar. Juanita y Laura tomaron las riendas del equipo y Dios de mi vida. Por poco me lleva el chamuco cuando nos enseñaron su idea de coreografía la primera vez. Ver las lindas y redonditas pompitas de mi Juanita sacudirse de esa manera mientras la Taylor cantaba “shake it off, shake it off” (por cierto, ya aprendí que shake quiere decir “agitar o sacudir” y “my god” si que las saben agitar estas chicas) por poco hace que me volviera fan de la güerita flacucha.

Una cosa fue verlas a ellas y otra hacerlo nosotros. En lugar de lindos colibris moviendo la colita parecíamos guajolotes con el trasero en llamas.

Qué más puedo decir… esas tardes las pasé viajando entre el paraíso y el infierno.

Juanita se metió en la cabeza (igual que mi mamá) que quería a toda costa ganar el dichoso concurso, así es que nos tuvo ensayando horas y horas hasta que logramos hacer algo parecido a un baile. Yo ya estaba más que harto. Al final hasta se me olvidó que Juanita me gusta y hubiera dado lo que sea por salirme de la pesadilla en la que estaba metido.

Acepto que los disfraces quedaron bien chidos, tanto, que hasta parecen como hechos por profesionales. Bien coloridos, como quería la maestra Lupita. Todo muy bien, hasta que me lo puse y se fregó la cosa. Pinche disfraz más incomodo. Con trabajos me podía mover, parecía colibrí, pero disecado. Qué horror… por suerte que ya casi era el día y por fin se acabaría mi calvario.

Sábado, 23 de marzo de 2015.

9:30 a.m. Todos los equipos están listos. Mi mamá se ultra esmeró con el maquillaje. La mera neta es que nos vemos de pelos! Estoy tan nervioso que no puedo ni hablar. Siento la boca toda seca. Si ya de por si me cuesta trabajo hablar en público esto de la bailada es definitivamente demasiado. Creo que aún con todo el maquillaje que traigo puesto parezco un fantasma, y pálido, que ya es mucho decir. Juanita, al contrario, parece una diva colibrí. Está tan, pero tan bonita que parece un espejísmo. O será que no veo muy claro con esta estúpida máscara y por eso la veo medio borrosa. No, ya en serio, si qué está guapísima mi Juanita.

Estoy en el baño haciendo inspiraciones profundas para calmarme, cuando siento a alguien justo atrás de mi.

-Te veo medio apachurrado Alfredo, no te preocupes, verás que nos va a salir padrísimo el baile. No hay de otra, ¡de que ganamos, ganamos!

Mientras me dice eso, Juanita me mira directo a los ojos. Tengo su cara de colibrí a milímetros de distancia de la mía. Siento su respiración. Quiero abrazarla, pero antes de que me de cuenta me planta un besito de piquito en la boca, se da media vuelta y se va, dejándome ahí parado como tonto, completamente mareado de amor. No sé si se dice así, pero así me siento. Todo me da vueltas, mi corazón está a punto de salirse de mi pecho y estoy cien mil veces más nervioso que antes. ¿Se dan cuenta? Es la primera vez que beso a una chica. O que una chica me besa a mi, más bien dicho. No lo puedo creer, ¡le gusto a Juanita!

No tengo tiempo de pensar más porque oigo que me llaman del patio. Cuento hasta diez y salgo sintiéndome entre azul y buenas noches del baño.

Oigo que nos están presentando y apuro el paso. Ya todos están en línea listos para empezar. Encuentro mi lugar y me pongo en posición. La música de Shake it Off empieza a sonar en los altavoces. Las niñas dan un paso y empiezan a moverse. Nos toca a nosotros. ¿Qué es lo que tengo que hacer exactamente? Trato de seguir a los otros pero todo va demasiado rápido, mi cuerpo no responde, veo todo borroso a mi alrededor. Siento que vuelo cuando se oye un ruido muy fuerte que indica que alguien se acaba de dar un porrazo marca diablo. Y luego nada.

No sé cuanto tiempo ha pasado cuando oigo muy a lo lejos una voz angelical. Debo de estar en el cielo, o soñando en mi cama, podría ser…

-¡Alfredo, por Dios, reacciona! No se mueve, ¡hagan algo! ¡Un médico, rápido, busquen un médico!

Quiero abrir los ojos pero no puedo. Siento una mano que me acaricia la cara, luego oigo a mi mamá y a mi papá, pero no entiendo nada…

-Mijito, soy mamá, ¿me oyes?, tienes que despertar, ya. Te desmayaste. Debe ser el susto. Anda, ya, ¡abre los ojos!

Sigo sintiendo una mano, pero creo ya no es la misma, porque en lugar de acariciarme me están medio cacheteando. Me duele, pero no puedo reaccionar.

-Anda Juanita, pásame la jarra de agua de horchata que está ahí en esa mesa, con eso o reacciona, o reacciona.

-¿Segura señora?, pobrecito…

-¡Te digo que me la pases! ¡y rápidito!

Agua de horchata… eso dijo, o eso creo… Pensándolo bien, tengo sed. Mi mamá siempre tiene buenas ideas, seguro con una poquita de agua me siento mejor. En esas estoy tratando de pensar algo coherente cuando siento un chorro de agua helada directo en la cara.

-¿Qué pasa?, ¡mamá! ¡¿qué haces, en dónde estoy?! ¡¿Por qué me estás echando agua en la cara?! ¡Para mamá!, ¡¿qué te pasa?! ¡Qué pares, te digo!

-¡Alfredito!, gracias a Dios… regresaste, mi niño…

Y mientras mi mamá me abraza y me besa, y mi papá se acerca también para estar seguro de que estoy vivo, veo a lo lejos a mi Juanita… y sonrío.

                                – – – – – – – – – – – –

Aquí no se acaba la historia… ¿pensaron que me salvé del bailecito? Pues fíjense que no. Me salió el tiro por la culata, como dice mi abuelita. No nadamás fui el hazmerreír de la escuela durante no sé cuantos días… además, la maestra Lupita nos dio la oportunidad de presentarnos otra vez la próxima semana…

¡FELIZ PRIMAVERA!

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El Viaje

El viaje de ida es de día, pero creo que lo prefiero.

– ¡Mira mamá, cada asiento tiene su tele! ¡Súper!

Me dirán misa, y no dudo que haya madres y padres de niños muy pequeños que crean que ellos van a lograr entretener a sus hijos doce horas seguidas sin ayuda de la tecnología: muy válido. En mi experiencia personal, esas teles han sido una bendición, en casi todos los casos.

Sí, los niños ven varias pelis. Sí. A veces hasta varias veces la misma. Va, lo acepto. ¿Y? ¡Viajo tranquila!

