Feliz día del Niño a todos….DISFRUTEN!!
Había una vez, un lobo que vendía pólizas de seguros. Contra incendios, contra desastres naturales, contra terremotos…Todos los seguros capaces de lograr que los propietarios de las viviendas vecinas vivieran tranquilos y en paz.
Era un muy buen vendedor. Tanto, que ya llevaba ganados varios premios del “vendedor del mes” en la empresa en la que trabajaba. Gracias a esos premios, había viajado por el mundo y conocido lugares maravillosos. Viajar era su máximo placer.
Ese mes, el ganador recibiría un viaje a Australia. A Sydney, para ser exactos. Su gran sueño.
Además de conocer un país que le parecía sencillamente mágico, podría visitar a su primo el canguro y pasear con su amigo el koala, que era tan simpático.
En fin, nuestro lobo quería a toda costa ganar el premio. Desgraciadamente, en esta ocasión, no había logrado vender todos los seguros que necesitaba para triunfar. En tiempo normal, el lobo no se habría preocupado, pero en ese momento en particular, el país estaba en crisis y la gente no quería gastar.
Para su suerte, tres nuevos habitantes acababan de llegar a la ciudad. Unos hermanos cerditos que estaban construyendo sus casas en los suburbios, no muy lejos de donde él vivía. Decidió que esa era su gran oportunidad, tendría que convencer a los cerditos aunque fuera lo último que hiciera. Con esas tres ventas, Australia estaba asegurada, ¡qué experiencia le esperaba!
El lobo se encaminó hacia el barrio en donde había oído que los cerditos estaban construyendo sus casas. Desde lejos los escuchó cantando y los vio trabajando, felices de la vida. Se quedó mirándolos un buen rato. No podía creerlo, ¡ese era sin duda su día!, las casas de los cerditos eran tan frágiles, que no le costaría nada persuadirlos de la importancia de comprar un seguro para protegerlas de cualquier intemperie. Solo la casa de uno de ellos se veía más estable y bien construida, pero a eso el lobo no le temía, por algo lo llamaban “el lobo feroz”. No había nadie mejor que él para convencer a los clientes indecisos.
Muy seguro de sí mismo, se acercó hasta donde se encontraban las construcciones de los tres cerditos. La primera casa que vio estaba hecha de paja. Se rió para sus adentros.
-¡Esto será cosa de niños! -pensó.
El cerdito más pequeño estaba fuera de su casa, jugando. El lobo se fue acercando y cuando ya estaba a punto de llegar, el cerdito lo vio y empezó a correr a toda velocidad.
-¡Cerdito, no te vayas, solo quiero hablar contigo unos minutos! -Le gritó el lobo, preguntándose que le habría picado al cerdo para huir de esa manera.
Como el cerdito no contestaba, el lobo comenzó a correr detrás de él. No lo podía dejar escapar, tenía que convencerlo como fuera.
Al llegar a la entrada de su casa, el cerdito se metió y dio un portazo tan fuerte que casi destruye la puerta.
El lobo comenzó a explicarle a gritos la razón de su presencia, las ventajas de su seguro y lo tranquilo que se sentiría una vez que lo hubiera comprado.
Se pasó varios minutos hablando solo. No obtuvo por respuesta más que un:
-¡Vete lobo, no pienso abrirte la puerta!
El lobo trató de persuadirlo diciéndole de la manera más suave posible:
-Pero cerdito…entiende…tu casa es muy frágil. Estoy seguro que puedo demostrártelo. Verás que si soplo, tu casa se desplomará, y entonces me creerás y un seguro necesitarás.
-¡Pues ni aunque soples te abro, vete de mi casa lobo!
Al lobo no le quedó otro remedio, que demostrárselo con la acción. Tenía la certeza de que cuando el cerdito se diera cuenta de lo frágil que era su casa, tomaría su oferta sin chistar.
Así que el lobo sopló, y sopló, y la casita del cerdito, derrumbó.