Salvo…cuando el bendito aparato decide apagarse. Así, sin más. Y ahí me tienen (en caso de que viaje sola con los tres, que es lo que casi siempre pasa – mi marido nos alcanza después) picándole a todos los botones posibles e imaginables, tratando por todos los medios de arreglar el desperfecto para que mi angelito pueda regresar a su ocupación favorita (es decir, ver tele (y por una vez, SIN restricciones de horario, WOW, ¿qué más se puede pedir en la vida?)) hasta que después de un rato decido tocar el botoncito ese que tiene una señorita dibujado, para que la azafata venga y resuelva el problema, cosa que en el mejor de los casos sucede…y en el peor…

Mamá acaba sentada el resto del viaje frente a una pantalla sin vida:

a) Viendo de reojo, y sin sonido, películas para niños.

b) Escuchando música.

c) Leyendo.

d) Ninguna de las anteriores.

Más bien se la pasa, o me la paso, porque finalmente la mamá de este cuento soy yo, dormitando y contando los minutos, porque me urge, pero me súper urge, llegar.

Por suerte, como bien dice el dicho, todo lo que sube, baja.

Y mientras eso sucede, los niños y yo vemos maravillados por la ventanilla las luces de la gran ciudad de México, que desde arriba parecen millones de estrellas amarillas flotando en un universo sin fin. Poco a poco el color va cambiando y distinguimos claramente las luces blancas y rojas de los coches. Los edificios de Santa Fe, los de Polanco, el hotel de México (o World Trade Center, como quieran llamarle), las casas, miles y miles de casas.

Todo se ve cada vez más cerca. Cuando menos lo esperamos, el avión finalmente aterriza y nosotros lo que más queremos es salir de ahí a toda prisa.

Pero no somos los únicos.

En cuanto las luces de los cinturones de seguridad se apagan, todos los pasajeros se levantan al mismo tiempo como resortes y empiezan a abrir los compartimentos de arriba y a sacar maletas de mano y objetos personales, pero como no hay espacio, casi se los tiran unos a la cabeza de los otros. Cada vez están más apretados y se empieza a sentir una especie de nerviosismo general que no les cuento, hasta que por fin se abren las puertas del avión.

Como viajo con niños siempre acabo esperando a que todos los que están a mi alrededor salgan despavoridos para:

  1. que mis hijos no sean apachurrados por la muchedumbre y

  2. poder bajar todas mis cosas tranquilamente, sin romper la cabeza de nadie en caso de caída accidental.

Por fin salimos del avión, pero falta lo peor…pasar migración y recoger las maletas.

-Niños, ya sé que están cansados, pero porfa, caminen rápido, nos va a tocar muchísima cola.

Después de caminar por los eternos pasillos del aeropuerto y más o menos tener que jalar a uno que otro niño medio dormido llegamos a migración, y, como bien se imaginan, ya hay un atasque impresionante. Por suerte traemos siempre los pasaportes mexicanos con nosotros y nos formamos directamente en donde dice “Nacionales”. Qué se vea que somos mexicanos.

Después de media hora es nuestro turno.

– ¿Vive usted fuera, señora?

– Si señor, vivo en Francia.

– ¿Y cuánto tiempo se queda?

– Un mes y medio (en el mejor de los casos…).

Después de poner unos sellos, me regresa los pasaportes diciendo:

– Bienvenida a su país.

Nada más de oir esas palabras se me hace un nudo en la garganta, pero no tengo tiempo para sentimentalismos. Todavía faltan las maletas… y la aduana.

-Córranle chicos, rapídito.

Bajamos las escaleras eléctricas y encuentro la banda en dónde, gracias al cielo, ya hay maletas dando vueltas.

Tengo suerte de que mis hijos ya estén “grandes”, o que por lo menos ya no necesiten que los cargue o los lleve en carreola. Cuántas veces pasé por situaciones difíciles esperando maletas…Niños grandes agotados. Niño chiquito en el canguro. Yo agotada. Las maletas que no salen. La carreola que sale al final de todo…Matéo y Paola tirados en el piso dormidos. Yo tratando de jalar la maleta pesadísima mientras cargo a Luca.

Doy las gracias a todos los ángeles de la guarda que me ayudaron en esos momentos.

Ahora sí que están agotados, pero ya logran no dormirse y hasta pueden ayudarme. Uff…

Las maletas salen bastante rápido y nos dirijimos a la última cola de la noche. Mientras nos acercamos a la señorita voy rezándonles a todos los santos para que nos toque verde. Porfa, porfa, porfa, verde…verde…verde…

Le entrego el papel y toco el botón del semáforo. PORFAAAAA……

¡¡¡¡¡VERDE!!!!! No lo puedo creer, ¡¡¡me salió verde!!! ¡¡¡YES!!! Quiero besar a la señorita, pero solo le doy las gracias cuando me dice con su carota de ya estoy harta:

– Pase.

Los niños ya están buscando al abuelito Carlos.

-Ahí está, ma, ¡¡ya lo vi!!

Y sí, ahí, en medio de todo el gentío está mi papá. Mi lindo y amado papá. Su cara de aburrimiento se transforma cuando nos ve. Su sonrisa lo dice todo.

Nos acercamos y nos abraza a los cuatro muy, muy fuerte.

Tenemos que salir rápido de ahí, así es que el abrazo se acorta y nos vamos directamente al estacionamiento. Seguimos a mi papá como zombies. Felices, pero zombies al fin y al cabo. Todo se oye y se ve como en otra dimensión. Traemos los ojos rojos y doloridos.

Nos subimos al coche. Otra cola para salir de ahí. Se me hace rarísimo que mi papá pague en efectivo. En Francia todo se paga con la tarjeta. Dos minutos después de salir del aeropuerto los niños están dormidos. Es de noche y no hay mucho tráfico.

Papá y yo platicamos de todo y de nada.

Avanza por el viaducto y luego de un rato se sale en Alencastre para ir al periférico. En ese instante, me quedo sin habla. Lágrimas se escapan de mis ojos.

Ahí, a lo lejos, en el campo Marte, iluminada en medio de la obscuridad de la noche, ondea en todo su esplendor la bandera de México.

Mi México, Lindo y Querido…

                                 – – – – – – – – – – –

La actual bandera de los Estados Unidos Mexicanos fue adoptada desde el 16 de septiembre de 1968, está segmentada en tres partes iguales cada una de un color distinto (verde, blanco y rojo) y con el escudo de armas de México en el centro de la franja blanca.

Es uno de los símbolos patrios más significativos de esta nación, su día se celebra el 24 de febrero.

Su forma está definida en el artículo 3 de la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales.

ARTÍCULO 3o.-La Bandera Nacional consiste en un rectángulo dividido en tres franjas verticales de medidas idénticas, con los colores en el siguiente orden a partir del asta: verde, blanco y rojo. En la franja blanca y al centro, tiene el Escudo Nacional, con un diámetro de tres cuartas partes del ancho de dicha franja. La proporción entre anchura y longitud de la bandera, es de cuatro a siete. Podrá llevar un lazo o corbata de los mismos colores, al pie de la moharra (se le llama moharra al hierro del asta de la bandera).

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Dos de Febrero

Ocho en punto.

Te oigo a lo lejos, mi amado, eres tú. Te reconocería entre mil millones. Oigo tu canto melodioso. Salgo corriendo a la calle para esperarte. No te me escapas. Esta vez no.

Tu perfume se acerca lentamente, volviéndome loca de desesperación. Sin pensarlo dos veces, corro a tu encuentro. No puedo más amor mío. Tengo demasiadas ganas de ti. Aquí mismo. Acerco mis manos hacía ti y así, sin más, empiezo a desvestirte. Sin pudor.

La calentura es tal que parece que mis dedos tocaran un volcán en erupción. Así me gusta…entre más caliente estés, mejor. Acerco mis labios y, quisiera besarte, pero no puedo. Ahí, en lo más suavecito de tu cuerpo, sin pedir permiso, te muerdo. Con todos mis dientes.

– Bueno… Don Paco, ¡esto es el paraíso! Cada vez le salen mejor los tamales. Deme otros cuatro para llevar, ¿si? Dos de mole y dos verdes. No, mejor tres. Y tres de dulce. Ya lo extrañaba. ¿A dónde se había metido? Hacía varios días que no venía…

No, porque qué pensaban bola de mal pensados… ¿qué así como así iba a encuerar a mi hombre a media calle? No es que a veces no se me antoje, pero tengo mis principios…

Más que principios, tengo vecinos… Y bien metiches.

O más bien tenía. Porque me hubiera encantado que esta escena que les acabo de contar pasara el día de hoy…pero no. Pasó hace muchos, (a veces parecen demasiados, si me preguntan…) años. Cuando vivía en la Ciudad de México. Y para ser exactos, no exactamente en la Ciudad de México, sino en el Estado de México. En Echegaray, más bien dicho. Fray Antonio Marchena # 81, teléfono 5-60-75-56 (les digo mi teléfono porque todavía mi acuerdo…en esa época todavía se aprendía uno su teléfono de memoria…).

¿Qué por qué de repente me entró la nostalgia y les hablo de mi amor platónico (ni tan platónico) por los tamales de Don Paco hace miles de años?

Elemental, mi querido Watson. Porque hoy es el día de la Candelaria y que estoy a diez mil kilómetros de distancia de mi México, lindo y querido y que supuestamente hay que comer tamales (aunque aquí en Francia el día de hoy se comen crepas) y que no tengo tamales. Ni sé como prepararlos, ni en mi casa se prepararon nunca, porque siempre, desde que me acuerdo, le compramos los tamales al susodicho señor Don Paco.

Mi máximo placer, como ya se dieron cuenta, era escuchar por la tarde-noche la linda voz de Don Paco que gritaba en un principio ¡TAMALEEEEEES! ¡YA LLEGARON LOS TAMALEEEES! Digo en un principio, porque muy pronto cambió su voz por una grabación que se oía a kilómetros de distancia y qué decía así exactamente:

– Acérquese y pida sus ricos tamales Oaxaqueños.

– Hay tamales Oaxaqueños.

– Tamales Calientitos.

Y así, una y otra vez. No le pongo signos de exclamación porque justamente, no era una exclamación. Era una voz completamente monótona y sin ninguna expresión que repetía esas tres frases sin parar.

Pero que para mis oídos sonaban a gloria.

No sé por qué, dentro de mi ingenuidad de niña y adolescente, pensaba que esa técnica era única a Don Paco. Qué era un cassette hecho en casa y que como no le sabía bien a eso de la grabación pues le había quedado horrible. Nunca me atreví a decirle nada. Es más, hoy que vivo lejos puedo confesarles que más bien lo que pensaba era que teníamos suerte de vivir en Echegaray, en dónde había un señor que vendía tamales.

Cuando mi mamá se cambió de casa a la Colonia del Valle y que fui a visitarla años después me di cuenta de que no solo Don Paco no era el único vendedor de tamales de la Ciudad, si no que además TODOS los vendedores de tamales tienen, desde entonces, la misma grabación espantosa, las mismas bicis y el mismo sistema de venta. ¡Qué fraude! Y yo que esperaba con impaciencia los tamales únicos de Don Paco…

No crean que le compraba siempre, no. Eso hubiera sido catastrófico para la economía familiar y para el peso de esta, su servidora. No…le compraba cuando ya no podía más del antojo y entonces me tenía que poner muy lista.

Podía haber dos situaciones y las dos empezaban igual, ahí el problema:

1- Oía la grabación a lo lejos. Y entonces salía lo más rápido posible. Don Paco venía entrando a mi calle. Uff. Solo quedaba esperar.

2- Oía la grabación a lo lejos. Y entonces salía lo más rápido posible. Don Paco ya iba al final de mi calle. Uff. Solo quedaba correr.

Y gritar como una loca. Cosa que no quería decir nada, porque Don Paco estaba entre sordo y aturdido con su grabación y nunca me oía. Pues si, quién se puede imaginar escuchar esa voz de ultratumba una y otra vez a un volumen tal que se oye a kilómetros de distancia…¿se imaginan? Una pesadilla…

En fin, todo eso para decir que a veces lo alcanzaba y a veces no.

Por eso eran tan preciados, ¿ya entienden?

Cuando sí lo alcanzaba mi cena era un manjar. A parte del que me comía ahí, en vivo y en directo, siempre comprábamos varios. Mis hermanos y mi mamá gritaban por la ventana lo que querían: de mole, verde, rojo, de elote, de rajas. Con pollo o con carne de cerdo. Y por supuesto los de dulce. Una delicia… quitar una a una las hojas de platáno (o de maíz, porque aunque su lema decía tamales oaxaqueños, no eran los únicos que vendía) y descubrir esa masa bien suavecita, pero firme a la vez, con bastante carne y salsita bien picosita. Y los de dulce sin tantas pasas, bien rositas y nada empalagosos. Nada más de acordarme ya se me hizo agua la boca…ya ven…quién me manda….

Y cuando no lo alcanzaba…pues quedaba aguantarse el antojo…O…

Esperar a ver si oíamos el silbato del señor de los camotes…

Pero esa es otra historia.

¡¡FELIZ DIA DE LA CANDELARIA!!