Ahí quedó el cerdito, parado en medio de los escombros de su casita de paja.
Se quedó unos minutos inmóvil, llorando, y cuando vio que el lobo se acercaba a él, salió como un cohete hacía la casa de su hermano, una casa hecha de palitos de madera.
-¡Cerdito, no corras! Lo siento, de verdad lo siento. Te ayudaré a reconstruir tu casa, por favor…solo necesito que me escuches!
El cerdito, en lugar de detenerse, aceleró su carrera y en un dos por tres, llegó a la casa de su hermano.
-¡Abre la puerta hermano, es un emergencia! -gritó.
La puerta se abrió. El cerdito entró velozmente y cerró con llave detrás de él lo más rápido que pudo.
El lobo no entendía nada de nada…Su técnica era infalible. ¿Qué habría pasado? No lograba comprender por qué razón el cerdito no quería escucharlo. Fuese lo que fuese, no se iba a desanimar, tenía que seguir tratando.
Así que, gritando, volvió a explicar el motivo de su presencia, se volvió a disculpar y pidió a los cerditos de la manera más cordial posible que le abrieran la puerta y lo dejarán entrar.
-¡No te vamos a abrir la puerta lobo! ¡Vete de nuestra casa! -le gritaron los cerditos.
-Pero esta casa también es muy frágil… necesitan uno de mis seguros para protegerla. Ya verán que si soplo, también cae desplomada -trataba de explicarles el lobo.
Al no obtener respuesta, el lobo volvió a soplar, y a soplar y, aunque esta vez tuvo que soplar un poco más fuerte, acabo por tirar también la casita de palitos de madera.
-Ahora sí me escucharán, pensaba.
Muy equivocado estaba. Los dos cerditos corrieron despavoridos a la casa del hermano mayor, una casa de cemento que se encontraba un poco más lejos, sobre una colina.
El cerdito mayor trabajaba en su jardín cuando los dos hermanos lo cogieron del brazo y lo llevaron dentro de la casa sin más explicación.
El lobo los seguía difícilmente. Le faltaba el aliento. No estaba acostumbrado a hacer tanto ejercicio y menos a perseguir cerditos que parecían locos de atar.
En esta casa había un timbre. Así es que respiró profundamente y lo tocó, esperando que el hermano mayor tuviera un poco más de sensatez que los menores.
Después de varios minutos oyó una voz:
-Sé que eres tú, lobo. Dime de una vez que quieres y vete.
El lobo suspiró y se lanzó a explicar paso a paso al cerdito mayor todo lo que no había logrado hacer entender a sus hermanos. Los diferentes seguros que vendía, la fragilidad de sus casas y la importancia de protegerlas. Explicó el derrumbe de las dos casas y dijo que estaba dispuesto a ayudarles a reconstruirlas.
Cuando el lobo terminó de hablar, la puerta se abrió y los tres cerditos salieron a su encuentro. El cerdito mayor reía y los otros dos no sabían qué hacer. Estaban escondidos atrás de su hermano.
En efecto, explicó el cerdito al lobo, todo había sido un gran malentendido.
Al partir a la ciudad, la madre de los tres hermanos les había aconsejado no hablar, ni abrir la puerta de sus casas a extraños. Era la primera vez que vivían solos y toda la situación les había hecho entrar en pánico. Lo que los pequeños no sabían era que el mayor ya había oído hablar del lobo y pensaba contactarlo.
Dicho esto, el cerdito invitó al lobo a pasar y tomar un té con ellos para hablar del problema.
Después de un rato, el lobo salió de la casa sonriendo.
-¡Australia, aquí voy!, se dijo satisfecho. Su reputación de “lobo feroz” seguía intacta.
Es bueno. Detalles mas o menos esa historia ya la habia leido hace no mucho tiempo. Es un buen cuento para los niños.
Es exactamente el mismo cuento que publiqué en Enero en «el día de Reyes». Ningún detalle más ni menos…gracias como siempre por leerme Ruth!!! Un beso!