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Amigas

Iba caminando de regreso de la escuela a mi casa el lunes cuando oigo esta voz que me llama a lo lejos. Mi mamá me tiene prohibido hablar con extraños, y hasta la fecha siempre de los siempres le he hecho caso. Es más, hasta ahora nunca había estado en esa situación. Aunque esto era diferente, se los prometo. Era la voz de una niña. Por eso me acerqué. Por eso, y porque clarito me di cuenta que me hablaba directamente a mi. O eso, o nadie más la oía, porque yo no era la única en la calle y ninguna otra persona parecía percatarse de los gritos que pegaba. Tenía prisa de llegar a casa (además de que mi mamá es medio preocupona y no le gusta que me atrase, quería llegar a jugar Just Dance 2015 en la x-box) pero estaba intrigadísima, así es que me desvié de mi camino y me dirigí hacia dónde venía la voz, pero no vi nada. Me fijé de un lado de la calle, del otro…nada. Cero. Pensé entonces que alguna de mis amigas me estaba jugando una mala broma y estaba a punto de irme cuando vuelvo a escucharla. Clarito me decía, hablando muy fuerte (más bien gritando):

-¡Estoy aquí, voltea, para arriba!

¿Arriba? Pero ¿en dónde?… de plano alguien se estaba burlando de mi y gacho…Cuando miro para dónde me decía oigo otra vez:

-Si, a la izquierda, un poco más, ya…¿me ves?

Y en eso, ahí, sentada en una rama súper alta de un árbol, la veo. De veras, no estoy inventando nada, se los juro, ahí estaba. Traía puesto un vestidito de verano, y eso que ese día no hacía así mucho calor que digamos. Era como de mi edad. Parecía como extranjera, pero hablaba perfecto español. Tenía una carita medio redondita, aunque su cuerpo era más bien flaquito. Si me preguntan, yo diría que era muy, pero muy bonita. Su piel era color chocolate, y sus trencitas negras brillaban bajo los rayos del sol. No me sorprendió para nada su aspecto, porque aunque suene raro, se me hacía conocida. Como si fuera mi amiga de toda la vida. Lo que sí me pareció completamente loco, era el lugar en dónde estaba. Se veía tan cómoda que cualquiera hubiera pensado que pasaba su día afuera, trepando árboles.

Total que yo abajo, y ella arriba. Nos quedamos viendo unos minutos así, en silencio. Hasta que me dice que cuánto tiempo me pienso quedar ahí, como petrificada. Qué suba. Anda, ven. Así podemos platicar más a gusto…Y yo, ¿qué? ¿hasta allá? ni loca que estuviera, baja tú. Y ella, no puedo, de veras, si no subes me voy, por favor…y como la curiosidad mató al gato, como dicen por ahí, pues que agarro y subo. Y sí que me costó trabajo, no crean. Lo mío es la nadada, no la escalada. Y no es que no sea valiente. Es que tengo vértigo, igual que mi papá. Pero me aguanté. Esto era algo importante, lo sabía. Así es que mal que bien subí y logré instalarme en una rama que aguantara mi peso lo suficiente como para no caerme.

– ¿No tienes miedo?

Sé que suena medio raro como primera pregunta, pero como yo sí que tenía, y mucho, no se me ocurrió otra cosa.

– ¿Miedo?, me contestó sonriendo, para nada. No quiero ni pensar en esa sensación, nunca más… ¡Mira! allá, a lo lejos… ¿Ves al señor que camina de prisa, y a esa señora, que parece que va soñando, y al niñito con su mamá, lo ves? Es muy divertido ver todo desde aquí, tan chiquito…. tú mundo es… no sé como explicarlo. Siempre quise saber a que se parece una ciudad como ésta. Y ahora que puedo, pues aquí estoy. Pero basta de hablar de mí, quiero saberlo todo.

Ya sé… En el momento no me dí cuenta, porque claro, estás en medio de la acción y ni te enteras bien de lo que está pasando, pero ahorita que les cuento si que me queda claro que la conversación era más que extraña.

Con todo se refería a TODO. Me hizo contarle mi vida entera. O casi. De mi escuela, mis amigos, mi casa, mis papás, mis hermanos… Lo que hago, lo que me gusta, lo que no me gusta, bueno… todo. Hablé durante no sé cuanto tiempo. Con cada cosa que le contaba, se le abrían más y más sus grandes ojos negros, algo así como si fuera un extraterrestre que está descubriendo un nuevo planeta. Lo cual era medio absurdo, tomando en cuenta que sí que parecía venir de otro país, pero ¡y ya! De ahí a sorprenderse a ese grado con mi vida, pues ya era demasiado…¿qué tan diferente podía vivir ella?

Eso exactamente le pregunté. Que qué hacía ella, allá, de dónde venía. Se quedó pensando varios segundos antes de contestar que lo único que quería en ese momento era justamente no acordarse. Quiero jugar contigo, en ese lindo parque, que se ve ahí, ¿vamos? Sin esperar mi respuesta, bajo del árbol en un dos por tres, un brinquito por aquí y otro por allá y listo. Mi descenso fue “un poquito” más complicado. O “un muchito”, si soy sincera con ustedes. Pero con la ayuda de mi nueva amiga, lo logré.

Tuve que correr tras ella, pues más que caminar, volaba hacia los juegos del parque. Pasamos la tarde riendo, cantando canciones que le enseñé, y otras que ella conocía. Nos deslizamos por la resbaladilla no sé cuántas veces, subimos a los columpios. Primero las dos juntas y luego yo la empujaba y ella gritaba ¡más alto! muy fuerte. Llegó a subir tanto que parecía que en cualquier momento despegaba. En sus labios se dibujaba la sonrisa más pura y sincera que he visto en mi vida. Disfrutaba todo como si fuera su primera vez.

Tengo que aceptar que hace mucho que no la pasaba tan bien, tanto, que ni vi pasar el tiempo. Aunque había estado con ella varias horas, el cielo seguía sorprendentemente azul, muy claro. El sol brillaba con fuerza y dulzura a la vez, como cobijándonos, o más bien, cobijándola a ella, pues aunque hacía frío, mi amiga jugaba tan tranquila como si trajera puesto un abrigo bien calientito.

De repente caí en la cuenta de que mi mamá me esperaba y no iba a estar muy contenta con mi retraso…

-Me tengo que ir, le dije, pero dime, ¿cuánto tiempo te quedas?, ¿en dónde estás durmiendo?, ¿dónde están tus papás? De tanto jugar ya no me contaste nada de ti. ¿Te puedo ver mañana?, y, ¿cómo te llamas? Ni siquiera conozco tú nombre…

-Llámame cómo quieras, mi nombre no es importante. Se acercó lentamente, y nos abrazamos muy fuerte. Me dio un beso en la mejilla al tiempo que una lágrima escurría por la suya.

Nos miramos por última vez y sin decir más comenzó a alejarse.

Sin saber muy bien qué hacer, le grité ¡gracias! Y ya más bajito, no sé si llegó a escucharme, le dije que hace mucho que no me sentía tan libre. Libre de ser. De vivir.

Corrí a la casa. Abrí la puerta con las manos temblorosas sabiendo lo que me esperaba.

Parada en la cocina estaba mamá, como si nada.

-Llegas justo a tiempo, dijo al tiempo que me saludaba con un beso. Estaba sacando la merienda. Te apuraste amor, ¿tienes hambre? Ven, siéntate. Por cierto, yo sé que estás todavía muy afectada con todo lo de Charlie Hebdo, la marcha del domingo y lo demás, pero hoy en tu periodiquito viene la noticia de lo que pasó en Nigeria la semana pasada y quiero explicarte. Ves mi niña, actos terroristas sin nombre son cometidos en ese país desde hace años en la más grande indiferencia. ¿A quién le importa?, ¿quién desfila por eso?, ¿quién escribe Soy Nigeria en su muro de Facebook? Miles de gentes han muerto. Y ahora están utilizando niños, como bombas humanas. ¿Te das cuenta? Esa niña de la que hablan en la revista era casi de tu edad. Diez añitos… es abominable lo que le hicieron. Inhumano. Y dime, ¿quién piensa en ella?

Un nudo muy, muy grande se formaba en mi garganta mientras trataba de digerir lo que estaba escuchando. Yo, mamá, quería decirle. Yo pensaré en ella. Siempre. Pero no pude. Ni un sonido salía de mi boca. Solo podía ver clarito esas trencitas que rebotaban como resortes mientras jugábamos. Solo podía escuchar sus carcajadas. Solo podía ver aún sus grandes ojos negros que brillaban como estrellas. Solo podía sentirla cerquita, muy, muy cerquita…

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La Fiesta de las Luces, o, sigue al Gorrito Verde

Cinco de diciembre.

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La fiesta de las Luces está a punto de empezar. Una fiesta para turistas, dirán los verdaderos Lyoneses: nosotros agradecemos el día 8 a la vírgen, como dice la tradición, poniendo veladoras en las ventanas y balcones. Fiesta de sus narices, dirán los más cautelosos: hay un gentío como pocas veces se ve en Lyon. Podrías morir afixiado. ¿Fiesta? ¿Luces? ¡VAMOS! Diríamos los otros. O sea, yo, entre otros, quise decir. Y no es que no esté de acuerdo EN PARTE con los Lyoneses y los cautelosos. De una, porque si pienso que es una fiesta para turistas, pero, ¿y qué? Igual hay cosas espectaculares que ver y de dos, ciertísimo que hay MUCHA gente. Muchedumbre, más bien dicho. Todo es cuestión de enfoques y de tener ganas.

Yo me preparo este año para que no me toque TAANTA gente como el año pasado que fuimos en sábado y la verdad verdadera es que llegó un momento en que mi pequeño Luca (y su mamá también, para el caso) tenía tanto miedo de que lo aplastaran sin piedad que lloraba y lloraba desconsolado y quería salir de ahí corriendo pero no se podía porque no había forma.

Este año no me pasa, me digo a mi misma. Aviso en la natación de Paola que no va. Olivier se organiza y llega temprano. Mateo y Luca, no hay nada especial que hacer con ellos. Okay. Todo listo.

A las cinco de la tarde estamos los cinco en la casa (estamos en invierno, ya casi es de noche). Vamos ya, les digo, quiero estar ahí a las seis en punto.

Mis tres hijos me voltean a ver sin decir palabra. Caigo enseguida en cuenta de que la experiencia del año pasado los dejo traumatizados. Tanto, que los volvió parte del grupo de los cautelosos. No hay forma de convencerlos. Nos quedamos mamá, ya estamos grandes, vemos una peli. Pídenos pizza y ya. Nos acostamos solitos y bla, bla, bla. Yo dudo, como buena mamá mexicana. Olivier está feliz con la idea. Allez, ma chérie, ¡vamos! Los niños ya están grandes. Cualquier cosa Mateo nos habla y listo. Paseamos un rato y regresamos temprano. Es más, nos vamos con las patinetas (o patinetes, o patines del diablo, o como se diga…) así nos movemos más rápido.

Sí, tiene razón Olivier, me digo. ¡Solitos! Una salida romántica, viendo las luces bajo las estrellas, y sin preocuparme por que nadie apachurre a los niños ¡wow! ¡¡¡Los dos solitos!!!

La emoción va subiendo en mi hasta que acepto. Y nos vamos. Patinetes incluídos.

Hace frío así es que vamos bien abrigados. Olivier olvidó su único gorro en Reims (si…es un hombre y no le gusta gastar en cosas “superfluas” como el dice), así es que agarra el primero que encuentra de Mateo (uno verde medio “fluo” (no crean que superfluo, solo “fluo”)) y se lo pone. Yo escojo dentro de mi colección de cosas de invierno (si, soy mujer y “tienes demasiadas cosas, Lorena, deberías de hacer una selección”…) unas orejeras, que me calientan muy bien mis orejitas, exactamente, para eso sirven, me dirán ustedes…pero que hacen que oiga todo como a lo lejos, como si me hablaran desde otra dimensión.

Y ahí vamos. A la aventura de la fiesta de las luces.

Pequeño problema # 1. No pensamos que las trotinetas (ya, basta de llamarlas patinetas, patinetes o patines del diablo. Mis hijos hispanizaron el nombre francés “trottinette” y así les dicen, y así les digo yo. Y así les diré de ahora en adelante en esta historia porque me desconcentra estar pensando en los otros nombres. Uff…) no avanzan bien al lado del río porque hay piedritas. Ni modo. A caminar. Vamos con la trotineta en una mano y la otra mano en la mano del otro, o sea, dándonos la mano, pues, ‘pa que les sea claro.

Hasta ahora todo bien romántico, exactamente como yo me imaginaba, aunque de vez en cuando la trotineta se me va chueca y me tropiezo con ella, lo cual es medio desesperante.

Pequeño problema # 2. Olivier me platica y yo lo oigo a lo lejos, como un susurro (acuérdense que traigo puestas mis orejeras), lo cual hace todo aún más romántico, me dirán ustedes, solo que a veces el susurro es tan bajito que me tiene que repetir las cosas dos o tres veces. Eso es medio grave, pero no es el VERDADERO pequeño problema número dos. El pequeño problema número dos es que saliendo del río, ya para atravesar el puente hacía la plaza Carnot, el piso de la acera está muy suavecito. Perfecto para andar en trotineta.

Sí. Exacto. Tan perfecto, que Olivier se lanza a toda velocidad como un niño, de esos que se le escapan a sus papás de repente. Sin decir agua va.

Pequeño problema # 3. A partir de ese momento mi lindo “paseo romantique” pasa a ser el juego de “sigue al gorrito verde» (no sé si existe…). Al principio lo logro mal que bien, aunque pareciera que el que trae puestas las orejeras es él, porque por más que le grito que me espere nomás no me oye. Ya por fin cuando lo alcanzo le pregunto que cuál es la idea, que si venimos juntos o no, a lo cual me contesta que claro que venimos juntos pero que “ça glisse trop bien” o lo que es lo mismo, que la trotineta desliza demasiado bien (como diciendo: ¡si, estás casada con un hombre y mi idea del romanticismo no se parece en nada a la tuya!) Con lo cual me deja muda… Seguimos “deslizándonos” hasta llegar a la Place Bellecour, en donde hay un homenaje a Antoine St-Exupéry, autor del Principito. Lo veremos de regreso, le digo (o más bien le grito al gorrito verde que va unos metros adelante), ¡¡¡vamos directo a la Place des Terreaux, a ver si este año si podemos ver algo!!! (el año pasado había tanta gente que no hubo forma de ver nada) ¡¡¡OK!!!, me contesta, siguiéndose de largo sin voltearme a ver siquiera.

Pequeño (o un poco más grande) problema # 3. Digo un poco más grande porque a partir de este momento se me complica bastante la tarea de localizar al gorrito verde (aunque sea “fluo”) en medio de la marea humana que empieza a juntarse a nuestro alrededor. Olivier no solo se desliza, sino que va esquivando perfectamente a todo el que se interpone en su camino. Suena fácil y viéndolo a él hacerlo parece realmente cosa de niños. Pero no lo es. Mientras su estilo natural fluye, el mío para nada. Yo choco con no sé cuantas personas. Medio mato a otras tantas que se tropiezan con mi trotineta mientras yo trato de esquivarlas, y a otras más por poco las atropello mientras atraviesan la calle cuando yo al fin voy agarrando vuelito por lo que tengo que hacer no sé cuantos “aterrizajes” forzosos.

Entre más nos acercamos a la Place de Terreaux más peligrosa se vuelve la hazaña. Por fin logro llegar hasta donde está paradito mi lindo y amoroso marido esperándome tranquilamente y le digo que ni se le ocurra volver a subirse a la endemoniada trotineta mientras estemos en el centro. Voltea a verme y me contesta: ¿Por?

De repente silencio. Y luego colores. Música. Por arte de magia (o más bien de las luces) Los edificios de la Place de Terreaux despiertan de su sueño eterno.

Como si nada mi marido agarra mi trotineta, la pone junto a la suya y me abraza. Ya…¿qué les digo? Todo es maravilloso. No sabemos ni para donde voltear. Por un lado un cuadro. Luces naranjas, rojas, de todos colores. Bailarines, música, flores. Cuadros. Bailarines que salen de los cuadros. Desde música clásica hasta hip-hop se mezclan a las imágenes que nos transportan a otro mundo. A un mundo de fantasía espectacular. Una verdadera obra de arte. Nos encantó.

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De ahí, ya caminando como Dios manda entre la multitud, se acabaron los problemas. Vemos iluminaciones unas más bonitas que las otras. Una lamparita para bebés en la fuente de Jacobins. Una especie de video-juego en Saint Paul. La Catedral de Saint-Jean no sé ni como explicarla…increíbles imágenes de todos colores y sabores. Unas palmeras iluminadas en la iglesia de Sainte-Blandine, gente volando en Bellecour, unas esferas de colores en Confluence (estoy diciendo todo revuelto…) La Básilica de Fourvière toda azul…unos muñequitos blancos que brincan y hacen vibrar todo el edificio de la Opera de Lyon. Flores. Arcos. Y un sin fin de luces más. Ya ni sé.

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De regreso escogemos otro camino. No hay nadie. El suelo  está en su punto.

Creo que con tanto empujón en el centro agarré confianza.

Olivier se lanza y yo junto con él.

¡Deslizamos demasiado bien!

Finalmente, tener un marido «tan romántico» como el mío puede ser muy divertido.

(Por cierto, me atrasé en publicar esto. Hoy es ocho de diciembre, verdadero día de las Luces en Lyon) 

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La Epoca de Navidad

Veinticinco de Noviembre. La época de Navidad empieza oficialmente en Lyon (aunque ya varias tiendas hicieron trampa y estaban adornadas desde antes….).

Ya se sentía venir: primero: el cambio de clima. Segundo: mientras los árboles empiezan poco a poco a desvertirse, nosotros hacemos lo contrario: en Lyon pasamos de estar en manga corta a usar abrigo en un día. No hay clemencia. Lo que provoca, tercero: tener que sacar todo el guardarropa de invierno que teníamos muy bien guardado desde hace meses y que huele a encerrado, por lo que hay que lavar TODO (o por lo menos aerarlo); y, en consecuencia, tener que poner en pausa a nuestros queridos vestiditos y sandalias de verano durante otros varios, demasiados meses…y al mismo tiempo hacer una selección de todo aquello que el próximo año estará demasiado pequeño para utilizarse. Los chicos crecen…Luego, probarles toda la ropa de invierno, porque aunque se escogieron las prendas que uno creía que irían bien, no siempre es cierto. Los chicos crecen a velocidades impresionantes. Lo que nos lleva a, cuarto: tener que salir corriendo a buscar rebajas de último minuto porque: Mateo ya no tiene zapatos. El abrigo de Paola le queda demasiado pegado. Todas las mangas de las playeras de Luca le llegan a la mitad del brazo. Luego, ya cuando tenemos todo bien guardado (que aquí entre nos yo todavía no logro…) resulta que el clima se vuelve medio loco. Todo el mes de octubre y noviembre estamos como jugando en un sube y baja. No se sabe si vamos a amanecer arriba o abajo. Hay que vestirse como cebollitas. Los niños en la escuela tienen calor, en la casa tienen calor, afuera a veces hace mucho frío, a veces húmedo, a veces no tanto…Yo a veces (casi siempre) tengo frío. Todo ese ajetreo nos lleva a, quinto: tener que ir (yo, no los niños) a hacer cola un sábado tempranito durante horas al doctor porque hace tres semanas pensaba que tenía un resfriadito de nada y un viernes ya no podía ni con mi alma, ni con el dolor de cabeza y de oídos, ni con nada más, para el caso. Y el doctor que ve mi historial clínico y me dice: empezamos pronto este año…que vamos a hacer con usted señora. De verdad que no soporta los cambios de clima (¡¡¡a poco!!!….) el año pasado vino a vernos cinco veces en invierno. Vamos a tratar otro tratamiento…y si no tendrá que cambiar de lugar de residencia estos meses porque de plano el frío no le va nada bien (jajaja, bueno su chiste)…¿de qué origen es, ya no me acuerdo? Soy mexicana doctor. Ah! Pues ahí tiene la razón…le falta el sol y el calor…(¡¡¡a poco!!!). En fin…la visita nos lleva a, sexto: tener que tomar antibióticos durante quince días, y una vez pasado eso, tener que ponerme en la naríz un producto durante tres meses (una idea de mi doctorcito para ver si logramos que no me enferme tanto este año) que sabe a demonios. Y luego lo mejor: también tomar aceite de hígado de bacalao, porque resulta que las abuelitas tenían razón, tiene mucha vítamina D, que es justo lo que me falta en estas fechas. Y no solo las abuelitas…mi mamá también tenía razón. En cuanto me dice eso el médico casi me da el soponcio. Inmediatamente me vi corriendo como rata enjaulada junto con mis hermanos en la cocina todas las mañanas mientras mi mamá nos perseguía con la cucharada de aceite de higado de bacalao que iba escurriendo mientras ella avanzaba a grandes pasos. Lo que hacía que la cocina apestaba durante horas y horas a algo indescriptible…horroroso…Cuando porfin nos atrapaba nos tapaba la nariz y nos forzaba a tragar esa inmundicia. Después de hacer toda una serie de ruidos, de querer vomitar en el acto, de gritar que cómo nos podía hacer eso, etc. etc., tomábamos litros de jugo, de agua, comíamos algo y aún así, el mal sabor de boca no se iba. Así es que ya se imaginarán mi reacción cuando oí la noticia. ¡No! Le dije a mi doctor, ni loca voy a tomar eso. Me trae demasiados malos recuerdos. Pero señora, dijo él, esos son tiempos pasados. Ya existen las cápsulas de aceite de hígado de bacalao. ¡Qué! ¡¡Cómo no se les ocurrió antes!! Mi infancia habría sido otra…¡¡¡Benditas cápsulas!!! ¡¡¡Amo las cápsulas!!! otra cosa es que sirvan. ¡¡¡Tengo fe!!! ya les contaré…La historia del médico y de las medicinas nos lleva a, séptimo: que mi esposo se burle discretamente diciendo que igual y lo que me da el médico no son antibióticos, sino un placebo. Que lo que me pone mal es la época, y que de alguna forma yo misma provoco todo lo que me pasa en invierno. Puede ser…en el momento me molesta muchísimo que me lo diga, pero en el fondo creo que tiene razón.

Sencillamente el invierno y yo no somos amigos. Yo diría que somos casi enemigos.

Digo casi porque a partir del 25 de Noviembre cambia (un poco) la cosa.

En la Plaza Carnot empieza el Mercado de Navidad (que dura hasta el 25 de diciembre) y el ambiente de la ciudad cambia. Amo el mercado de Navidad. Aunque acepto que cada vez es más comercial que tradicional, todavía se siente un ambiente especial.

Desde que voy en el autobús se empiezan a ver las casitas de madera. Todas casi igualitas. Primero veo los techos de colores y poco a poco se alcanza a ver el resto. Unas son verdes con techos rojos y otras rojas, con techos verdes. Una vez abajo, camino lentamente, para ir impregnándome del ambiente. Por los altavoces se escuchan los villancicos bien franceses. “Petit Papa Noël”, “Vive le Vent”, “Mon Beau Sapin”…La primera cabaña por la que paso es cada año la misma (yo creo que la ponen justo a la entrada para que te mueras del antojo inmediatamente). Es la de la Tartiflette. En una sartén gigantesca (que se parece a la que se usa para hacer la paella, pero todavía más grande) ponen a cocer papas, tocino, crema, queso reblochon, en su punto. Especias…El olor que se desprende es de otro planeta. Te lo sirven bien calientito en un plato especial de cartón. Y de ahí, te transportas directamente a los Alpes, a la región de Savoie, de donde es originario este platillo.

Sigo mi camino. Los olores van cambiando…papas rellenas de mil sabores, sopa, pan de especies, miel…También hot-dogs y pretzels de la región de Alsacia. Castañas asadas…mis favoritas. Y vino caliente. ESENCIAL para soportar el frío. Aquí hago una pausa. Para los que nunca han tomado un vaso de vino caliente. Tienen que resolver eso. PRONTO. El vino caliente es como viajar a un mundo mejor. Sentirse vivo (Ok, estoy exagerando, pero, ¡realmente vale la pena la experiencia!) Ese sabor a naranja, anis, canela…mezclado al vino tinto, o blanco, depende de la región…es uff…una maravilla. Ya con mi vaso de vino (porque ese si no lo perdono…la tartiflette en realidad es más un viaje de aromas, no es un básico para mi) continúo mi paseo. La gente vende de todo…puede uno reír o llorar con los productos. Encuentras desde cosas bien Navideñas como nacimientos, adornos para el árbol, árboles de Navidad, gorros de Santa Claus, hasta cosas para regalar de TODOS los estilos. Bufandas, chocolates (de todas las formas (y cuando digo todas, son TODAS…usen su imaginación…), colores y sabores), joyería de fantasía, esculturas de madera, juguetes, peluches, figuritas de vidrio, muñecas rusas, un tipi que vende anti-pesadillas (o no sé bien como se llaman en español…), productos canadienses, jabones, velas, etc. etc. Es toda una aventura ir viendo los puestos y el tipo de gente que compra cada cosa.

Después de un buen rato (o menos rato, si de plano hace mucho frío) regreso a mi casa con una sonrisa y me siento mejor.

Esto de la época Navideña nos lleva a, octavo: Lyon está muy cerca de las montañas. A mis hijos y a mi marido les encanta la nieve. A mi también, pero solo de ida y vuelta (creo que ya quedó muy claro que no soporto el frío…). Así es que ya se volvió un ritual de fin de semana coger todo el equipo: botas, ropa para esquiar (aunque en realidad no esquiamos), trineos, pic-nic, etc. Llenar la cajuela del coche y salir tempranito a pasar el día en algún lugar cercano. Los niños se la pasan bomba. Casi siempre hay sol en la montaña, así es que toca llevar lentes de sol y hacer el pic-nic al aire libre y de ahí pasar la tarde caminando y lánzandonos con los trineos una y otra vez. Alguna vez me animaré e iremos más tiempo para que los niños aprendan a esquiar (aunque si tengo la opción…en las vacaciones de febrero mientras todos los francesitos están en eso, ¡¡¡nosotros nos vamos al sooool!!! No me puedo quejar…).

No sé ustedes, pero yo que ya me sentía esta semana en la depre total con este clima gris de mierda, nadamás de escribir y sacar todo ¡me siento mejor! Ya hasta ganas tengo de ponerme ese traje rojo que tengo desde hace años, que con los kilitos que traigo de más ya no me cierra y me tengo que poner el pantalón con el ziper abierto…pero no importa (shhhht no le digan a nadie!!!) y luego cuando camino parezco robot porque no puedo mover bien las piernas…pero, necia yo ¡¡no pienso comprarme otro…ya regresaré un día a mi peso normal…¡¡qué si!!

Aquí les dejo la receta del vino caliente. Ya se las di el año pasado, pero como soy bien buena onda, se las dejo otra vez, ¡’pa que no digan!

Receta Tradicional del Vino Caliente

(Del puesto de té del mercado que vende bolsitas de especias para preparar el vino caliente más delicioso que he probado)

Ingredientes

1,5 litros de un buen vino tinto

150 g de azúcar morena

1 cáscara de limón

1 cáscara de naranja

2 bastoncillos de canela

2 estrellas de anis estrellado

2 clavos

1 un pedazo de gengibre picado

1 punta de cuchillo de nuez moscada rallada.

Preparación

  • Mezclar todos los ingredientes

  1. Poner a calentar a fuego lento,
  2. Dejar hervir 15 minutos,
  3. Servir caliente filtrando con la ayuda de un colador.

¡Salud!

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¡¡¡¡Gracias por leerme!!!! No necesito ir a una terapia…¡¡¡los tengo a ustedes!!!

¡¡¡Besos gigantes!!! y ¡¡¡feliz época de Navidad!!!

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Diciembre- 5 (En Noviembre)

Y en eso que te acercas por atrás muy despacito…así, sin hacer ruido. Pero para eso todavía no éramos novios, solo me gustabas harto, nadamás. Y yo platique y platique con mis amigas y ellas bien calladitas, pero con una sonrisita medio sospechosa, ¿sabes, no? Cómo si quisieran decirme algo pero no lo dicen. Y yo me les quedo viendo así como, pus ¿qué les pasa? Y en eso siento unas manos que me tapan los ojos. No sé si gritar del susto. Del shock me quedo ahí, inmóvil, como cuando jugábamos a las estatuas de marfil…¡uno, dos y tres así, el que se mueva baila el twist! No…ya…en serio, son unas manos medio fríitas, y eso que hace calor. Pongo las mías por arriba y me digo que no tengo idea de quién son. Todo esto pasa en unos segunditos ¿eh?, no creas que así de lento como te lo cuento. Es solo para darle emoción al asunto. Y yo ahí tocando las manos sin saber ni qué y tú derepente, mientras me estás tapando los ojos, me dices al oído: SORPESA. Y ahí sí. Se me cae el corazón al piso. Todito. Y más cuando te acercas y me das un beso en la mejilla. Bien tronado. Y para colmo me llevas una florecita. De esas de las macetas del zócalo, como moraditas, de las chiquititas. Te veo y se me salen las lágrimas. Y así me despierto, llorando. Porque eso. No es más que un maldito sueño.

Hace ya un mes y medio que te fuiste. Un mes y medio Pepe, ¿te das cuenta? Cuarenta y cinco días sin verte, sin tocarte, sin besarte. Sin que me veas, ni me beses, ni me toques. Ya sé que no es para siempre. Ya sé que nos vamos a ver en Navidad, pero me vale. YA NO PUEDO MAS. Llevo llorando desde que abrí los ojos. No lo puedo evitar.

Lo peor es que no lloro nadamás por eso. Es como si todo pasara al mismo tiempo. Como si también San Benito estuviera tristeando. Como de Luto. Esa es la palabra. Ya no sé si debo decirte todo…tú qué…ya estás allá, viviendo otras cosas, disfrutando a tu mamá. Aprendiendo inglés. Yendo a la escuela tranquilito, como si nada. Aquí nada se puede hacer como si nada Pepe…Sí, ya me dirás que ya lo viviste…pero ahora es diferente. Es como si de a una todos lloráramos al mismo tiempo. Como si las lágrimas de unos y otros llenaran poco a poco un vaso invisible hasta que de pronto una gota cae tan fuerte que derrama todo y nos empezamos a inundar. Y si no hacemos nada vamos acabar ahogados.

Ahogados en lágrimas.

Nadie quiere eso. Yo, aunque no entiendo todo lo que pasa, tampoco. Ya mis papás han ido a varias marchas al D.F. Hasta aquí en el pueblo la gente se está rebelando. Todos piden justicia por los jóvenes normalistas. Dicen que va a haber un paro general el 20 de noviembre. No sé bien ni que es eso, pero todo está de cabeza Pepe. Tengo miedo. Todos tenemos. Y con todo y miedo la vida sigue…

Me levanto y como todos los días, lo primero que hago es pensar en tí. Leo una de tus cartas y me imagino como pasas tus días allá. Ya cuando estoy bien entrada viéndote clarito en tu casa o en tu escuela, mi mamá me pega un grito de esos de ultratumba porque ya se me hizo tarde. Así es que corro como una loca para llegar a tiempo a clases. Voy todo el camino a la escuela rezando. Para que no pase nada ese día, ni en el pueblo, ni a nadie de los que quiero.

Ni pa’ que te cuento la vida en la escuela. Ya te la sabes de memoria. Bueno sí. Solo te cuento que la Beatriz y el Chucho ya andan. Tanto que decía ella que no y no y ya ves. La convenció. Se la pasan todo el día pegaditos. Parecen miel de abeja. Ya hasta empalagan… OK, lo acepto. Digo eso porque estoy celosa. No creas…cómo quisiera yo estar así todo el día contigo, como antes. El otro día estaba pensando que ya casi vamos a cumplir un año de novios, qué rapido. Todavía me acuerdo de tu cara cuando te di ese primer beso. Ja, Ja. Pensar que me tuve que animar yo porque tu andabas en la baba total. Me puse tan nerviosa que apenas te lo di y salí corriendo…(quién iba a decir que unos meses después ibas a andar tan besucón… y que hasta antes de que te fueras casi nos cacha tu abuelita atrás de su puesto, en el faje total, ¡qué tal!) Oye, ¡espero que no imprimas mis mails y nunca se los enseñes a nadie ¡eh! Qué mira que si los ve tu mamá ¡¡¡te mato!!! Ya sé, yo sí los imprimí…pero es que los quiero leer diario y no puedo venir todos los días al cyber-café. Para ti es más fácil encontrar donde leerlos allá, así es que ¡no es lo mismo! Qué conste…

Por cierto, hablando de puestos, ayer fui a saludar a tu abue y la vi re bien. Estaba con Don Génaro. Con el susto que nos daba ese Don Génaro y resulta que salió bien perita en dulce. Cómo la quiere y la cuida. Es una bendición para ustedes que ella esté aquí tan bien acompañada. Dice que ella ni muerta se iría al otro lado, que ya está muy vieja. Que aquí está su casa y su lugar. No te preocupes. Iré a verla seguido y ya por fin me prometió que va a venir conmigo la próxima vez para escribirte. Dice que me dicta y yo escribo, que ella no le sabe a estas máquinas. Pero que ni se les ocurra dejar de hablarle cada semana, que no podría vivir sin oír su voz.

Y a mi prométeme que me hablas mañana. Voy a estar aquí desde que salga de la escuela esperando.

¿Cómo va tu mamá? ¿Sigue con su galán? ¿Cómo dices que se llama, Paco creo? ya se me olvidó.

Siento que tu tienes tanto que contar y yo nada…platícame amor, hazme soñar un poquito.

Muero por estar contigo. Voy a contar cada día hasta que nos veamos.

Está lloviendo. Ves…hasta el cielo aquí está triste.

Háblame mañana. Me voy que me voy a empapar. Te amo muchísimo.

Lolita

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